El presidente de la República de Artsaj -un Estado fundado en 1991 en pleno derrumbe de la Unión Soviética en la región del Cáucaso, que es la mitad de Tucumán y nunca consiguió reconocimiento internacional ni independencia económica y política real de Armenia- firmó un decreto este jueves para disolver a su país desde el 1 de enero de 2024. En el breve texto, Samvel Shahramanyan básicamente aceptó que el territorio de Nagorno Karabaj pasará a ser parte del Estado vecino, Azerbaiyán, como éste reclamaba hace más de 30 años y varias sangrientas guerras e hizo un guiño a quien muchos armenios hoy consideran como uno de los grandes responsables de su derrota: su histórico aliado, Rusia.
"En conexión con la actual difícil situación militar y política, con la premisa de que la prioridad es garantizar la seguridad física y los intereses vitales del pueblo de Artsakh, teniendo en cuenta el acuerdo alcanzado a través de la mediación del comando del contingente de la misión de paz rusa con los representantes de la República de Azerbaiyán para garantizar la libre y voluntaria circulación de los residentes de Nagorno-Karabaj con sus pertenencias en sus autos, incluidos los militares que depusieron las armas, a través del corredor Lachin, decidimos: 1. Disolver todas las instituciones del Estado y organizaciones subordinadas para el 1 de enero de 2024 y la República de Nagorno-Karabaj (Artsaj) deja de existir", estableció el decreto oficial de los independentistas.
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La decisión de Shahramanyan no es el final más común para un conflicto armado con ramificaciones internacionales que lleva varias décadas. Sin embargo, en los últimos años, el escenario cambió radicalmente para los armenios de Nagorno Karabaj, una causa que está en el corazón de la nación y la diáspora armenias. Rusia comenzó a dar un giro en 2020 y en los últimos tiempos, con el trasfondo de la guerra en Ucrania y la belicosidad que desató entre Moscú y las potencias occidentales, terminó de modificar la relación de fuerzas que había permitido mantener "congelado" el conflicto durante más de tres décadas. Entonces, las fichas comenzaron a caer una tras la otra, sin que ninguna potencia externa, principalmente Estados Unidos o Europa, decidieran involucrarse.
Un giro que comenzó en 2020
En 1994, la primera tregua en este conflicto entre armenios y azerbaiyanos se firmó para poner fin a tres años de una guerra que provocó alrededor de 30.000 muertos. En ese momento, la balanza se inclinaba para el otro lado y las largas columnas de desplazados y refugiados fueron en su mayoría azerbaiyanos: la nueva Rusia postsoviética había conseguido el compromiso de Estados Unidos de no meterse en su zona de influencia y, por eso, su apoyo alcanzó para convencer a Azerbaiyán de que no había manera de ganar el conflicto por la fuerza. Con el apoyo de Moscú, los independentistas armenios construyeron la República Artsaj, un enclave ubicado entre Armenia y Azerbaiyán al que solo se pudo ingresar desde entonces por una ruta armenia, sin fronteras ni aduanas. En los hechos, funcionó como una provincia armenia, no solo por la libre circulación y el presupuesto que le garantizaba el Gobierno armenio, sino principalmente porque la existencia de esa república no reconocida por el mundo estuvo desde el principio atada a la independencia y construcción del Estado armenio tras la disolución de la URSS, a finales de 1991.
En otras palabras, Nagorno-Karabaj para el sentimiento nacionalista armenio siempre fue central. De hecho, de los cinco presidentes electos que tuvo Armenia desde su última independencia, dos nacieron en Nagorno-Karabaj y gobernaron durante 20 de los 32 años.
Azerbaiyán nunca aceptó la realidad "congelada" que dejó la tregua de 1994 y a través de las décadas hubo constantes escaramuzas en las fronteras de hecho y, en varias ocasiones, incluso se desataron semanas o meses de guerras con importantes saldos de muertos para ambas partes. Pero el quiebre del balance postsoviético comenzó a hacerse evidente en 2020, cuando Rusia forzó a sus aliados armenios a poner fin a la última ofensiva bélica de Azerbaiyán -que gracias a sus petrodólares y el contundente apoyo de su aliado, Turquía, había ganado una gran superioridad militar- con un acuerdo de paz que no solo daba parte del territorio de Nagorno-Karabaj a los azerbaiyanos y rompía la continuidad territorial entre Armenia y Artsaj, sino que además desplegó a sus propias tropas en las zonas que quedaron para los independentistas armenios.
El acuerdo fue una daga para el nacionalismo armenio, por eso, el primer ministro, Nikol Pashinian, al anunciarlo, reconoció que había sido una decisión "increíblemente dolorosa". Enfrentó protestas, temores de un levantamiento popular y, al año siguiente, denunció un intento de golpe de Estado cuando la cúpula militar le pidió la renuncia. Sin embargo, continuó sobreviviendo en las urnas y en mayo pasado hizo otro anuncio que sacudió a su país y la diáspora: "Armenia está lista para reconocer la integridad territorial de 86.600 km2 de Azerbaiyán, que incluye a Nagorno-Karabaj, pero los derechos y la seguridad de los armenios de Nagorno-Karabaj deben discutirse a través del diálogo Baku- Stepanakert", es decir, entre Azerbaiyán y los independentistas armenios de Artsaj.
Pero esto no sucedió. No hubo diálogo. Hace poco más de una semana, las fuerzas armadas azerbaiyanas lanzaron una nueva ofensiva masiva, sin importar la presencia de la misión de paz de Rusia. Esta vez, los independentistas armenios ya no tenían aliados. Rusia no respondió militarmente a la violación del acuerdo de 2020 y el Gobierno armenio de Pashinian se limitó a denuncias verbales sin consecuencias reales. En apenas nueve días, la derrota era innegable y, ante el silencio internacional, el temor a una matanza masiva de las miles de personas que intentaban huir se volvió muy real.
En menos de una semana, más de 70.000 personas se subieron a sus autos y escaparon en larguísimas caravanas a Armenia por miedo a las represalias que pudieran sufrir cuando Azerbaiyán se hiciera formalmente cargo del territorio. Esto representa a la mitad de la población que tenía hasta el inicio de la última escalada la república no reconocida.
Por qué el Cáucaso es importante
Sin dudas, el final de Artsaj dejará una herida profunda en los armenios, tanto dentro como fuera de Armenia, y es posible que desate nuevas protestas ya que el Gobierno de Pashinian ahora se enfrenta a un enorme flujo de refugiados que, según analistas, podría sobrepasar las capacidad económicas y de infraestructura del país, cuya población ronda los 2,8 millones. Pero la victoria de Azerbaiyán también tiene un impacto importante, no solo para la región, sino también para la pulseada global entre potencias que profundizó la guerra en Ucrania.
En primer lugar, las consecuencias regionales. Nagorno-Karabaj se encuentra en una región conocida como el Cáucaso. Es la porción de tierra que está en el medio entre el Mar Caspio y el Mar Negro, un corredor que se volvió central en las últimas décadas para el traslado de petróleo y gas del Este al Oeste. Tan estratégica es la zona que por eso hace décadas que la Unión Europea intenta acercarse a través de su política de Buena Vecindad, una iniciativa para generar más cooperación y vínculos -sin sumarlos como nuevos miembros- en las ex repúblicas soviéticas.
Por eso, también, otras potencias regionales como Turquía comenzaron a poner el ojo en esa región y hace un tiempo el presidente Recep Tayyip Erdogan decidió forjar una estrecha alianza con el Gobierno de Azerbaiyán, hoy una potencia petrolera en pleno desarrollo económico. Tras la victoria azerbaiyana en Nagorno-Karabaj y dado que Azerbaiyán tiene su propio enclave dentro del sur de Armenia, Nakhchivan, lo único que separa a Turquía de su tan ansiado corredor terrestre que una su territorio con la capital y corazón económico de Azerbaiyán, Baku, es una porción no muy grande de Armenia.
En plena ofensiva militar azerbaiyana, hace unos días, Erdogan se juntó con su par de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, y juntos se comprometieron a "hacer lo mejor posible para abrir ese corredor lo antes posible". Incluso fuentes no identificadas de ambos Gobiernos le dijeron a la prensa de la región que podrían bypasear a Armenia y hacerlo directamente a través de Irán, lo que aislaría aún más a Ereván.
¿Parte de la pulseada entre potencias?
Mientras Turquía jugó fuerte en la resolución de un conflicto central para destrabar la relación de fuerza en el Cáucaso, el gran interrogante es si Rusia también jugó de forma decidida o, como dice muchos analistas de la región y Europa, quedó al desnudo un vacío de poder en la antigua zona de influencia de Rusia, potencia hoy concentrada en Ucrania y forjar o profundizar sus alianzas para contrarrestar la ofensiva comercial y política de las potencias occidentales, socias de Kiev.
Es aún muy temprano para dar una respuesta, pero no hay duda de que Moscú no actuó como la potencia hegemónica del Cáucaso. Cedió parcialmente a la ofensiva de Azerbaiyán -apoyado por Turquía- en 2020 y ahora no frenó su avance definitivo, en cambio relegó a sus soldados en el terreno a un rol meramente humanitario, tratando de garantizar el éxodo de refugiados a Armenia.
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No es impensable la posibilidad de que Rusia decidiera concederle a Turquía una victoria en una región que considera clave en su proyección de poder internacional. Después de todo, en la pulseada entre Moscú y Washington, el Gobierno turco de Erdogan demostró mantener cierta autonomía al no sumarse a la lluvia de sanciones comerciales y financieras contra Rusia. De hecho, hace solo unos días, el Gobierno de Estados Unidos sancionó a cinco empresas turcas por ayudar al Kremlin a sortear ese bloqueo estadounidense. Además, Erdogan se puso el traje de mediador y consiguió el único acuerdo sellado en el marco de la guerra: el de exportación de granos desde los puertos ucranianos. Aunque ese acuerdo se suspendió, el presidente turco sigue siendo uno de los pocos líderes mundiales que logra convocar con éxito a Putin a dialogar.
El último año y medio de sanciones estadounidenses y europeas -principalmente- no doblegaron al Gobierno de Vladimir Putin, pero sí debilitaron aún más su economía, que ya venía con complicaciones que se acentuaron aún más -como sucedió en todo el mundo- con la pandemia. Tanto la posibilidad de que Moscú haya decidido no abrir otro frente militar en el Cáucaso cuando ya se encuentra exigido en Ucrania -al punto de tener que depender de mercenarios que demostraron ser políticamente muy inestables como Wagner para sus intervenciones en Siria y África-, como que lo haya hecho con el cálculo de construir una alianza más incondicional con Turquía parecen posibles. Lo que sí es seguro es que la relación de fuerzas cambió en una región clave para la provisión de energía para Europa, el continente que económicamente más sufrió hasta ahora la pulseada liderada por Estados Unidos para debilitar a Rusia.