John Berger y los artefactos del duelo

09 de julio, 2015 | 20.34

Si a simple vista la propuesta parece responder exclusivamente a la necesidad privada de una familia en proceso de duelo, lo cierto es que el libro rápidamente se desmarca de una apuesta intimista o cursi y abre un juego conceptual potente. La clave está en los versos de un poema citado en las primeras páginas, en el que alguien habla con un ser querido acerca de qué hacer en caso de que muera, y le dice:

"Aléjame de la tierra en la que duermo, / pues una sola hoja de hierba puede / enseñarte tal vez que la muerte es una manera de plantar".

En adelante, la muerte de Beverly no será asumida por el flamante viudo como la desaparición de la persona amada, sino como un umbral que esa persona atravesó para convertirse en otra cosa. Lo fundamental será entonces pensar las formas precisas, los gestos típicos con que esa persona atravesó otros umbrales en vida, para así poder seguir reconociendo sus movimientos, sus signos, ahí donde se manifiesten. La palabra rastro, que aparece con frecuencia, de hecho, no refiere nunca a la marca dejada por la herida trágica, si no a esa forma particularísima de ser en el mundo propia de Beverly que seguirá revelándose de otro modo, y que por eso mismo es urgente delimitar, ante todo para no abandonarla, para no faltar al otro.

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Se trata de un trabajo minucioso y delicado, casi semiológico, de búsqueda y encuentro del rastro, que es abordado durante todo el libro por medio de lo que mejor sabe construir John Berger: artefactos de lenguaje. Artefactos que acojan y pongan en juego al ser amado: las pinturas, donde se aprecian el juego de los rasgos, el calor de la piel, el brillo despierto y a la vez distante de la mirada; las fotos, donde se aprecia el aplomo, las poses; los dibujos de su ropa, donde se intuye el movimiento cotidiano, los colores preferidos; o el retrato encontrado por azar de una aviadora célebre, repentina hermana de Beverly en el común espíritu aventurero.

Si rastro es la palabra sobre la que se arma el proyecto del libro, futuro es la que lo atraviesa una y otra vez.

Del recorrido se desprende una idea clara, casi una posición, sobre el duelo: no se trata de ahondar en el pasado para rescatar lo perdido, si no de asumir un presente que sigue cargando los trazos del pasado, para luego proyectar un futuro que no traicione a ese presente.

Cualquier lector que se haya aproximado con anterioridad a la obra de John Berger sabe que buena parte de su maestría consiste en lograr conjugar sus impresiones personales con reflexiones profundamente lúcidas sobre los objetos de la cultura. Por eso la esencia de su trabajo, ya sea que escriba un poema, un artículo periodístico, o una novela, es ensayística. Rondó para Beverly no es una excepción. Lejos de ser el recipiente de un grito doloroso, es un experimento sentimental honesto y comprometido que demuestra que incluso las experiencias más difíciles de la vida pueden ser también ocasión de descubrimiento e invención, no solo para quien las padece sino también para los otros.