Elecciones 2019: ¿Quién ganó el debate presidencial?

¿Cómo definimos la performance de los candidatos? ¿Qué es lo que hay que evaluar sobre la participación de Alberto Fernández, Macri, Lavagna, Gómez Centurión, Espert, Del Caño?

14 de octubre, 2019 | 17.06

Se supone, aunque no siempre ocurra, que el análisis político debe ser un proceso diferente a decir qué cosas me gustan y cuáles no. No se trata de “ser objetivo” -como si eso se pudiera- sino más bien de respetar una serie de reglas y utilizar unas herramientas para llegar a conclusiones lógicamente válidas. 

Ninguna campaña puede evaluarse de acuerdo a si “me gustó” el mensaje, el tono o su ejecución: los spots, las entrevistas o el debate. Una campaña no se evalúa, tampoco, por su resultado electoral (o, al menos, no se evalúa por si ganó o perdió). Desde el punto de vista analítico, una campaña debería evaluarse de acuerdo a si fue capaz de implementar las mejores herramientas para cumplir sus objetivos. 

¿Cómo evaluar entonces la participación de cada candidato en el debate? En función de lo que, suponemos, cada candidato fue a buscar de ese debate. Es decir, cuáles fueron sus objetivos y de qué forma buscó conseguirlos. 

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Estos objetivos tampoco existen en abstracto. Se elaboran y a veces se reescriben de acuerdo a la coyuntura. El objetivo de este debate no fue, para ningún candidato, el mismo que antes de las PASO. Porque las elecciones del 11 de agosto modificaron los objetivos de todos los espacios políticos. 

Tomemos el ejemplo de las marchas “Sí, se puede” organizadas por la campaña de Mauricio Macri. Pensadas desde, pongámosle, enero de este año, cuando el oficialismo se ponía como objetivo “ganar 14 provincias” esas movilizaciones podrían ser un error estratégico. Muchos se preguntan qué pasó con ese oficialismo que, hasta el 10 de agosto de 2019, descreía de la movilización callejera e incluso sostenía que espantaba a votantes más blandos. Pasó algo bastante sencillo: le cambiaron los objetivos y quedó en evidencia que la metodología de campaña de Cambiemos no era un dogma, una forma de ser o “una cultura del poder” sino una serie de herramientas. 

Entre ese oficialismo y el que busca organizar treinta movilizaciones en treinta días ocurrió nada menos que el 11 de agosto: una elección que le hizo cambiar los objetivos. Las marchas del Sí se puede no están diseñadas para dar vuelta una elección - lo que exigiría apuntar a un votante que se manifestó bastante lejos de tener ganas de movilizarse para escuchar al presidente Macri - sino para empezar a darle forma a una identidad política nueva. Algunos se apuran a decir que esa identidad ya existe: como los melones, quizás se acomode andando. Es decir que las marchas que organiza el oficialismo no están pensadas tanto para el 27 de octubre como lo están para el 11 de diciembre.

De la misma manera hay que mirar el debate. En vez de pensar si hubo un ganador y cinco perdedores podemos pensar qué fueron a hacer y si lograron decirle a aquellos a quienes le hablaron lo que quisieron decirle. 

Si, desde las PASO de agosto, el objetivo del presidente Mauricio Macri es consolidar su núcleo de votantes el planteo del debate parece acorde a esa meta: defendió su gestión, puso el foco en los 70 años de problemas anteriores y todo sobre un fino colchón de anti-kirchnerismo hacia el final, completando la receta que ese núcleo de votantes quiere degustar. La evaluación sobre la ejecución de ese discurso, eso sí, pertenece más al terreno de los gustos que del análisis político. La frase sobre el candidato a gobernador Axel Kicillof (“imagino que va a poner narcocapacitaciones”) intentó ser el golpe de efecto de la noche. Lejos de conseguirlo, le abrió dos problemas: por un lado, dio por descontada la victoria de Kicillof en desmedro de su propia candidata, María Eugenia Vidal; por el otro, hizo menos creíble la interpretación posterior respecto a calificar de agresiones los ataques del candidato Alberto Fernández contra su gestión. 

La propuesta estratégica de Alberto Fernández se conoció a los treinta segundos de comenzar su primera intervención: confrontar con el presidente Macri. Demarcó el período de análisis desde el debate de noviembre de 2015 hasta los cuatro años posteriores de gestión. El contraste con los cuatro años macristas como mensaje de campaña le dio buenos resultados en las PASO de agosto y, en ese sentido, pareció la estrategia adecuada para unos objetivos que ya son distintos a los del oficialismo. 

La novela mediática del “dedo” -el señalamiento a Macri cada vez que habló de Macri- es una anécdota que a la vez tiene un trasfondo. Fue la metáfora que encontró el macrismo y sus aliados para tratar de subir al kirchnerismo al debate: un objetivo al cual la campaña de Mauricio Macri no le encuentra la herramienta adecuada desde el 18 de mayo del 2019, cuando Cristina Kirchner anunció que acompañaría como vicepresidenta a Alberto Fernández. 

Hay que preguntarse si existe algún tipo de votante -macrista, peronista, indeciso- que hasta horas antes del debate no supiese que Cristina Kirchner forma parte de la fórmula presidencial del Frente de Todos y recién con el debate vino a enterarse. Durán Barba tenía una frase muy ingeniosa cuando alguien le decía “la gente piensa que X”. El consultor ecuatoriano respondía: “nombre, DNI y teléfono” para saber a quién se refería ese alguien con “la gente”. Es decir que faltaría saber -quizás existen- quiénes son esos votantes a los que, siendo mitad de octubre de 2019, resta avisarles que Cristina Kirchner forma parte de la fórmula presidencial del Frente de Todos. 

Con todo, un debate es una pieza más de una campaña que tiene varias. Y una campaña es apenas un momento de un proceso de toma de decisiones que los votantes y las votantes maceran a lo largo de mucho tiempo. Así, el debate en sí mismo no “suma ni resta votos” porque casi nada lo hace por sí mismo. Es, en todo caso, un eslabón más de una serie de herramientas que los candidatos tienen para construir su mensaje de campaña. Corresponde al análisis político evaluarlo mejor en esos términos que en los propios gustos personales o en las capacidades de sumar o restar voluntades de votantes. 

Ganó el debate todo aquél candidato que consiguió reforzar el mensaje adecuado para sus objetivos de campaña. Alberto Fernández pareció haberlo conseguido, al igual que Mauricio Macri. Decirlo sólo así evita mencionar que los objetivos de uno y otro, luego de las PASO, son bien diferentes.