El pasado martes, los 12 países de la región acudieron al llamado de Luiz Inácio Lula Da Silva, para participar de una reunión de mandatarios planteada para “revivir” el proceso de la construcción de Uniones Suramericanas (Unasur).
El encuentro que culminó como una declaración conjunta, compromisos para la integración económica y pequeños pasos para dar continuidad al proceso, como la creación de un grupo de contacto de cancilleres, dejó tras de sí algunas señales políticas. La primera, fue la amplia convocatoria como indicador, que demuestra la progresiva restitución del rol protagónico de Brasil en la construcción de una voz regional con proyección global y la segunda, fue la insistencia sobre el mensaje que quedó trunco durante la cumbre de la Celac a principios de este año: el proceso de integración regional incluye también a Venezuela. Una tercera, giró en torno a los BRICS (bloque compuesto por Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica) como el camino elegido por Brasil para aglutinar esfuerzos frente a un mundo en el que recrudece una disputa entre los proyectos estratégicos expresados en el G2.
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Como antesala del encuentro, Lula y Nicolás Maduro, como máxima representación de sus países, restituyeron las relaciones diplomáticas entre Brasil y Venezuela, interrumpidas desde 2015. “Es difícil concebir que hayan pasado tantos años sin mantener diálogos con la autoridad de un país amazónico y vecino”, dijo Lula, al expresar su alegría por la visita venezolana en la apertura de la reunión.
En el mismo discurso, el mandatario brasileño, defendió la posibilidad de que venezolanos y venezolanas elijan a sus presidentes en procesos electorales libres y criticó a los gobiernos que reconocieron en la presidencia al autoproclamado Juan Guaidó. Además Lula aprovechó la oportunidad para expresar su posición a favor de la incorporación de Venezuela (y de todos los países que así lo quieran) al bloque de los BRICS. La idea fue reforzada por Maduro, que propuso trabajar en la creación de una nueva geopolítica mundial, basada por un lado en la Unión de naciones en la diversidad y apoyada en los BRICS como elemento de avanzada.
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Ya en la cumbre de mandatarios, Lula compartió 10 puntos sobre la importancia de la región, la necesidad de la integración para “hacer frente solo a las amenazas sistémicas actuales”, la necesidad de establecer “mecanismos de compensación más eficientes y la creación de una unidad de referencia común para el comercio, reduciendo la dependencia de monedas extrarregionales”.
También mencionó la necesidad de cooperación en áreas como defensa, educación, salud, infraestructura y planificación, regulación de importaciones y exportaciones, entre otros. Los más resonantes fueron, en el ámbito económico, el fortalecimiento de la “identidad monetaria” de la región y la “creación de una unidad de referencia común para el comercio, reduciendo la dependencia de monedas extrarregionales”, además de la “constitución de un mercado suramericano de energía”, aspecto no menor para una región que tiene vastos recursos en este sector.
La guerra multidimensional que se libra en el mundo por el control de los tiempos sociales de producción global, y de los territorios, se observa claramente como guerra de monedas, guerra comercial, guerra por el control de los recursos naturales (energéticos) estratégicos, no casualmente, dimensiones centrales en el discurso del ex metalúrgico, en la mesa de reunión de los mandatarios sudamericanos.
El liderazgo brasileño en Sudamérica
Desde su asunción, Lula ha llevado adelante una agenda internacional muy activa, desde su reunión en enero con Joe Biden, su encuentro con el presidente chino Xi Jinping, al cual asistió con una amplia comitiva, hasta el logro de la designación de la ex presidenta Dilma Roussef como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS. Mientras tanto, el ex candidato a presidente y actual Ministro de Hacienda, Fernando Haddad, mantiene una relación relativamente fluida con el Tesoro estadounidense y el FMI.
Pareciera ser entonces que Brasil, bajo la conducción de Lula, busca presentarse ante el mundo como el representante de Sudamérica, como una síntesis de intereses comunes, para generar relaciones de fuerzas que le permitan pendular entre los bloques de poder que ordenan cada conflicto en el mundo, lo que hemos denominado el G2. Algo que podría ser similar a lo que en Argentina conocemos como tercera posición.
Hacia adentro de la región, el proyecto de integración impulsado, muestra algunos signos de bilateralidad, además de una posición de representación por parte de Brasil para con el resto de la región. En Argentina, hemos visto algunos ejemplos, con Fernando Haddad intercediendo ante Janet Yellen por la deuda con el FMI, Dilma Rousseff expresando su voluntad de vehiculizar financiamiento del BRICS o Lula declarando que “no fue posible” lograr ese financiamiento y que “hay dificultad para cambiar el artículo” que impide el mismo, todo ello mientras la comitiva Argentina liderada por Sergio participaba en la Cumbre del BRICS.
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La propuesta de Brasil reivindicatoria de la Unasur como "patrimonio colectivo" de América del Sur y la necesidad de "retomar su proceso de construcción" es la materialización de varios intentos de poner en la agenda política la integración del cono sur, algo que se ha impulsado por sectores como el Grupo de Puebla, y que se materializó, por ejemplo, en una carta firmada por ex mandatarios de la región cuya versión final, no casualmente, fue publicada el día de la segunda vuelta electoral de Brasil. Sin dudas, estos son algunos indicios del rol que asume el mandatario brasileño en este nuevo tiempo.
La Unasur en la memoria de los pueblos latinoamericanos representa un momento de avanzada en la integración regional, pero fundamentalmente en las condiciones políticas y económicas de este rincón del mundo en el que se alzó una voz capaz de decirle no al ALCA, y también de mejorar las condiciones de vida de las mayorías. Retomar mecanismos de diseño de políticas soberanas a escala, sin embargo, implica partir del reconocimiento de que el contexto global ha cambiado rotundamente.
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Tal proceso de principio de siglo dejó también varios aprendizajes respecto de lo dificultoso que es construir mecanismos de integración sólidos, que no se desmantelen tan rápidamente cuando aparece una contraofensiva neoliberal, porque cuando hubo que avanzar en acciones de carácter estructural, se dudó. En aquel momento quedaron truncos proyectos como el del Banco del Sur y la integración en materia de defensa, anunciada como Ejército Común del Sur.
La integración que necesitamos como pueblos sudamericanos incluye el plano de lo político-institucional y de la economía, pero también requiere de otra dimensión, y tiene que ver con la posibilidad de construir poder con capilaridad social para avanzar en transformaciones profundas desde la diplomacia de los pueblos y sus organizaciones. En este sentido, la integración económica y su expresión institucional es necesaria para mejorar las condiciones de vida en una región enormemente desigual y constituir un bloque fuerte con voz propia ante el mundo, pero no por ello es suficiente.
Avanzar en una agenda compartida en cuestiones monetarias, alimenticias, energéticas, educativas, sanitarias, de defensa, entre otras, es urgente. Ante la crisis generalizada por el empate catastrófico de los dos grandes proyectos estratégicos que se disputan el Siglo XXI, nuestra región -tan rica en recursos como desigual socialmente a causa de la dependencia estructural-, debe ser una prioridad de los gobiernos que contienen a los sectores populares en sus programas. Lula tiene una nueva oportunidad histórica de empujar este programa, para Brasil y para toda Sudamérica. Coquetear con todos, pero casarse con el Pueblo.