Salter manifestó que la verdadera ocupación del escritor debía ser el viaje; conocer nuevos lugares y mantenerse en continuo movimiento. Para él, el viaje es una condición natural del ser humano. Nunca olvidó una vivencia en un pequeño pueblo de Inglaterra de camino a la casa de un amigo suyo. Lo que vio fue a un hombre que rondaba los setenta años de edad. Se alejaba de la estación de tren hacia el campo llevando un atado en su espalda. Parecía un vagabundo harapiento pero lleno de dignidad que caminaba con sus cosas. Junto a él había un perro que lo seguía pisándole los talones. Esa imagen, reflexionó, deberíaa ser la última en la vida de una persona. Una etapa más del viaje.
La vida de James Salter es la mejor entrada a su obra. En ella, hay eventos que no se explican sino desde una toma de postura creativa entre los mandatos y las rupturas, los deseos y los accidentes, la guerra y el entretenimiento, el fracaso y la gloria. Un ejemplo. Luego de una carrera militar, que comenzó con su educación en West Point por pedido de su padre, y que continuó con su profesión de piloto de avión y su participación en la guerra de Corea, abandonó el ejército, cambió su nombre de James Horowitz por el de James Salter, se divorció y decidió que iba a vivir de la escritura literaria. Escribir o perecer, lo definió.
Ese deseo, sin embargo, lo llevó al mundo del cine cuando un productor adquirió los derechos de su primera novela The Hunters (1957) y la llevó a la pantalla grande al año siguiente. A partir de ahí, Salter comenzó a dedicarse a la escritura de guiones cinematográficos y su literatura quedó relegada a un segundo lugar. Tuvo trabajo en Hollywood de manera intermitente durante diez años pero para él significó una pérdida de tiempo enorme. No sólo porque consumía tiempo de su escritura literaria, sino porque también tenía problemas allí ganándose un lugar.
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Pero más allá de los fracasos en las dos esferas artísticas y del menosprecio que Salter demostraba sobre aquellos años en la industria del cine, es posible que la experiencia no haya resultado tan insignificante como él quería creer.
Ha dicho alguna vez que el cine es el gran enemigo del escritor. Las películas, según Salter, son esencialmente entretenimiento y son muy pocos los escritores que pueden oscilar entre el cine y la literatura sin que el primero le pase factura a la segunda. Pero existe también otro motivo por el cual despreciaba la industria del cine. Una película, según Salter, captura una sola performance y es recordada en base a ella; dado que no es posible volver a hacer una performance, las películas no están vivas. ¿Y las remakes? También con ellas está todo decidido de antemano. No hay posibilidad de cambio. La literatura, por el contrario, parece iniciar un incendio primero en un lugar, luego en otro.
La escritura de Salter, tal vez a su pesar, parece haber alcanzado un equilibrio entre la composición cinematográfica y la artesanía del lenguaje. Se dijo varias veces que él es sobre todo un gran observador y un maestro de la palabra justa. Sus historias –Dusk and Other Stories (1988), Last Night (2005) –parecen construir un espacio para un lector-observador que se mueve entre una serie de escenas montadas con palabras sólidas por su precisión –y ligeras –por su belleza- que nos arrastran hacia los pliegues más íntimos de sus tramas. Realiza la posibilidad para nosotros de ser espectadores de una cinta viva que vale la pena ser recordada. Sobre los libros de James Salter habría mucho para decir. Es común escuchar que sus historias recuerdan a Chejov. Lo mismo se dice de Alice Munro, John Cheever, y otros escritores inclasificables. Pero lo primero es que hay que leerlos más; o bien comenzar a leerlos de una vez. Su fallecimiento, su última novela, un acercamiento a su biografía son todas buenas excusas.