Hoy, domingo 9 de junio, el líder de hinduista radical de extrema derecha, Narendra Modi, asumió su tercer mandato consecutivo como primer ministro de India. La ceremonia tuvo, sin embargo, gusto a fracaso. Muy lejos de los cálculos de Modi, un importante número de electores no lo votó y lo expuso a una debilidad política sin precedentes.
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Durante la campaña electoral, el primer ministro se jactaba de que su partido, el Bharatiya Janata Party (BJP, Partido del Pueblo), iba a aplastar a todo el arco político y obtener 400 de los 543 escaños del parlamento indio. Mala suya. La realidad es que obtuvo solo 240 diputados (63 menos que en 2019) lejos de la mayoría de los 272 necesario para gobernar por sí solo. Como se explica más adelante, India tiene un régimen parlamentario y, por lo tanto, para ser reelegido Modi necesitó, en esta ocasión, apelar a los votos de los legisladores de los otros 15 partidos de su coalición, Alianza Democrática Nacional (ADN).
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En contraste, la oposición liderada por el histórico Partido del Congreso (centroizquierda), que en las últimas décadas venía cuesta abajo, repuntó. Esto implica un nuevo escenario político en un país como India que hoy es uno de los jugadores globales de peso. El Partido del Congreso liderado por Rahul Gandi (53) casi duplicó su número de escaños (pasó de 52 a 99) y con su coalición, India (siglas en inglés de Alianza Nacional Inclusiva para el Desarrollo de la India), formado por 30 partidos, logró tener 234 diputados sobre el total de 543.
“Cambió el rumbo a favor del Partido del Congreso y del Bloque India. El pueblo ha salvado la Constitución y la democracia. La población pobre y desposeída ha decidido proteger sus derechos”, dijo Rahul Gandhi en conferencia de prensa tras conocer los resultados. Rahul es bisnieto del líder independentista y primer mandatario indio, Jawaharlal Nehru, nieto de la ex primera ministra Indira Gandhi e hijo del ex primer ministro Rajiv Gandhi, los dos últimos asesinados cuando ejercían ese cargo.
El resultado electoral arrojó un parlamento de fuerzas mucho más equilibradas que los de la última década. La república se gobierna por el régimen parlamentarista (una herencia de la colonización británica como el uso del idioma inglés). Ese sistema es indirecto: el pueblo vota a los legisladores y éstos, por mayoría, eligen al primer ministro. El voto no es obligatorio, no obstante, como siempre en la India, la presencia de la ciudadanía en las urnas fue masiva: 66,3% (642 millones de personas de las 970 millones habilitadas) participó en estas elecciones divididas en siete fases a lo largo de seis semanas.
En estos comicios, si bien Modi logró el cargo por tercera vez consecutiva, a diferencia de sus dos mandatos anteriores (2014 y 2019), tuvo que solicitar los votos de sus aliados en la coalición. Su aura de líder invencible se ha esfumado y su estilo de hombre fuerte que no concede, no negocia y que gobierna sin consultar se desmoronó. Los socios de la coalición le exigirán, sin dudas, su cuota de poder en el nuevo gobierno.
Cuando analiza el resultado obtenido por Modi, el periodismo indio habla de “voto castigo” y asegura que el desempleo y la creciente desigualdad económica -en un país que registra una de las más altas tasas de desnutrición infantil, según la ONU- ha erosionado su popularidad. Hoy India es la quinta economía global y está cerca de superar a Alemania (la cuarta) y a Japón (la tercera). El gobierno ultraderechista del BJP logró que el país crezca a un promedio del 7% anual. La última década fue la economía de más rápido crecimiento en el planeta. Sin embargo, la distribución de la riqueza siguió siendo altamente injusta: el 10% más rico posee el 77,4% de la riqueza nacional mientras el 60% más pobre, apenas el 4%.
Del laicismo al hinduismo radical
El programa de Modi y su partido de extrema derecha se asientan en tres premisas: el neoliberalismo (ajuste, privatizaciones, flexibilización liberal, etc); incremento de la defensa y la seguridad nacional y, tercero, el etnonacionalismo, es decir, la glorificación de la civilización india, una corriente que era minoritaria en el país y que Modi reimpulsó. Su estrategia política se centró en exacerbar la histórica rivalidad entre hinduistas y musulmanes. Cuando, en 1947, acosado por el potente movimiento independentista de la India, el Reino Unido se vio obligado a abandonar su más preciada colonia, dejó en la región un regalo envenenado: dividió el territorio en dos -India (mayoritariamente hinduista) y Pakistán (musulmán)- además de dejar zonas en disputa sin resolución, como la de Cachemira, donde aún hoy sigue habiendo confrontaciones.
La novedad en estas elecciones es que el acicate de la xenofobia y la intolerancia religiosa no dieron los buenos resultados del pasado y el electorado ponderó más la deteriorada realidad económica que el fervor etnonacionalista. Modi, como todos los primeros ministros del BJP, es afiliado a la formación paramilitar fundamentalista «Asociación de Voluntarios Nacionales» (Rashtriya Swayamsevak Sang, RSS), fundada en 1925 a imagen y semejanza de las organizaciones fascistas y nacional-socialistas europeas. La RSS es conocida porque uno de sus miembros fue el asesino de líder pacifista Mahatma Gandhi. El BJP está formado por organizaciones nacionalistas extremas que defienden el hinduismo radical –la hinduidad o hindutva– como identidad socio-religiosa.
En cambio, el opositor Partido del Congreso o Congreso Nacional Indio (CNI, centroizquierda), que gobernó gran parte de los 77 años que lleva India independizada del Reino Unido, defendió sistemáticamente los principios históricos de democracia, socialismo, unidad y laicismo. El CNI es un partido socialdemócrata y secular, que buscó unificar el país respetando las diversidades multiétnicas, multiculturales y religiosas (79,8% hinduistas, 14,2% musulmanes, 2,3% cristianos, 1,7% sijs, entre las principales).
Durante la Guerra Fría, India, gobernada por el Partido del Congreso, estaba muy cerca de la Unión Soviética, fue miembro fundador del Movimiento de No Alineados e influyó enormemente en las gestas anticolonialistas de Asia y África. Durante el gobierno de Modi, en cambio, se evitaron los alineamientos: el país integra tanto los BRICS junto a China y Rusia como el QUAD -Seguridad Cuadrilateral- una alianza militar de cuatro países, liderada por Estados Unidos que también integran Japón y Australia.
Para los próximos cinco años, Modi prometió impulsar la producción en el sector defensa, promover trabajos para los jóvenes, aumentar las exportaciones y ayudar al agro, uno de los sectores más potentes de su economía. Nada dijo sobre una mejor redistribución de las riquezas en un país con 1.400 millones de habitantes. En el plano de política exterior, su ambición es convertir a India en una de las potencias con voz y voto en las decisiones globales. Un desafío para la que el país pareciera estar preparado en la actual etapa de transición hegemónica.
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