La novedad del Grupo de Puebla

11 de diciembre, 2021 | 20.41

En la Ciudad de México se realizó a fines de noviembre el VII encuentro del Grupo de Puebla con la participación de dirigentes progresistas de varios países.

Más allá de lo importante de congregar a personalidades progresistas de diferentes corrientes políticas, hay un hecho novedoso para la historia latinoamericana: por primera vez se reúnen expresidentes, excancilleres y dirigentes que han tenido gestión de gobierno, pueden mirar retrospectivamente e intercambiar ideas sobre sus experiencias al frente de un Estado.

En el siglo XX no existió tal posibilidad. Varios presidentes, como Jacobo Arbenz en Guatemala, Juan Domingo Perón en la Argentina, Joao Goulart en Brasil, Velasco Alvarado en Perú o Salvador Allende en Chile -para mencionar solo algunos- fueron derrocados por golpes de Estado, sufrieron el exilio, o la muerte. Algunos tuvieron la oportunidad de juntarse ocasionalmente como Juan Domingo Perón con Omar Torrijos y Joao Goulart, o Salvador Allende con Velasco Alvarado. Si bien en su mayoría fueron contemporáneos, no alcanzaron a trabajar de manera mancomunada ni pudieron intercambiar ideas en profundidad sobre los problemas que tuvieron que afrontar durante sus cortos años de gestión. Y las comunicaciones eran muy precarias. Eran otras épocas.

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A principios del siglo XXI hubo lo que se podría llamar la “primera ola progresista” del siglo con los gobiernos de Hugo Chávez, Néstor Kirchner -luego Cristina Fernández-, Lula da Silva -luego Dilma Rousseff-, Rafael Correa, Evo Morales, Tabaré Vázquez -seguido por Pepe Mujica-, y Fernando Lugo. Más allá de sus diferencias, supieron construir un vínculo muy fuerte que se tradujo en políticas de integración regional concretas como la creación de UNASUR. Pero en todos los casos era su primera experiencia de gobierno. Ninguno había estado antes en el poder, fueron aprendiendo sobre la marcha.

En esta reunión del Grupo de Puebla estuvieron presentes los expresidentes Ernesto Samper, Rafael Correa, Fernando Lugo, Dilma Rousseff y José Luis Rodríguez Zapatero de España. Y de manera remota participaron los presidentes de Bolivia, Luis Arce, y de Argentina, Alberto Fernández. También participaron dirigentes que tuvieron cargos ministeriales en diferentes momentos, interactuando con dirigentes que hoy tienen funciones gubernamentales. Este es un hecho inédito de la historia latinoamericana porque no se trata de dos generaciones diferentes, distantes en el tiempo -donde una se limita a contar anécdotas del pasado- sino de una misma generación contemporánea que puede unir lo ocurrido apenas unos años atrás, con la actualidad y pensar cómo intervenir en el futuro.

Por otra parte, quienes hoy no ejercen el poder tampoco se ven “obligados” a defender los “intereses de Estado” de sus respectivos países. En cierta medida, están libres de las ataduras nacionalistas y no compiten entre ellos como sucedía años atrás. Vale la pena recordar, que en la “primera ola progresista” del siglo varios gobiernos tomaron medidas unilaterales que afectaron a otros gobiernos progresistas, cuando alcanzaba con levantar el teléfono para explicar lo que iban a realizar y no dejar a sus pares sin respuestas ante los embates de sus oposiciones de derecha.

Además, hay que destacar que todos comparten las críticas hacia las políticas neoliberales y algunos, ahora, con un tono más radical que el que tenían al momento de dirigir sus países. Si algunas de las experiencias truncas en el siglo pasado llevaron a que muchos sobrevivientes “moderaran” su discurso porque tuvieron que atravesar el desierto de las dictaduras en soledad, en la actualidad, quienes tuvieron responsabilidades de primer nivel pueden acompañar a quienes hoy están en el poder. Y hay otro elemento fundamental para tomar en cuenta. Si bien las fuerzas conservadoras pueden usar los poderes judiciales para perseguir -en esta modalidad que se llama “lawfare”- no pueden resolver la disputa entre progresistas y conservadores en América Latina con golpes de Estado como en el siglo pasado. La existencia del Grupo de Puebla es la mejor prueba.

También hay que resaltar el factor humano, que no es menor. Velasco Alvarado de Perú, Juan José Torres de Bolivia, Jacobo Arbenz de Guatemala, Salvador Allende o Juan Domingo Perón tuvieron poco contacto real entre ellos y a duras penas se conocieron. Hoy, todos viajan a menudo, se encuentran en foros o conferencias, intercambian mensajes y bromas por WhatsApp y se dan el gusto de cantar como viejos amigos cuando terminan de comer en una cena protocolar. Están muy lejos de ser “bates quebrados” como se le dice en el Caribe -usando la jerga del béisbol- a los dirigentes que ya no tienen nada que aportar y han quedado en los archivos de la historia. Más bien todo lo contrario. Con todas las diferencias que tuvieron -o tienen aún- su experiencia en el poder es invalorable y el intercambio sobre los éxitos y problemas puede servirles para aprender de los errores que se cometieron, como -por ejemplo- no haber avanzado más rápidamente en consolidar la integración regional o el Banco del Sur. Además, es posible que algunos vuelvan al poder para darle fuerza a una “segunda ola progresista”; como Lula, que ya se prepara con ese objetivo.

El Grupo de Puebla nació -en cierta medida- para juntar líderes progresistas al momento del reflujo de la “primera ola” mientras algunos gobiernos de derecha (Argentina, Brasil, Ecuador, Colombia) destruían UNASUR y los cimientos de la integración regional. Por ahora es en un lugar de encuentro y de debate. Pero también de intervención concreta, como quedó demostrado con la operación de rescate de Evo Morales, que se articuló en los pasillos del Encuentro presencial en Buenos Aires en 2019. Es difícil saber cuál será el futuro del Grupo de Puebla. Sin embargo, es posible que pueda contribuir a que se socialicen las experiencias de la “primera ola” para que nazca una “segunda ola” de gobiernos con fuerte apoyo popular y dispuestos a avanzar en las profundas transformaciones estructurales que necesitan América Latina y el Caribe.

Columna de Pedro Brieger publicada en Nodal.am