Abruptamente, los medios de comunicación hegemónicos y la derecha colérica dejaron de criticar a Venezuela y enfocaron sus cañones contra Nicaragua ¿Por qué?
“Nicaragua el ‘gulag’ centroamericano”, tituló El País de España el domingo 27 de junio. "Los métodos de represión, el odio, la sed de venganza que demuestra el gobierno de Ortega en Nicaragua superan las acciones represivas de la dictadura somocista", advertía la BBC del Reino Unido, el día anterior. “La policía de Nicaragua siembra el miedo con arrestos y redadas”, aseguró The Washington Post, el 28.
Y así, todos los días. También el conglomerado mediático latinoamericano, socio del gran capital y alineado sumisamente a la política de Estados Unidos, repite y repite esos titulares casi sin cambiar las palabras. En el caso de países, como Argentina y México -con gobiernos que hacen equilibrio entre el bienestar general y las exigencias de los poderosos-, los medios aprovechan, además, para dar rienda suelta a sus pulsiones destituyentes. La línea argumentativa es más o menos así: “si no se condena a Nicaragua o a Venezuela como lo exige la Casa Blanca, Fernández y López Obrador –por contigüidad- son tan autócratas como Ortega o Maduro”.
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La pregunta sigue siendo ¿por qué Nicaragua abruptamente ahora?
Hay dos aspectos. 1) La denuncia mediática sobre la detención de diecisiete personas entre ellos cinco que aspirarían a ser candidatos en las elecciones presidenciales del 7 de noviembre. 2) Los intereses que mueven a Washington y a sus “followers” para emprender esta embestida.
Para llegar al primero es necesario analizar el segundo. La codicia estadounidense por Nicaragua es de vieja data. En 1855, en pleno vértigo expansionista de EEUU, el filibustero norteamericano William Walker, al mando de un grupo de mercenarios llamados “Los inmortales”, invadió Nicaragua y se autoproclamó presidente. La Casa Blanca lo reconoció inmediatamente como jefe de Estado legítimo. Finalmente fue depuesto por los nicaragüenses.
El asedio en el siglo XX no disminuyó. Pero no sólo en Nicaragua. Desde la perspectiva de la seguridad geoestratégica, tanto en los documentos del siglo XVIII como en los más recientes de las academias militares o el Departamento de Defensa se señala al Mar Caribe como uno de los flancos más vulnerables para el imperio y donde es, por lo tanto, fundamental mantener el más férreo control.
Eso explica la brutal intervención del Pentágono en Centroamérica y el Caribe, (“las guerras bananeras”), en las primeras décadas del siglo XX. En su libro de 2007, “El taller del imperio: América latina, Estados Unidos y el surgimiento de un nuevo imperialismo”, el historiador norteamericano Greg Grandin de la Universidad de Nueva York, detalla cómo en los primeros 34 años del siglo pasado, EEUU realizó 34 invasiones militares a la región. “Ocupó Honduras, México, Guatemala y Costa Rica por períodos cortos y se quedó en Haití, Cuba, Nicaragua, Panamá y República Dominicana por largos períodos”. Tal es el valor que tiene la zona para EEUU, importancia que se mantiene aún hoy.
En el caso de Nicaragua, la ocupación armada estadounidense fue resistida y derrotada por el general Augusto Sandino, luego asesinado en 1934. Desde entonces y hasta el triunfo de la Revolución Sandinista de 1979, el clan Somoza garantizó total sumisión al mandato norteamericano. A partir de 1979, ante las dificultades del imperio para sojuzgar a Nicaragua, fueron usadas todo tipo de estrategias legales e ilegales para mantener el control de ese país.
Es por eso que las actuales denuncias contra el gobierno de Daniel Ortega por violaciones a los derechos humanos (aunque no hay denuncias de manifestantes ciegos como sucede en Chile ni líderes defensores de derechos humanos asesinados como en Colombia) pueden tener más de una lectura.
La primera es que, en efecto, el gobierno esté persiguiendo opositores. Según el presidente Daniel Ortega se trata de gente que ha cometido delitos. En cualquier caso, deberá investigar y probarlo la justicia.
La segunda es que Estados Unidos –no por las buenas razones- haya puesto en marcha su maquinaria mediática para frustrar un hipotético triunfo sandinista en las elecciones presidenciales del 7 de noviembre. Si es así, en los próximos meses podría haber festivales de apoyo a los nicaragüenses, misiones de ayuda humanitaria e incluso, aparecer un Juan Guaidó nicaragüense (tal vez alguien vinculada a la ex presidenta Violeta Chamorro).
Una tercera lectura la tomo prestada de Carlos Fonseca Terán, secretario de Relaciones Internacionales del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Según él, Nicaragua es, desde 2007, “uno de los países con la mayor reducción de la pobreza y la desigualdad social a nivel mundial”. En una palabra, desde la perspectiva de EEUU, un mal ejemplo.
Fonseca Terán da cifras sorprendentes: “Es el país con el mayor nivel de acceso al ejercicio directo de la propiedad sobre los medios de producción para la clase trabajadora en el hemisferio occidental (más del 50% del PIB y cerca del 80% de las unidades económicas)”.
En cuanto a la seguridad, Nicaragua es “el más seguro de Centroamérica y uno de los más seguros de América Latina, con un índice de 3.5 homicidios al año por cada 100,000 habitantes, siendo Costa Rica el más cercano con 11.2”. Otros logros sociales son la reducción del analfabetismo del 35% a sólo 3% y la mortalidad infantil, de 29 a 11.4 por cada mil nacidos vivos.
Vale la pena leer la nota de Fonseca Terán porque, además de información desconocida sobre el país, da precisiones sobre la ley electoral; sobre la supuesta alianza del FSLN con la jerarquía católica y sobre las detenciones y los detenidos entre quienes hay ex sandinistas.
En un momento de enorme vulnerabilidad para sus ambiciones imperiales, Washington debe evitar a como dé lugar cualquier desorden en las Américas. Ahora parece que le ha llegado el turno a Nicaragua.