Brasil ha iniciado el experimento más traumático y sin sentido de su historia reciente. Jair Bolsonaro se apresta a desmontar el modelo productivo e industrial vigente durante más de ocho décadas sin que medien razones relevantes para esta decisión.
En el momento de las elecciones, desde esta columna se planteó el riesgo que corría un esquema de desenvolvimiento de la economía con base industrial, que la élite brasileña había conducido con éxito enfrentando con aciertos los sucesivos desafíos internacionales y regionales desde la resolución de la crisis de 30 liderada por Getulio Vargas hasta los gobiernos de Dilma Rouseff.
El programa del nuevo Gobierno se centra en el desmonte del Estado empresario y regulador articulado con los empresarios nacionales generadores de mayor valor agregado y competitividad no basada exclusivamente en recursos naturales ni mano de obra barata. Dando comienzo a un proceso de apertura generalizada de la economía a los planes de negocios del gran capital internacional con aliados locales primario-financieros.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Este recorrido es inédito para una Nación cuya economía ocupa el 9o puesto en el ranking mundial, siendo la 5ta en extensión territorial y la 6ta por número de habitantes. Los interrogantes sobre la viabilidad de este rumbo son tan grandes como los que existen sobre la sustentabilidad de una coalición que ha intervenido para impulsar en Brasil “el modelo chileno de Pinochet”, un esquema aplicado hace cuatro décadas en un país cuyo PBI es el 13% del brasileño, en tanto que su superficie y población apenas alcanzan al 9% del gigante latinoamericano.
El flamante Presidente ha ungido como decisor económico excluyente a Paulo Guedes, un ex-Chicago Boy de actuación en el Chile de Pinochet, que se propone privatizar empresas públicas líderes en el sector industrial y energético, desregular el mercado financiero achicando la intervención de los bancos públicos y abrir el protegido mercado brasileño a las decisiones de inversión global.
Este programa también genera perplejidad por el rol de fuerte respaldo al nuevo Gobierno asumido por las Fuerzas Armadas, un actor que tradicionalmente acompañó el esquema de nacionalismo económico de la elite. De hecho, numerosos documentos del Ejército de los 40 hasta los 70 planteaban que la integridad territorial de Brasil se sostenía en industria e infraestructura.
En el discurso inaugural, Bolsonaro aludió al sector agropecuario para desempeñar un “papel decisivo” (sic) en el nuevo modelo aperturista, reflejando que su Gobierno se decide a conducir al país más poderoso de Latinoamérica hacia un destino impropio para su envergadura e historia, pero también de colisión con el orden internacional pos-crisis 2008 que se encuentra emergiendo.
El futuro es muy incierto, pero en lo inmediato, Brasil es el principal socio comercial de la Argentina. Para un país de fuerte desequilibrio externo auto-inflingido como el nuestro, las decisiones que se adopten en Brasilia pueden ser de alto impacto.
Por lo pronto una desarticulación del Mercosur como mercado ampliado para los productos manufacturados agropecuarios e industriales argentinos puede agudizar nuestro desequilibrio aún más que lo ocurrido en el lapso 2016/2018, dónde las exportaciones a Brasil fueron de un promedio anual de u$s 9.500 millones, 28,6% menos de las ocurridas en el trienio 2013/2015 por u$s 13.300 millones promedio anual.
Pero lo más grave fue la fuerte expansión del déficit de nuestro intercambio, que creció de u$s 2.200 millones promedio anual en el trienio 2013/2015 a u$s 5.900 millones promedio anual en los tres años del Gobierno de Cambiemos 2016/2018.
La decisión de Bolsonaro de desarmar el Mercosur abriendo su economía y a la vez profundizar el proceso en curso de primarización de sus exportaciones, no sólo puede privar a argentina de su principal mercado de bienes manufacturados, sino también competir internacionalmente por los mercados primarios.
Además, Brasil tiene históricamente la capacidad de devaluar su moneda sin un traspaso mecánico del salto cambiario a los precios internos. Si el ministro Guedes pretende usar esa habitual herramienta para reforzar la competitividad externa y acelerar el ajuste interno, con el Mercosur en crisis, Argentina se verá arrastrada a una “guerra de monedas” con su principal socio comercial, de claro resultado perdidoso.
Para el Presidente Macri, la llegada de Bolsonaro significa un potente refuerzo ideológico en la región, pero la política macroeconómica y comercial de Brasil puede debilitar aún más las desequilibradas cuentas externas argentina.
Tal vez por eso, nuestro mandatario decidió proseguir sus vacaciones y no concurrir a la asunción del nuevo Gobierno vecino.