En la historia de las disidencias se entremezcla el drama y la acción, el calor del goce sexual y el frío de la pérdida de un amigo. Edmund White parece entenderlo a la perfección, desplegando todo su intelecto para retratar la vida de los homosexuales previo a que el sida se instale como el terror de la comunidad. En Estados del deseo, White analiza sin tapujos (y con las mejores herramientas de la narrativa americana) las realidades de cada región de Estados Unidos. La crónica de viajes se devora voraz, como Edmund White a los chongos que lo acompañan-y complacen- durante su travesía. La prestigiosa editorial Blatt y Ríos edita esta maravilla inédita de la putez. Hay que leerlo.
Edmund White documenta con precisión cirujana las características de cada punto de su viaje: lugares de encuentro para los gays, costumbres, apariencias, looks, infancias y niveles de racismo. No es lo mismo un oso que un twink, y el cronista crea un índice de términos y tribus para los no iniciados en la cultura gay; para los más avezados brinda detalles jugosos. Sus diversos acompañantes ofician de guías turísticos por los recovecos de las ciudades y se confiesan ante Edmund, que escucha sus relatos de manera afable. No juzga, documenta.
A su vez, Estados del deseo trabaja de manera impecable y minuciosa, la cultura del levante y el sexo de los gays, más que cualquier otro aspecto. Atento las nuevas formas de ligar, ahonda sobre el rol de Internet y la opresión con la que se topan nuevas y viejas generaciones. ¿Es este capítulo uno de los más íntimos y personales del autor? Sí. Y se disfruta de principio a fin. De a pedacitos, el autor revela detalles suyos, como para desahogarse ante los lectores. Y en esos momentos, la voz de White se camufla entre todos los testimonios que recopila.
Es injusto que un libro como este llegué tan tarde. Afortunandamente, Blatt y Ríos rescata la obra de Edmund White y la añade a su notable catálogo de propuestas. Las páginas de Estados del deseo están marcadas por la chispa y la locura, y el lector no tardará en sentirse atrapado por las peripecias relatadas. Si existiese la Biblia de los putos, la pieza de White se alzaría como firme candidata.