La política argentina ha dado una vuelta de página. Oficialismo y oposición han trocado de protagonistas. Alberto Fernández ya es Presidente de la Nación y la alianza que encabezó el macrismo es la principal oposición. Esta etapa que se inicia está sembrada de nuevas particularidades, como las características el Frente de Todos que logró tras la candidatura de Alberto Fernández una unidad impensada meses atrás, como así también que Cambiemos debute ahora en su rol opositor luego de gobernar al país durante cuatro años. Si el desempeño del oficialismo es sin duda la preocupación principal para toda la sociedad, el camino que inicia la alianza ahora bautizada Juntos por el Cambio, también despierta conjeturas por su propio futuro y por el rol que cumplirá en el sistema político argentino.
La inquietud surge en primer lugar a raíz de la posición que ese espacio tomó de cara a las primeras medidas del nuevo gobierno. A raíz de los legisladores y las legisladoras que pasaron a ocupar cargos en el Poder Ejecutivo, se produjo un relevante número de vacancias que debían ser cubiertas por quienes siguieran en las listas. No fueron pocos los macristas que anunciaron que no darían quorum para permitir la jura de sus nuevos pares. Una decisión inédita en 36 años de democracia, y peligrosa. La razón se impuso y los jefes de bloque del PRO, el radicalismo y el interbloque, aseguraron que estarían allí para las juras. Pero no darían quorum para tratar el paquete de medidas enviadas por el presidente al Congreso. Desde luego dar o no quorum es una herramienta política de los bloques en el Congreso; pero no deja de ser llamativo que el primer mensaje de la oposición a un gobierno que llevaba horas en la Casa Rosada sea negarle la discusión en el recinto. Adoptar ese perfil fue la resultante de un modo de pensarse como oposición que aún no está definido y en donde los “radicalizados” ganaron durante algunos momentos la partida (negando el quorum para cualquier fin) para que luego se estableciera una posición intermedia. Pero el punto principal no es la definición de la semana pasada, sino el modo en que este espacio político se construirá a sí mismo y respecto a qué busca representar de la sociedad.
Ahora bien, y a raíz de estas primeras acciones ¿Qué resultado nos arroja hoy un inventario de Juntos por el Cambio? ¿Es tan solo la expresión del antiperonismo actualizada? ¿Es el macrismo rodeado de socios menores? ¿Es una coalición que trascenderá al mismo Macri?
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No fue hasta 2015 que los diversos espacios no peronistas (ni de izquierda) lograron conformar una única alianza electoral, unidad que además les permitió una histórica victoria. En ese acuerdo convergían tres espacios: el macrismo principalmente de la CABA, el radicalismo y la CC de Elisa Carrió. Maurcio Macri se alzó con la candidatura presidencial de manera cómoda y se convirtió en el líder indiscutido del espacio cuando se convirtió en Presidente. Luego de la derrota de este año, la situación no parece ser la misma; un Macri vencido por Fernández comienza a ser puesto en cuestión, aunque esto no se manifieste públicamente. Es en ese contexto que distintas culturas políticas, orientaciones ideológicas y tradiciones, entran en disputa por el control futuro de la coalición.
Veamos. La principal es desde luego el neoliberalismo conservador que encarna el propio macrismo; pero este espacio también tiene sus debates internos ya que frente a la figura del ex presidente, emerge la de Horacio Rodríguez Larreta quien en 2023 seguramente buscará la Presidencia de la Nación. ¿Macri querrá volver? ¿Habrá un enfrentamiento solo sobre candidaturas o el actual Jefe de Gobierno buscará darle otra orientación al espacio? Porque más allá de los nombres, es un interrogante si es posible que el macrismo pierda la impronta elitista y por lo tanto distante de los sectores populares, y se convierta el PRO en un conservadurismo popular, si es que ese objetivo está planteado al interior del espacio; supo incorporar sectores peronistas, ¿profundizará esa orientación luego del “deslucido” gobierno de los CEOs?
La segunda orientación la compone el radicalismo, que parece empeñado en multiplicar sus fracciones internas. Por una parte el que proviene de las provincias que gobierna y con Mendoza a la cabeza, aunque muy golpeado en estos días. Alfredo Cornejo había hecho públicas algunas disidencias con Mauricio Macri de cara a generar un nuevo liderazgo que abarque a toda la alianza. Su peso territorial le da anclaje a su poder, pero no le alcanzó para lograr sus objetivos en la cámara baja: sus propios correligionarios le señalaron límites. Con la dosis de pragmatismo que demanda gobernar, fueron quienes buscaron asegurar el quorum desde el primer momento. Una segunda fracción la representa Martín Lousteau y detrás de él Enrique Nosiglia, quien ve en el actual senador la esperanza de recuperar ese liderazgo perdido por el radicalismo. Se suma en tercer lugar el cada vez más reducido espacio de Ricardo Alfonsín con cierta presencia en la provincia de Buenos Aires, pero derrotado por las fuerzas radicales que siguen apostando a la alianza con el macrismo. Y finalmente los radicales que parecen creer que la única posibilidad es la de jugar a socios menores del PRO, y que tiene en Mario Negri a un líder, continuando de algún modo la estrategia que Ernesto Sanz iniciara en 2015.
La dispersión es muestra de la crisis de identidad que vive el radicalismo; Raúl Alfonsín refundó la identidad del partido y le dio una perspectiva de poder de la que carecía hasta ese momento; pero ello sucedió hace más de 30 años y sus rindes ya no son efectivos; y si bien mantiene cuotas de poder en todo el territorio nacional (cada vez más acotadas) la ausencia de una cultura política definida, propia, que sea mucho más que el ala “institucionalista” del macrismo. El fraccionalismo parece fortalecer la hipótesis del socio menor como destino a nivel nacional.
Por último resta la Coalición Cívica fundada por Elisa Carrió, quien a partir de marzo estará fuera de la Cámara de Diputados luego de una larga permanencia. Su espacio parece representar la intransigencia frente al gobierno. Fueron hombres y mujeres de ese núcleo los que quisieron negar el quorum para las juras. Son quienes tuvieron los términos más duros para el presidente Alberto Fernández a horas de haber asumido; sabiéndose jugadores menores en la disputa interna, su cuota de poder se mantendrá precisamente en esa intransigencia que parece representar a un sector del electorado. Su prédica puede hacer peligrar los acuerdos que busca alcanzar el gobierno, porque parecen negar la posibilidad de negociaciones percibidas como “entregas”.
En este sentido, más que “correrse” por izquierda o por derecha entre los miembros de la coalición (lo ha intentado sin éxito Ricardo Alfonsín) la variable dialoguistas–intransigentes, parece ordenar mucho más puertas adentro, ya que no se observan discursos diferenciados de las políticas que llevó adelante Macri en el gobierno. Sin embargo, y eso explica mucho de la dinámica que tendrá la oposición, las críticas al gobierno recién asumido adquieren un matiz crítico acusándolo de llevar adelante un ajuste. Nada importa en esa dinámica que hayan estado ausentes o fueran muy moderadas las críticas al gobierno de Macri mientras se reducía el poder de compra de quienes viven de un salario o una jubilación; y si bien la oposición a la suba de impuestos o de las retenciones surge como bandera, no es de extrañar que el macrismo quiera pararse discursivamente a la “izquierda” del gobierno.
El mapa de Cambiemos es bastante complejo, como pudimos ver. Pero en esta línea un poco confusa entre discursos y políticas, se percibe un cambio muy definido: el neoliberalismo ha ganado para sí, a todas las expresiones de la derecha; las vertientes conservadoras populares o nacionalistas, aun cuando recuperen algo de ese contenido, su mirada sobre el Estado y el rumbo que debe tomar la economía, no los separa de las concepciones abiertamente neoliberales. Los vemos con Jair Bolsonaro; lo observamos aquí con Ricardo Gómez Centurión. Esos hombres hace 40 años no hubieran defendido el libre mercado sino una modelo económico de carácter nacionalista. Junto con el abandono de las prácticas golpistas (y esta frase comienza a ser dudosa para la región) es quizás el cambio más relevante que hemos visto en la derecha en los últimos 30 años: menos impuestos, menos Estado, primacía del sector privado; frases que se repiten en el abanico de la derecha que cuyos matices son menores a partir de esas ideas; y desde luego por su antiperonismo, el otro gran ordenador de la política argentina. Comienza una nueva etapa para esta zaga, que también tiene 70 años.