La pregunta sobre la identidad: ¿quién es el otro? ¿Quién es el otro en nuestra patria? ¿Quién es el otro de la democracia si la democracia es en función del otro? Las identidades nacionales nos ayudan a repensar la figura del extranjero que, como ustedes se darán cuenta, excede la cuestión territorial. Extranjero es el que no pertenece, no aplica, no cuaja. El de las costumbres imposibles, el del comportamiento inasimilable. ¿Quiénes son nuestros extranjeros? Y uno responde rápido: el brasileño, el chileno, el español. Tomemos el caso del brasileño y veamos dónde radica su diferencia. Nosotros tenemos territorio, ellos tienen territorio; nosotros tenemos bandera, ellos tienen bandera; nosotros tenemos a Messi, ellos tienen a Neymar; nosotros tenemos a Macri, ellos tienen a Bolsonaro… Distintas figuras. Nosotros tenemos nuestra música, nuestro folklore; ellos tienen el suyo. Nosotros tenemos nuestro Estado, nuestra capital; ellos también.
En el fondo, como estructura institucional, el Estado nacional argentino no es muy distinto del brasileño o del chileno. Y en términos de identidad, menos. El dispositivo es el mismo, solo cambian los contenidos. Y desde la globalización, cada vez menos. Cada uno tiene sus conflictos: interétnicos, interculturales, interreligiosos. Entonces, en esa matriz sacrificial de la que hablábamos antes, claramente, si hay un otro, en realidad, no hay que buscarlo por acá. De nuevo, ¿quién es entonces el otro? ¿Quién es el extranjero? Aquel al que hay que emancipar, aquel al que la democracia no le llega.
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En la Argentina está claro quién es ese otro. No está afuera: está adentro. O está afuera estando adentro. Digo, si extranjero es el que está afuera, veamos los números, gente. ¿Quién está afuera? ¿Quién vive afuera de los números? ¿Quién es extranjero en su propio territorio? ¿Quién es aquel al que no le alcanza la guita para llegar a fin de mes, que queda afuera de la posibilidad de entrar en cualquier proyecto de desarrollo, que queda exento de igualdad de oportunidades, que no comulga con una identidad que directamente lo soterra y lo pone debajo de la alfombra, porque no encaja, porque está afuera de lo que uno construye como identidad propia? Y porque además no tiene la identidad debida, porque es el hijo de la mixtura, de la hibridación, porque no se entiende bien qué es. ¿Qué es? ¿De dónde vienen? ¿Es de la provincia? ¿Es medio boliviano, medio paraguayo, medio chileno? ¿Depende del lugar? Es aquel al que, como uno no logra constituir en una identidad, hacerlo encajar en la casilla correspondiente, entonces lo homologa con una posible extranjería. Y entonces lo llama despectivamente boliviano.
—Pero no nací en Bolivia.
—No importa, igual parecés bolita. Y vos paraguayo. Y vos chino porque todos los chinos son iguales: vienen a acá a llevarse lo nuestro.
Increíble. Acusados de portar extranjería son sin embargo todos argentinos. Pero no importa. La matriz necesita del desprecio a lo extranjero que sea para que funcione. Por eso la cuestión es siempre la misma: ¿quiénes son nuestros propios extranjeros?
¿Saben qué? Además de todo, tampoco tienen nombre. El otro no tiene nombre. No tiene que tener nombre para ser un otro. Si tuviera nombre ya sería brasileño, boliviano, yanqui. Pero si sos otro no tenés nombre y, sobre todo, no tenés color. Y la ausencia de color en este país está clara, ¿no? Hablamos de los negros. La negrada. La idea de que hay una mayoría silenciosa que no solo no representa la argentinidad sino que es una carga, un resto. Y como no encajan ni se quiere que encajen, son siempre leídos desde la hibridez como una anomalía. “¡Es que no se entiende si son argentinos o si son extranjeros, porque argentinos no parecen, pero viven y nacieron acá!”.
Al negro hay que ubicarlo en algún lado, o sea hay que desubicarlo. El nombre negro remitiendo al color como un síntoma de su invisibilización: ¿no está ahí la otredad? ¿No está ahí la extranjería? “Y votan, che.” Como niños, ¿no? O como adultos. Influenciados por el chori y la Coca. El pancho y la Coca. Miren que hay formas mucho más sofisticadas de pancherías y cocalerismos, pero esta nunca falla. Aparte, históricamente siempre hubo una animalización de esta figura. Como si la falta de cultura, lo popular, los acercara más a cierto estadío primitivo. Qué cosa que acá estamos cuestionando si ciertas especies animales pueden tener derechos, cuando lo que aquí está en juego es que parece que hay humanos que están más cerca de los animales. Es más: no sigamos jodiendo mucho porque en cualquier momento hasta definimos que ni siquiera deberían votar. “Porque no les da la cabeza. No les da.” Es más. En nuestro país se eligió a un animal para nombrarlos: los cabecitas negras. Unos pájaros fácilmente atrapables, con poca inteligencia.
Si la democracia es siempre del otro, la patria, entonces, es para ellos.
*Fragmento extraído en exclusiva para El Destape del libro "Filosofía a Martillazos", de Darío Sztajnszraijber (Ed, PAIDÓS).