La seguidilla de golpes militares en el Cono Sur durante los ’70 –Uruguay Chile en 1973 y la Argentina en 1976- fueron el formato político del primer experimento neoliberal en la región, centrado en la apertura comercial y financiera al libre flujo internacional como medio para reestructurar económicamente y con rasgos irreversibles a las sociedades de esos tres países.
La combinación de shock externo con dictaduras cívico-militares sanguinarias acuñó en esos años el término de “fascismo de mercado”, para señalar la inversa mezcla de mercado libre y Estado autoritario.
El resuelto repudio a la democracia por parte de las “élites” del Cono Sur se apoyaba en la comprensión y el miedo a las consecuencias de la fuerte crisis internacional detonada en 1973 con la suba del precio del petróleo, que exteriorizaba el agotamiento del paradigma de evolución de la economía instaurado en la posguerra.
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La crisis concluía por angostar al extremo la tasa de ganancia del capital, impidiendo su reproducción. La restauración rápida de los beneficios empresariales en este lugar del mundo sólo podía hacerse a punta de fusil contra pueblos que planteaban maximizar la restricción de dicha tasa de ganancia.
Al igual que en la década del '30 cuando el “Crack del '29” detonó el ataque generalizado a las democracias en la región, en los 70 las “élites” destruyeron el orden institucional y superaron con creces la violencia desatada hasta entonces, a fin de imponer su proyecto.
La crisis internacional de 2008 arrastra desde hace una década a la actividad económica y al intercambio comercial globales por un sendero de estancamiento. La resolución ensayada de inmediato al estallido de la crisis, consistente en asistir a los bancos quebrados, causantes del desastre, comprándoles sus carteras de créditos incobrables con emisión monetaria, no recuperó la demanda efectiva y abrió un nuevo ciclo de endeudamiento soberano y también privado, que no tiene correlato con la producción real de bienes y servicios. El rescate de los activos financieros en detrimento de los activos reales, consolidó a un capital financiero cuya una preocupación es consolidar una hegemonía política que proteja el valor de su mundo de dinero autoreproducido.
La herramienta política es el aliento a movimientos autoritarios y segregacionistas en el plano social y hasta racial. Esto explica la extraña de combinación de nacionalismos integristas de algunos ciudadanos incluidos con el funcionamiento del libre mercado, todo ello bendecido con la masificación de los preceptos evangélicos del calvinismo del esfuerzo individual constante como modo de agradar a Dios.
Este nuevo “fascismo de mercado” procura restringir la democracia a las capas incluidas en la economía formal, plantear abiertamente el supremacismo social, consagrar a la propiedad privada como único derecho a ser defendido y enfrentar, con violencia si es necesario, cualquier reclamo colectivo de la sociedad.
En Brasil Jair Bolsonaro fue electo presidente después del derrocamiento de Dilma y el encarcelamiento de Lula, en tanto que el FMI se apresuraba a impedir que la profundización de la crisis del Gobierno de Macri sirviera de mal espejo para los brasileños. En Chile, el presidente Piñera suma 23 muertos en la represión de la protesta social y sobrevuelan serias sospechas sobre numerosas violaciones a los derechos humanos en el país trasandino. En Bolivia, Evo Morales -el mejor presidente de la región, según su desempeño económico- fue derrocado por un golpe cívico-policial convalidado por las Fuerzas Armadas, enseñoreándose la violencia revanchista contra los militantes y funcionarios de su Gobierno. En Perú fueron perseguidos judicialmente y con la cárcel todos los presidentes constitucionales, provocando el suicidio de Alan García, una de sus figuras políticas más relevantes. En Ecuador hay una depuración política de todos los cuadros y adherentes al expresidente Rafael Correa, encarcelando al actual vicepresidente y obligando a Correa al exilio. En Colombia el número de dirigentes sociales asesinados crece a diario. La Organización de Estados Americanos (OEA) comandada por Luis Almagro considera a Venezuela un peligro gravísimo para la democracia en el continente y promueve una intervención militar en el país.
En síntesis, la democracia en Suramérica se encuentra amenazada por un bloque económico-social que la considera un impedimento para la realización de sus intereses.
El pueblo debe enfrentar este reto con conciencia de pueblo.