Armenia Martínez es actriz desde hace muchos años. Comenzó en los 90 en la Comedia de la Provincia de Buenos Aires con el Jardín de los Cerezos, de Chejov, interpretando a Varia, luego en distintos grupos teatrales. Fue nominada en los Premios ACE como Mejor Actriz Off por su personaje de Lulú, en Lulú ha desaparecido. Tuvo como maestros teatrales a Omar Sánchez, Cristina Banegas, Alberto Ure, Paco Gimenez, Elena Tritek, Ugo Urquijo, Carlos Ianni, entre otros y hoy es una de las protagonistas de Un pájaro cualquiera, la obra dirigida por Patricio Ruiz que se expone en Teatro del Pueblo, los viernes a las 21. La puesta en escena es una adaptación de La Gaviota de Chejov y juega con el humor y la irreverencia, con muchas referencias al teatro, a la industria, a la tele y a la sociedad y problemáticas actuales. El Destape charló con Armenia, acerca de Un pájaro cualquiera y también de la actualidad del teatro independiente.
-¿De qué se trata Un pájaro cualquiera?
-Básicamente, habla del teatro, habla de los actores. Toma como punto de partida los personajes de la obra teatral “La Gaviota” del autor ruso Anton Chejov, y crea una partitura de ficción dentro de la ficción; es una mamushka.
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-Patricio Ruíz propone una versión libre de La Gaviota, con referencias que llegan hasta las actuales problemáticas de la sociedad ¿Cuál es tu rol en este obra?
-En esta obra, mi personaje se llama Blanca, y está en línea directa con la Irina Arkadina de La Gaviota. Arkadina es considerada una gran actriz de teatro, y es una persona muy vanidosa y egocéntrica, y se recuesta en el status de “Gran Actriz”. Blanca sostiene una gran mentira, la sostiene como puede. La pregunta que me hago como actriz es: hasta qué punto se puede sostener una mentira?
-Armenia, sos dueña de un curriculum muy extenso, que atraviesa tanto el teatro independiente y llega a la televisión ¿Por qué sos actriz?
-Hace muchos, muchos años, vi Yerma, de Federico García Lorca en el San Martín, interpretada por la gran Nuria Espert. La puesta era llamativa y hermosa. Nuria se desplazaba en un círculo elástico, jugando con los equilibrios-desequilibrios. Me conmovió. Creo que ahí, íntimamente, decidí ser actriz. Ser actriz significa dar, llegar al otro. Intentar traspasarlo. Dar belleza. Eso fue lo que sentí cuando vi a Nuria Espert.
-La obra se presenta en el Teatro del Pueblo, un lugar cargado de historias ya que fue uno de los primeros recintos independientes que abrió sus puertas al arte en Buenos Aires ¿Qué les significa ese escenario?
-Es un escenario cargado, si, de historia. Y me enorgullece estar nuevamente y además, sumo el hecho que el Teatro del Pueblo se encuentra en una etapa de “despedida” del histórico espacio de Diagonal Norte. Me hubiese gustado que siguiera en ese lugar. Pero también pienso que está bueno “renovarse”.
-¿Cómo analizas el momento actual del teatro independiente?
-Es un momento muy difícil, de crisis. En momentos así, se aprende mucho: reconozco que lo que sostiene la continuidad del teatro es la pasión. El disfrute que da el teatro. Y esto se potencia en el teatro independiente. Las crisis renuevan las ganas; acrecienta el deseo de hacer, de decir, de llegar al otro. La producción de una obra de teatro, por más sencilla que ésta sea, en estos tiempos, es costosa. Pero No es imposible: es allí donde operan las voluntades de cada integrante del grupo aportando ganas, ideas, tiempo, dinero, etc. Los subsidios que otorgan los distintos organismos para la producción teatral no han desaparecido, pero sí, desafortunadamente, han disminuido su valor ya que no se han actualizado de acuerdo al incremento inflacionario. Sigue siendo una ayuda, importante, pero con un alcance menor. Considero que es un retroceso; recortar la cultura es recortar el crecimiento de una sociedad