El gobierno de los Estados Unidos afirma desde diciembre pasado que “Rusia invadirá Ucrania” de forma “inminente”. Desde Moscú niegan la potencial incursión y denuncian que la administración de Joe Biden “está utilizando a Ucrania” para intentar involucrar a su país en una guerra que no busca.
La llegada de EE.UU. a Ucrania
Entre 2013 y 2014 distintas manifestaciones anti gubernamentales sacudieron Ucrania. La decisión del entonces presidente, Viktor Yanukovich (aliado de Rusia), de rechazar la adhesión del país a la Unión Europea se erigió como principal motor de las protestas. Pero la espontaneidad de la inicial insatisfacción reflejada por un sector de la población se transformó rápidamente en una serie de revueltas violentas dirigidas por partidos de derecha y ultraderecha, grupos armados neonazis y otras organizaciones a las que EE.UU. venía financiando desde hacía años. En febrero de 2014, quien fuera la responsable del Departamento de Estado para la región, Victoria Nuland, admitió públicamente que Washington había gastado 5.000 millones de dólares para “restaurar la democracia” en Ucrania. La revista conservadora The National Interest mencionó que la administración [Obama] y sus aliados de los medios de comunicación occidentales ignoraron convenientemente aspectos desagradables de la revolución ‘democrática’ ucraniana. Pero Yanukovich había sido elegido democráticamente y de manera “transparente”, según la misión electoral de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa), ente que dista mucho de ser pro ruso.
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La adhesión a la Unión Europea por parte de Ucrania también era resistida. Otro sector de la población no veía beneficios en la propagandizada “europeización” de Ucrania. David Teurtrie, investigador del Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (INALCO, París) escribió que “la propuesta que se le hizo a Ucrania fue, como yo la llamaría, una estrategia de perder-perder. ¿Por qué? El acuerdo correspondía al establecimiento de una zona de libre comercio entre la UE y Ucrania. Pero esta zona de libre comercio fue muy desfavorable para Ucrania porque abrió el mercado ucraniano a los productos europeos y abrió parcialmente el mercado europeo a los productos ucranianos que, en su mayor parte, no son competitivos en el mercado occidental. Entonces vemos que la ventaja no es muy obvia para Ucrania. Para simplificar, Ucrania asumió todas las desventajas de esta liberalización comercial con la UE y no recibió ninguna ventaja”.
Las manifestaciones violentas provocaron un golpe de Estado y el fin de la presidencia de Yanukovich, seguido por la instauración de un gobierno pro estadounidense que tiene continuidad hasta el presente.
Cuando se consumó el derrocamiento de Yanukovich, una parte de la región del Donbass (sudeste de Ucrania) decidió no reconocer la nueva autoridad y proclamar su independencia. Luego de realizar sus respectivos referéndums, Donetsk y Lugansk se autoproclamaron formalmente como repúblicas autónomas y comenzaron a tejer alianzas con el gobierno ruso. Ucrania decidió responder atacando militarmente los territorios separatistas, lo que dio lugar a una guerra que continúa hasta nuestros días.
Durante los años posteriores al golpe de Estado y la separación de parte del Donbass, los sucesivos gobiernos asentados en Kiev han mantenido una política abiertamente xenófoba hacia los rusoparlantes que habitan principalmente en el este de Ucrania. Svoboda, partido neonazi ucraniano (rusófobo, antisemita, anticomunista, homófobo) y pieza importante de las revueltas de 2014, terminó formando parte del poder que sucedió a Yanukovich: fueron nombrados al frente de algunos ministerios y transformándose en “una parte integral del aparato militar y de seguridad de Petro Poroshenko”. El actual presidente Zelenski ha desarrollado esta impronta tratando, por ejemplo, de dividir a los pueblos “autóctonos” de los “no autóctonos” y sin siquiera reconocer a la población de origen ruso. Lejos de intentar favorecer la cohesión territorial a través de la integración, Ucrania ha tenido una política autoritaria y ofensiva contra su diversidad étnica-lingüística, lo cual ha divido aún más a los habitantes ucranianos.
Región del Donbass, en el Este de Ucrania
Desinformación y confusión
Los grandes medios estadounidenses y británicos encabezan una operación de prensa a gran escala que tiene como objetivo instalar la idea de que Rusia invadirá Ucrania de manera inminente. Desde diciembre de 2021 se acumulan cientos de titulares anunciando la tan mentada incursión que, hasta hace pocos días, ocurriría en enero.
Las pruebas son escasas y no aluden a planes de invasión. El Washington Post mostró fotos satelitales de militares rusos apostados en la frontera con Ucrania. El resto se basa solo en declaraciones de miembros de inteligencia y funcionarios estadounidenses que quisieron preservar el anonimato.
El círculo vicioso de fuentes sin nombre e información sin pruebas se retroalimenta día a día con declaraciones contradictorias del presidente Biden, sus voceros y altos mandos del Pentágono.
Ante el primer vencimiento del plazo anunciado para la entrada de tropas rusas en Ucrania, la vocera del Consejo de Seguridad Nacional, Emily Horne, aclaró que el presidente Biden consideraba la posibilidad de que Rusia invada Ucrania, no en enero, sino en febrero. Luego el portavoz del Pentágono dijo que la “inminencia” de la supuesta invasión no significa “mañana” y que no se puede hacer una predicción exacta de cuándo ocurrirá.
Rusia, por su parte, ha negado los planes de invasión desde un comienzo. Su canciller Sergei Lavrov declaró en repetidas ocasiones que Moscú no tienen intenciones de iniciar una guerra en Ucrania, tildando las acusaciones de “falsas e infundadas”.
Esta semana, la CNN dio a conocer que el presidente ucraniano, Vladimir Zelensky, solicitó a Biden “calma” y “cautela” con los mensajes sobre la invasión inminente debido al “riesgo de causar pánico y consecuencias económicas negativas para Ucrania". En diciembre pasado, Zelensky había adherido a las versiones estadounidenses luego de que altos mandos militares e incluso su propio vocero las negaran y calificaran dicha información como “presión de carácter propagandístico o psicológico”.
La teoría de la invasión inminente sostenida por gobiernos y medios anglosajones solo se sustenta en imágenes satelitales que, según estos, demuestran que Rusia tiene apostados 100.000 soldados en la frontera con Ucrania.
Alexéi Danílov, secretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa de Ucrania, hizo alusión a esta información negando la posibilidad física de una incursión rusa con esa cantidad de tropas movilizadas. “¿Hay movimientos de tropas rusas en su territorio? Sí, los hay, no es una noticia para nosotros. Quizás es una noticia para nuestros socios extranjeros" (...) “Una invasión a gran escala requeriría tres, cuatro, cinco veces, mucho más de lo que está presente hoy."
Cuando comenzaron a acumularse los titulares sobre la invasión rusa, Sergei Shaptala, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas ucranianas, afirmó que “el enemigo [Rusia] no está intensificando sus esfuerzos” en la frontera y que las noticias de que militares rusos se estaban acercando a la misma con el propósito de cruzarla “no son ciertas”.
Las grietas en la OTAN
Las más importantes potencias europeas, pertenecientes a la OTAN, se han mostrado resistentes a seguir el ritmo de la escalada estadounidense en Europa del este. Alemania se ha negado a brindar el espacio aéreo a aviones que transportaban armas hacia la región, llegando a cuestionar la aplicación de sanciones económicas contra Rusia, país del cual depende su estabilidad energética. Francia, por su parte, está interesada en coordinar la política hacia Ucrania con la Unión Europea (sin EE.UU. y Reino Unido) previo a las decisiones que se puedan tomar en el pleno de la OTAN. Turquía, otra parte fundamental de la alianza militar atlántica, apuesta por resolver el conflicto convocando a los presidentes ucraniano y ruso a Ankara, sin participación de EEUU en una primera instancia.
¿Qué es lo que quiere Estados Unidos?
Como lo han manifestado los funcionarios del gobierno de Putin, Rusia exige a EE.UU. “la no expansión de la OTAN hacia el este y el no despliegue por parte de la Alianza Atlántica de armas de ataque que puedan amenazar al territorio ruso”, lo cual, hasta ahora, no ha tenido una “reacción positiva”, según el canciller ruso.
Sin embargo, es más difícil dilucidar las intenciones de EE.UU. Mientras Rusia no irrumpe en Ucrania, las hipótesis sobre las verdaderas pretensiones de la Casa Blanca empiezan a tener mayor credibilidad. La imposición de un cerco militar occidental contra Rusia es un hecho, las razones pueden ser varias:
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Socavar la expansión de su influencia estratégica en Europa y Asia Central, predominantemente la que está relacionada a proyectos gasíferos: Rusia es el principal exportador de gas de Europa y varios de sus países dependen en gran medida de su suministro. El proyecto Nord Stream 2 (ruso-alemán) está suspendido a pesar de haber concluido su construcción en septiembre de 2021. Las presiones de EE.UU. explican enteramente la paralización. Este último ha visto crecer sus importaciones de gas licuado a Europa desde el inicio de las tensiones, a pesar de ser más caro que el gas ruso.
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Desestabilizar el gobierno de Putin: EE.UU. viene desarrollando la estrategia de desgastar el poder ruso, provocando conflictos políticos y militares en sus países vecinos (Bielorrusia, Kasajstán, Ucrania)
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Intentar provocar un involucramiento militar ordenado por Moscú en el territorio separatista del Donbass a través de un eventual ataque de parte de las tropas ucranianas en la región.