Como se sabe, el periodista Marcelo Bonelli es un calificado vocero de la Embajada de Estados Unidos en nuestro país. En ejercicio de esa función, cierra su columna del viernes último con una frase que atribuye a un funcionario de esa embajada: “sin una posición clara sobre Venezuela será difícil ayudar a la Argentina”. Será difícil encontrar una definición más precisa de la centralidad que tendrá la mirada geopolítica en la definición del futuro del país, una vez que la experiencia macrista forme parte del pasado.
El feroz proceso de endeudamiento conducido por Macri y sus amigos es una clave interpretativa de todo el drama argentino. La deuda es el corazón de los grandes negocios financieros locales y globales, de la fuga de divisas, de la extranjerización de la economía, de la desindustrialización y, en consecuencia, del empobrecimiento masivo de la población. Y es algo más que todo eso: es el nudo que ata al país a los designios estratégicos de la principal potencia mundial. Así fue con la dictadura emergente en 1976, con el menemismo y su continuidad catastrófica en el gobierno de la primera alianza. Así volvió a ser en los tiempos de Macri. Los últimos días de la campaña oficialista han sido muy ilustrativos en este sentido. Macri se ofrece como garante local del alineamiento argentino con las políticas del Departamento de Estado.
El coro de periodistas oficialistas (que mañana serán opositores porque su oficialismo reside muy al norte de nuestras fronteras) han colocado la cuestión venezolana en el centro de la mira. En este relato “Venezuela” no es el nombre de un país sudamericano, sino el de un símbolo siniestro que designa la violencia, el atraso y el autoritarismo. (Lo contrario de otro gran símbolo, de “Chile” que, por lo menos hasta la semana pasada, designaba la modernidad, el republicanismo y la paz social). Ese modo ramplón de mirar al mundo no es el resultado de la ignorancia de tal o cual periodista –aunque el condimento suele ser muy funcional y muy frecuente-, es el mensaje con que las cadenas informativas argentinas y de buena parte de nuestra región formatean la conciencia ciudadana.
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En los tiempos del terrorismo de Estado se fraseaba como la pertenencia de nuestro país al mundo occidental y cristiano. Entonces el monstruo era el comunismo, el trapo rojo, el totalitarismo soviético. Desaparecida esa experiencia, el lenguaje hubo de ser adaptado; hoy es el populismo autoritario la nueva clave del discurso. Es un recipiente de extraordinaria amplitud y flexibilidad, tanta como para abarcar toda la amplia gama de resistencias, contradicciones y problemas que la política imperial de Estados Unidos acumula en el mundo. Esto es fácil de comprobar: no hay “populismo” en ningún país cuya política se adapte a la de esa potencia; los fundamentalismos religiosos pueden ser populistas o no, según sea el lugar que ocupen en el mapa estratégico del departamento de Estado. ¿Cuáles son las “izquierdas no populistas”? Pues, las que acompañen la lógica imperial, como lo demuestra, por ejemplo, el caso de algunos partidos trasandinos de noble tradición antimperialista, reconducidos por sus élites a acompañantes entusiastas del bloqueo y la amenaza de guerra contra Venezuela. La democracia, aún en la acepción formalista acuñada en el centro y adoptada en la periferia por la politología académica dominante es un principio explicativo para el uso de la etiqueta populista: Bolivia es populista y Arabia Saudita no lo es…
La etapa que se abre en la Argentina está atravesada por profundas definiciones geopolíticas. Y estas definiciones no pueden ser sentimentales ni dogmáticas, tienen que ser políticas y realistas. No podemos cerrarnos a una negociación digna con Estados Unidos y los organismos de crédito, ni enfrentar nuestra dependencia actual, reemplazándola por nuevas condicionalidades. La brújula podría llamarse simplemente política exterior independiente, vínculos comerciales de mutuo beneficio, respeto por las formas políticas y las decisiones de todos los países del mundo, con excepción de aquellas que afecten los derechos de la Argentina como comunidad política soberana. Tal vez se trate de “volver al mundo”. Pero no al mundo monocromático, cuyos límites están trazados por los intereses imperiales más poderosos, tal como lo entendió la segunda alianza. Al mundo “realmente existente”, el mundo diverso, conflictivo y plural en el que vivimos.
La solución del problema de la deuda provocado por el irresponsable régimen macrista será, muy probablemente en la próxima etapa, la hoja de ruta central en la recuperación de nuestra dignidad nacional y de un nivel de vida digno para todos los argentinos y argentinas. Y no hay modo de resolverlo sino en el marco de una perspectiva crítica del alineamiento automático con la principal potencia mundial.