En algunos países de América Latina, y principalmente en Argentina, se ha subrayado que la reciente crisis de algunos países llamados “emergentes” tendría su origen en la depreciación de la moneda de Turquía.
Sin embargo, no se puede analizar la crisis turca solamente con la variable económica o por la decisión del presidente de Estados Unidos Donald Trump de aumentar los aranceles al aluminio y al acero turco. Es innegable que la disputa económica puntual entre los dos países es real. Por ese motivo, el Gobierno turco anunció que tomaría represalias y dejaría de importar productos fabricados en Estados Unidos.
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Pero hay que tener en cuenta que Turquía es un actor importante de la geopolítica global, así como lo fue durante siglos el imperio otomano, que ocupó vastas regiones de Europa, África y Asia, mucho antes que los británicos soñaran con cruzar el Atlántico.
A diferencia de muchos gobiernos de América Latina que tienen facilidad para subordinarse a los deseos y sugerencias de la Casa Blanca, la Turquía moderna bebe de las fuentes de su rica y poderosa historia y se vincula con otras potencias de igual a igual.
La disputa con Estados Unidos contiene elementos políticos que son inocultables. Ya hace tiempo que el Gobierno de Ankara pide la extradición de Fetullá Gulen, un teólogo turco al que se considera instigador de un golpe de Estado en julio de 2016. Mientras, Washington reclama la liberación de un pastor evangélico encarcelado en octubre de ese mismo año y actualmente bajo arresto domiciliario.
En el aspecto geoeconómico hay que destacar que cada movimiento que hace Turquía involucra también a Europa. Ya hace un tiempo que Rusia y Turquía están construyendo un gasoducto que atraviesa el Mar Negro con la participación de empresas europeas para llevar gas a los Balcanes. Este nuevo gasoducto se suma al que atraviesa el Mar Báltico y elude Ucrania, país que está en conflicto con Rusia por la península de Crimea y apoyado por Estados Unidos. Este nuevo enfrentamiento complica a la Organización del Tratado del Atlántico Norte -la OTAN- que es una alianza militar liderada por Washington y de la que Turquía forma parte, aunque mantiene fuertes vínculos con Moscú.
La actual disputa de Ankara con Estados Unidos puede acelerar los tiempos de una decisión estratégica de Rusia: el comercio interpares sin el dólar, como está intentando hacer con China. Lo dijo claramente en canciller de Rusia Sergey Lavrov durante la visita a Ankara en el medio de la crisis. Allí reiteró su intención de impulsar las relaciones comerciales entre ambos países utilizando las respectivas monedas.
Pero hay un elemento más. Según Naciones Unidas, Turquía tiene en su territorio la mayor cantidad de refugiados en el mundo –más de tres millones– y la mayoría provenientes de Siria.
La desestabilización económica de Turquía podría provocar que millones de personas abandonaran el país y cruzaran el estrecho del Bósforo para entrar en Europa. No parece casual que la canciller de Alemania, Angela Merkel, dijera que había que evitar la desestabilización de Turquía y que este país debía tener una economía próspera.
Casi un siglo después de la desintegración del imperio otomano, la antigua Constantinopla, rebautizada Estambul, vuelve al primer plano de la escena internacional. Y nunca hay que menospreciar a los pueblos con tradición imperial.