Crisis y oportunidad política

19 de abril, 2020 | 00.05

  
“Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro”. Lo dijo el papa Francisco en su reciente mensaje a los dirigentes de los movimientos sociales. El liberalismo nos ha enseñado a desahuciar este tipo de retóricas; toda apelación a una comunidad humana, como algo superior a la mera suma de individuos es considerada políticamente peligrosa, es temida como suelo fértil para el surgimiento de liderazgos mesiánicos capaces de borrar nuestras sacrosantas “libertades individuales”. En ese que es el léxico de nuestras ciencias políticas, palabras como patria, comunidad o religión suenan a remedos vacíos de etapas superadas de la historia humana. ¿Superadas por qué?
Vienen enseguida a la lengua liberal palabras como progreso, ciencia, libertad, individuo…Justamente, en el “momento de peligro” que percibe Francisco, esas son las palabras que aparecen interpeladas por la sensación de fragilidad que atraviesa a la humanidad completa. Las calles de New York o de Milán vacías y atemorizadas, la muerte en masa y las fosas comunes en las grandes ciudades de la civilización capitalista ponen en entredicho certezas y seguridades colectivas que solamente son concebibles en esa nueva religión –la más pobre de todas las religiones- que es la del individuo aislado, la de la ruptura de los lazos comunitarios, la del consumo como sentido primero y último de la vida; en una palabra, la religión del dios dinero. Ese culto no es practicado solamente en los círculos del privilegio. Es el culto oficial del mundo globalizado. Como se sabe desde hace mucho, la ideología dominante es la de la clase dominante. Por eso no se sostiene el tan habitual asombro por el comportamiento de amplios sectores populares que practican esa religión y a veces hasta militan en las formas más intensas e irracionales de adoración de ese dios. 
La crisis del coronavirus, dice Francisco, es una oportunidad. Aunque no sepamos qué viene después, todos intuimos que el mundo no volverá a ser como antes. Está muy claro que el tiempo de la pandemia es también el de una profunda crisis de la globalización capitalista. Una crisis que tuvo un momento dramático en 2008, y que fue neutralizado por una operación estatal a escala mundial de rescate de las más grandes entidades del casino financiero. El final de esa crisis se anunció año tras año desde la sabiduría neoliberal de “consultores” que no son sino voceros de las grandes corporaciones económicas. Hoy estamos en una etapa más aguda de esa crisis. Y la pandemia viene a iluminar la escena global. A mostrar que nuestra potente civilización capitalista es un gigante con pies de barro que no puede asegurar la vida sobre la tierra sino que, más bien, va creando sistemáticamente las condiciones para su destrucción. 
En este contexto en la Argentina se está anunciando un proyecto de ley de “impuesto a las grandes fortunas”. Todos los programas nacional-populares, progresistas y de izquierda tuvieron esta medida entre sus propuestas programáticas durante, por lo menos, los últimos cincuenta años. Y hoy se está discutiendo…Por supuesto, los grandes grupos mediáticos le han declarado la guerra, en nombre del sacrosanto derecho de propiedad (piedra angular de la religión del dios dinero). La cantinela es la de siempre: no hay que afectar a los privilegiados porque son los dueños del capital, y el capital es el que da empleo a las personas. ¡Si se ataca al capital sobreviene el caos! Por lo que se conoce hasta acá, el proyecto apunta a unos pocos miles de personas de altísimos ingresos y abundante patrimonio. Y la proporción en que los grava es muy modesta. Es decir, una medida moderada. Pero el problema es que el hecho de que el Estado recurra al gravamen de los privilegiados para dotarse de recursos en una crisis es un signo muy delicado. Siempre lo es. Hoy las imágenes de la deslucida remake de la crisis del campo de 2008 armada por los referentes rurales del macrismo fueron rápidamente borradas por el estallido de la pandemia. Pero eso ocurrió. Y ocurrió por una suba de tres puntos porcentuales de las retenciones a la exportación de soja que afectaba a una ínfima minoría de los productores. 
Siempre es muy elegante condenar la pobreza. Los mismos editorialistas de Clarín y La Nación suelen rasgarse las vestiduras por sus índices. Particularmente cuando la medición de sus cifras les permite utilizarla en contra de la más importante experiencia de recuperación de ingresos de los sectores populares que tuvo lugar entre 2003 y 2015. Pero hablar de la riqueza está prohibido. Eso es comunismo, maoísmo, populismo… Queda bien perorar contra la desigualdad en la distribución de la riqueza pero meterse con la plata de los más ricos entre los ricos es pecado. 
Aquí y ahora, el impuesto tiene una importancia muy grande para el modo en que los argentinos y argentinas afrontaremos esta grave crisis global. La crisis la estamos sufriendo todos (o casi todos) pero el necesario cese de actividades por la cuarentena provoca mucho daño entre los sectores desprotegidos. Hay muchas personas entre nosotros que carecen en absoluto de ingresos, a pesar del Ingreso Familiar de Emergencia, oportunamente creado. ¿No es el momento de abrir la discusión sobre la renta básica universal? ¿No sería oportuno enlazar la renta con el impuesto a las grandes fortunas? Quienes supongan que se trata de una fantasía o de una utopía, tengan en cuenta que la renta básica no es solamente una propuesta del Papa (enunciada en el ya citado mensaje a los movimientos sociales). También el Financial Times (como lo comentáramos en esta columna la semana pasada) lo menciona como una de las políticas a las que se debe abrir paso. 
La crisis es una oportunidad. Lo importante es que pueblo y gobierno la aprovechen con inteligencia y coraje. Los límites de las posibilidades políticas se ensanchan en coyunturas como éstas. El célebre, y más o menos extinto hoy, “estado de bienestar” nació entre los escombros y la masacre humana de la segunda guerra mundial. La única manera en la que el nuevo gobierno saldrá airoso de esta terrible prueba a la que se vio expuesto apenas asumido, es forjar una sólida alianza con los trabajadores y con los sectores más necesitados. Para eso hay que ponerse al frente con energía de la batalla para hacer respetar los precios máximos, obligar a los bancos a que concreten los préstamos a los pequeños y medianos empresarios y evitar los abusos patronales bajo la forma de despidos o quitas salariales, entre otras tareas urgentes. Todo eso habrá que hacerlo en las condiciones de debilitamiento del estado combinado con el saqueo de los recursos nacionales, que es la herencia del macrismo y la segunda alianza.