Devaluación, recesión, inflación: exteriorizaciones de un padecimiento inútil del pueblo argentino

01 de julio, 2018 | 06.00

Al momento de escribirse este artículo, el valor del dólar se aproximaba a los $30, registrando una devaluación acumulada desde diciembre de 2015 de casi el 200%, mientras que el riesgo país se acercaba a los 600 puntos, presentando un incremento desde la misma fecha de 22%. Por su parte, el Banco Central confirmaba una tasa de interés de referencia de la política monetaria de 40% anual. Muy poco le han durado al gobierno las buenas noticias del acuerdo “stand by” con el FMI y la categorización de “mercado emergente”. Apenas una semana.

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Hay síntomas claros de que los desequilibrios macroeconómicos que ha producido la gestión de Cambiemos en dos años y medio son insostenibles en el actual contexto internacional y de que el rumbo que pretende recorrer para resolverlos se parece mucho a los programas de ajuste que llevó a cabo la Alianza en el bienio 2000-2001 para alcanzar la categoría de “grado de inversión” que mágicamente haría llover los dólares sobre el país. Es bueno recordar que, en el marco de esa experiencia histórica, dicha calificación nunca se alcanzó. A pesar de la baja nominal de salarios públicos y jubilaciones los dólares nunca llovieron y, por el contrario, hubo un grupo privilegiado que se llevó de las reservas del Banco Central u$s20.000 millones al tipo de cambio 1 a 1, cuando era evidente que la Convertibilidad estaba agotada.

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Las decisiones que ha adoptado el gobierno en el marco del acuerdo “stand by” con el FMI parecen reproducir aquel escenario. Hay un conjunto de metas fiscales incumplibles. Apenas se menciona en la carta de intención el déficit del sector externo, que supuestamente será resuelto con un flujo positivo de inversiones. A la vez, Luis Caputo, presidente del BCRA, se apresura a rematar diariamente los u$s 7.500 millones recibidos del organismo multilateral en procura de mantener una paridad del dólar que todos los analistas, ortodoxos y heterodoxos, juzgan imposible a la luz de los u$s 8.400 millones de resultado negativo de la cuenta corriente del balance de pagos que arrojan los primeros cinco meses del año, a los que deben sumarse los u$s 13.857 millones de salida de capitales en igual lapso.

La insustentabilidad del modelo macrista fue declarada cuando, en febrero, el cambio de titular de la Reserva Federal modificó los flujos de liquidez internacional y cerró los mercados de deuda para la Argentina, único sostén de la política del “mejor equipo de los últimos 50 años”. Desde ese momento, la economía se desliza a un deterioro cada vez mayor de sus variables, tantos en los agregados macroeconómicos como en el sector real. Como señalábamos en los párrafos previos, las “buenas noticias” del desesperado acuerdo con el FMI y la recategorización como “mercado emergente” no revirtieron ni impidieron este penoso derrotero. Ahora bien, no se trata de un error de la administración de Macri sino de un proceso que procura que esta crisis autoinfligida sea soportada por el pueblo argentino y que el conjunto de agentes económicos estrechamente ligado al gobierno, sobre todo financieros, se beneficie de la volatilidad de los precios que ha desatado esta gestión. Un ejemplo menor pero emblemático de esta afirmación es el comportamiento del actual secretario de Finanzas y ex Subsecretario de Financiamiento, Santiago Bausili, que ha estado operando con sus fondos particulares en los distintos mercados de activos financieros, ganando dinero en lugar de regularlos para impedir las bruscas alzas y bajas de los títulos-valores.

Si una de las figuras importantes del equipo económico se beneficia con este comportamiento de los mercados ¿Qué se puede esperar del resto de los agentes económicos? Es claro que toda la política de gobierno no está orientada a resolver la crisis que se ha desatado sino a ordenar los impactos de la misma en favor de un determinado grupo social y empresarial.

La pregunta que los argentinos debemos hacernos es cuántos episodios de estas características vamos a soportar como Nación y como pueblo, cuando ocurren en intervalos temporales apenas superiores a una década. Las memorias de la Hiperinflación de 1989 y del crack de la Convertibilidad en el 2001 debieran servirnos de insumos históricos para la reflexión.