Cristina Kirchner y Alberto Fernández recompusieron su relación hace más de un año y desde mayo del año pasado decidieron ir juntos en la fórmula que terminó ganando la elección general y puso fin al ajuste macrista.
Si bien en varias oportunidades el ahora Presidente contó cómo CFK lo invitó a su casa para hablar un tema "urgente", no se conocía el diálogo completo de aquel encuentro, en el departamento de Florencia Kirchner, en Constitución.
En el marco de un libro que saldrá en febrero, Alberto. La intimidad del hombre, el detrás de escena de un Presidente (de Diego Schurman, Planeta) el medio Infobae publicó el ida y vuelta entre ellos dos:
—Necesito verte. ¿Qué estás haciendo? —decía el escueto mensaje de Cristina.
—Estoy dando clases —le contestó Alberto.
—¿A qué hora terminás? —insistió ella.
—Terminó a la una.
—Cuando termines venite a verme —ordenó.
—Pero tengo un almuerzo. ¿Es urgente? ¿Pasó algo? —preguntó él.
—Es urgente, pero puede esperar hasta después del almuerzo. ¿A qué hora terminás?
—A las tres.
—Venite después del almuerzo —agrandó el misterio. Sólo le aclaró que la cita era en la casa de su hija Florencia.
- Ya en el departamento:
— Estuve pensando mucho —arrancó—. Mirá, la situación está difícil. Tal vez yo pueda ganar las elecciones pero, aunque gane las elecciones, me va a ser muy difícil gobernar porque me van a hacer la vida imposible. Y ahora tenemos que ampliar la base y empezar un diálogo más abierto con gente con la que yo no puedo hablar. Lo estuve pensando y la verdad es que me parece que vos tenés que ser el candidato a presidente —tiró la bomba.
—Vos podés hablar con todos. Puerta que golpeás, puerta que te abren. Todos te la abren: los medios, los empresarios, los gobernadores, lo sindicalistas. A mí no.
—Me sorprendés. Todo lo que hicimos, incluyendo el libro (en alusión a Sinceramente), lo hicimos pensando en tu regreso como candidata. ¿Y de repente ahora me decís que no querés ser candidata? ¿Para qué trabajé todo este tiempo? —ensayó un falso reproche.
Alberto siguió con una vieja perorata sobre la imposibilidad de acopiar los votos de ella. Estaba convencido de que los votos no se trasladaban. De hecho, insinuó que Sergio Massa sostenía su propia candidatura presidencial esperando que Cristina se bajara, seguro de que sin ella el espacio kirchnerista —con Axel Kicillof u otro como candidato a la Casa Rosada— perdería mucha competitividad.
Por entonces algunos sondeos adjudicaban a la ex presidente 34 puntos de intención de votos. Alberto le decía que sin el apellido Kirchner en la fórmula ese número podría descender a 24 puntos.
—¿Vos lo pensaste bien? Me rompí el culo todo este tiempo organizando tu candidatura, organizando el libro, ayudándote con datos en las causas judiciales... ¿Hice todo para que seas candidata y ahora me venís con esto? —se mostró desconcertado.
—Justamente, si vos no hubieras hecho lo que hiciste yo no tendría la autoridad que hoy tengo para hacer esto que hago.
—No sé hasta dónde puedo llegar, no sé cuántos votos puedo sumar —evaluó con el tono de quien carga con una misión que asume como imposible.
Percibiendo la preocupación de su interlocutor, recién ahí Cristina largó la segunda bomba de la tarde.
—Vos vas a tener mis votos porque yo te voy a acompañar. Yo voy a ser tu candidata a vice.
—¡¿Vas a ser mi candidata a vice?! —levantó las cejas Alberto, a esa altura con una sensación interna de estar en una montaña rusa, aunque su cuerpo mostrara templanza.
—Sí, sí. Yo te garantizo todos mis votos, y vos tenés que ir a sumar lo que falta —tranquilizó la senadora.
—Te agradezco la confianza, Cristina, pero pensalo un poquito más porque vos podés ser candidata y podés ganar. Y si necesitás que te acompañe como vice no tengo drama en acompañarte. Pero pensalo un poquito más —propuso invertir la fórmula.
—No tengo nada que pensar porque yo ya lo pensé —clausuró la idea.
—En serio, deberías darle una vuelta más al tema —atinó a decir, sabiendo a esa altura que volvería a su departamento de Puerto Madero con otro título, además del de abogado. Iba a ser candidato a presidente. No tuvo ni chances de estudiarlo.
Al segundo, Cristina comenzó a explicarle los pasos a seguir.
—Mirá, yo ya tengo todo diseñado. Voy a grabar el viernes un video, donde voy a anunciar que vos sos el candidato y yo te voy a acompañar. Vos escribime lo que tendría que decir. Fijate qué se te ocurre.
—¿Eh? Imposible. No tengo la menor idea de qué estás haciendo. ¿Qué querés? ¿Que yo escriba bien de mí?
—Dale, dejate de joder. Esto es política. Ayudame a escribir esto.
Se despidieron afectuosamente. Alberto encaró para su casa. Lo esperaba Fabiola Yáñez, su pareja. Le pidió hablar un minuto a solas, disculpándose con una amiga que estaba de visita. «Mirá, el sábado va a empezar una vida distinta, donde van a tratar de inventar toda la mierda que puedan inventar de nosotros. Te pido prudencia en todo», fue el preámbulo de su revelación.
Al día siguiente, jueves 16 de mayo, Alberto volvió a encontrarse con Cristina. Tenía en su poder una encuesta presencial de Alfredo Serrano, director ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, que le daba a Cristina 12 puntos de ventaja sobre Macri.
—¿Viste la encuesta? ¿La estás viendo? Yo te acompaño si querés, pero tenés que ser vos —le dijo en otro infructuoso intento por torcer la decisión de la ex presidente.
—No, no, no. Quedate tranquilo. Lo que yo hago es lo correcto, Alberto —dejó en claro que no había ni ápice de posibilidades de dar marcha atrás.
—Pero pensalo, Cristina —planteó, ya en un duelo de terquedades.
—Ya te lo expliqué. Si soy yo, todo eso puede decrecer, olvidate. Tenés que ser vos. Ocupate de conseguir lo que falta.
Eran las 7 de la tarde de una jornada de tiempo agradable y un cielo nuboso. Alberto regresó a su casa. Y cumplió con lo que más que un pedido asomaba como una orden: escribió un texto donde hablaba bien de él. Dos carillas, de apuro.
—¿En serio querés el texto este? ¿Cómo es lo del video? —fue la última resistencia que ofreció al paso a paso diseñado por Cristina.
—Hay que hacerlo, dejate de embromar. Lo hablé con Máximo y está de acuerdo. Lo hablé con Parrilli y está de acuerdo —lo chuceó ella.