Ya es un lugar común decir que la multitudinaria marcha del 3 de junio fe un hito histórico. Y claro que lo fue. Para empezar, fue una de las movilizaciones más grandes de las últimas décadas y una de las pocas de alcance verdaderamente nacional. 200.000 marchando en Buenos Aires, 45.000 en Córdoba, 20.000 en Rosario, 12.000 en Santa Fe, La Plata y Mendoza, 10.000 en Mar del Plata, y otros miles en ciudades más pequeñas. Pero fue histórica además por otro motivo: nunca antes una manifestación feminista había logrado concitar una adhesión y una visibilidad ni remotamente tan grandes.
Aunque a muchos los tomó por sorpresa, se trató de un evento con una historia previa. Es cierto que en Argentina, a diferencia de Norteamérica y algunos países de Europa, no se desarrolló un movimiento feminista importante en las décadas de 1960 y 1970. Hubo sí diversos colectivos de militancia de mujeres, pero tendieron a ser pequeños y predominantemente de clase media, sin arraigo de masas. Pero esta situación comenzó a cambiar drásticamente en los últimos 15 años, en los que estamos presenciando la aparición de un movimiento feminista que por primera vez alcanza masividad y una importante penetración entre las clases populares. Su expresión más visible fueron los Encuentros Nacionales de Mujeres. El primero fue en Buenos Aires en 1986; participaron unas 600 mujeres con el objetivo de hacer visible la opresión de género y discutir maneras de enfrentarla. Se trató básicamente de un espacio abierto y horizontal para el encuentro y la deliberación, independiente de cualquier institución u organización. Los Encuentros fueron atrayendo un número creciente cada año, que en 2001 alcanzó los 12.000. Participaban para entonces mujeres de diversa procedencia: amas de casa, obreras, trabajadoras rurales, estudiantes, campesinas, militantes de partidos, profesionales, de pueblos originarios, piqueteras, empleadas, muchas de ellas en representación de organizaciones, otras individualmente. El del año pasado, en Salta, contó con la asistencia de 40.000 mujeres. Durante todos estos años, las participantes fueron trayendo de vuelta a sus barrios, hogares y movimientos los debates y experiencias del movimiento feminista, que fueron "contaminando" la sociedad argentina como no sucedía desde comienzos del siglo XX, cuando las militantes anarquistas y socialistas introdujeron por primera vez esas temáticas. El feminismo, habitualmente ridiculizado en los medios de comunicación, ganó también allí un lugar, aunque continúa siendo marginal. Todo este proceso ayudó a exponer la micropolítica del machismo cotidiano, que permanecía invisible incluso para muchos varones y mujeres de ideas de izquierda. Fue en este escenario que aconteció el "Ni una menos".
Es cierto, como señaló aquí Sofía Caram, que la inédita movilización ya ha generado algunos cambios institucionales valorables, aunque pequeños. Pero también lo es que, por el momento, el campo de la gran política ha buscado más bien montarse arriba del reclamo pour la gallerie, como se dice, sin habilitar canales de debate sustantivos. La nota la dio Macri, sacándose su foto del "Ni una menos" para las redes sociales y olvidando rápidamente que ayer nomás había forzado el cierre del Programa de Atención a las Víctimas de Violencia Sexual que tenía la ciudad de Buenos Aires, aduciendo falta de presupuesto. Y ni hablar de su afirmación reciente, según la cual a las mujeres les encanta que les digan "qué lindo culo tenés" cuando caminan por la calle. Pero el compromiso del kirchnerismo con las demandas del movimiento de mujeres tampoco ha ido muy lejos. Varios de sus dirigentes se apuraron a marchar el 3 de junio, pero eso no quita el hecho de que una de las principales demandas de la movilización era que se implementara de una vez por todas el Plan Nacional de Acción para la Prevención, la Asistencia y la Erradicación de la violencia contra las mujeres, tal como lo establece la ley 26.485, promulgada en 2009. Las periódicas palabras de la presidenta marcando distancia respecto del feminismo, como si fuera algo malo, no colaboran con la expansión del movimiento (su reciente afirmación según la cual "nunca se puede ser una gran mujer si no tenés un gran hombre al lado" irritaron incluso a las más fervientes militantes kirchneristas, ni qué hablar de la ofensa que significa para las lesbianas).
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El avance de una agenda amplia de igualdad de género debe abordar todavía cuestiones sustantivas básicas de las que poco se habla en el terreno de la gran política. Obviamente lo más impostergable es detener la violencia contra las mujeres en sus variadas manifestaciones. Pero también se trata de volver a poner en discusión cuestiones como la inequidad en las remuneraciones, que continúa siendo muy marcada entre varones y mujeres. El reclamo por el derecho al aborto, impulsado desde hace años por las "desobedientes" del movimiento feminista cuya historia viene de contar magistralmente Mabel Bellucci, ha sido apoyado individualmente por algunos políticos, pero sigue siendo un debate mezquinado por los partidos políticos mayoritarios. Y no es un problema de la cultura de nuestra sociedad, sino específicamente de su clase política. Desde hace más de quince años diversas encuestas muestran que una mayoría de los argentinos apoya la despenalización del aborto y un porcentaje muy alto incluso su legalización con asistencia estatal. En estos temas sustantivos es donde se verá hasta dónde el compromiso de los políticos con el movimiento feminista es real y hasta donde meramente discursivo.