Luego del triunfo electoral de la fórmula Fernández- Fernández y pasada la histórica fiesta del 10 de diciembre “con la resaca a cuestas”, como canta Serrat, el nuevo gobierno debe reparar el daño realizado por la gestión macrista, lo que implica pacificar lo social, poner a caminar un país devastado, endeudado, en situación de emergencia alimentaria y sanitaria. Mientras tanto, los poderes del mal continúan azotando con su estrategia fascista, amenazando y desestabilizando la democracia de un país en el que, pese a que el campo popular ganó las elecciones, en la cultura desde hace tiempo vienen triunfando los ideales neoliberales. La oligarquía o “el campo”, como se la llama, y el Grupo Clarín con su periodismo de guerra operan sin tregua y sin límites contra las democracias populares.
Cabe mencionar que el país no es ajeno al contexto continental, atravesado por un tiempo de disputa entre la voluntad democrática y el poder disciplinador del mercado que busca imponer cada vez más neoliberalismo. Como sabemos, se trata de un capitalismo financiero caracterizado por la concentración del poder económico, político y comunicacional, que rechaza la democracia si es popular y se define por la soberanía, la equidad y la justa distribución. El neoliberalismo busca por todos los medios, legales e ilegales, estatales y paraestatales, intervenir las instituciones debilitando las democracias y produciendo estados de excepción.
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En esta contienda en la que se dirime el modelo democrático, el campo popular tendrá que librar una batalla fundamental: la disputa por la hegemonía cultural.
Huelga aclarar que esa batalla implica una elección forzada que tienen que asumir no sólo los dirigentes desde arriba sino también las bases, porque en esta disputa se juega el modo de vida presente y el destino de las próximas generaciones. Dicho de otra manera, no sólo se trata de una batalla necesaria sino imprescindible, y además de darla hay que ganarla. De lo contrario, la democracia se topará una y otra vez con los mismos impedimentos que la conducen a las desestabilizaciones, los golpes de estado o a perder el gobierno que representa a las mayorías en pos de una supuesta “saludable alternancia”.
La llamada por los grupos de poder saludable alternancia democrática entre dos modelos opuestos, el nacional-popular y el neoliberal, expresa en realidad dos dificultades de los gobiernos populares: por un lado, el poder que conservan en ellos las corporaciones que no descansan con sus operaciones destituyentes y antidemocráticas. Por otro lado, da cuenta de la fragilidad que presentan las construcciones populares, que son altamente democráticas pero no se sostienen en el tiempo.
De ahí que en este nuevo intento de gobierno nacional y popular dar la batalla cultural sea imprescindible
¿Qué significa dar la batalla cultural?
Implica producir una cultura democrática emancipada o descolonizada, que enamore y sea capaz de cuestionar modos de vida, automatismos, ideales e imperativos arraigados como el consumo, el individualismo y el odio en sus múltiples expresiones -como el machismo, el clasismo y los racismos. Para conseguir ese objetivo será necesario luchar por lo simbólico, disputar los sentidos comunes potenciando los canales de comunicación opuestos a la corporación Clarín y desarrollar medios alternativos populares y de calidad.
Habrá que construir un Estado capaz de oír las demandas populares; recordemos que el Estado no es una mercancía que se tiene, se ocupa o se compra, sino que se construye democráticamente. Se entiende que la implementación de éstas estrategias requiere de una democracia participativa en la que el pueblo tiene que jugar un rol protagónico, porque es sólo desde abajo, desde las fuerzas vivas, que la misma se volverá posible.
Está claro que la batalla es despareja y que el campo popular corre con serias desventajas, porque sus estrategias se basan en la política en lugar del marketing o las operaciones de la guerra, como el ejército de trolls, las fake news y el lawfare. ¿Esto significa que hay que renunciar a la política y emplear las técnicas del marketing, la publicidad, la autoayuda o la guerra? Nada más lejos de nuestro planteo. Se trata de dar y ganar una batalla con las herramientas y los límites que presenta la política democrática, frente a un enemigo que opera con las tácticas de la guerra. La dificultad no implica imposibilidad ni impotencia, como ejemplos recientes podemos citar el triunfo de la militancia y la inteligencia colectiva que fueron capaces de ganarle a la inteligencia artificial, o la contienda y la estrategia que se dio la semana pasada en Diputados ante la negativa de Cambiemos para sacar la ley de emergencia alimentaria.
Este camino conjunto de pueblo y Estado requiere de un gran esfuerzo militante y participativo, que conduzca a fortalecer la unidad conseguida que fue capaz de derrotar en las urnas al neoliberalismo; la tarea ahora es ganar la cultura. Habrá que profundizar la política para encontrar en ella y desde ella las fuerzas colectivas que establezcan vínculos comunitarios y límites a los dispositivos de poder del mercado.