En el peor momento de la guerra tanto para Ucrania como para sus mentores, cuando la inteligencia militar y los estrategas occidentales se preguntaban cómo hacer para blanquear la derrota sin que quede asociada directamente a lo obvio –el fracaso de la OTAN-, justo en ese momento, la sospechosa muerte del preso político ruso, Alexei Navalny, cayó como un relámpago narrativo en la escena internacional y relanzó el fervor mediático no sólo a favor del conflicto bélico en Europa central sino, sobre todo, contra el presidente ruso Vladimir Putin.
“Putin es el responsable de la muerte de Navalny”, aventuró el presidente estadounidense Joseph Biden, durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca, aunque, ante la pregunta de un periodista, admitió que no había información. “No sabemos exactamente qué ha ocurrido, pero no hay duda de que fue por ser opositor”.
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Sin embargo, la prensa alineada con Washington admite que, estando preso en una cárcel de alta seguridad en el Artico, la influencia de Navalny había mermado y ya no era un enemigo de peso para Putin.
¿Cómo interpretar entonces su muerte? ¿Es posible que Putin la ordenara? Si lo hizo, su talento estratégico y el de sus asesores está decayendo. El crimen de un opositor político cuando falta un mes para las elecciones presidenciales en la que Putin busca su reelección no es la mejor propaganda de campaña. Sin dudas, hará descender el 80% de popularidad que las encuestas (incluso las de Occidente) le otorgan al presidente ruso.
También llama la atención, que la muerte del opositor ruso aconteciera justo el mismo día en que se inauguraba en Alemania, la Cumbre de Seguridad de Munich, un evento en el que se reúnen cerca de 400 personalidades de la alta política global y cuya agenda apuntaba a las guerras en Ucrania y la Franja de Gaza.
El presidente ucraniano Vlodomir Zelensky y la viuda de Navalny se trasladaron convenientemente a Munich al conocerse la noticia. También el Secretario General de la OTAN y la presidenta de la Unión Europea, dos conocidos instigadores de la guerra -Jens Stoltenberg y Ursula von der Leyen- aprovecharon la cumbre para culpar a Putin e impulsar la conflagración bélica, a pocos días van a cumplirse dos años de la Operación Militar Especial del Kremlin en Ucrania.
La Conferencia de Seguridad de Munich (la CSM festeja este año su 60 aniversario) es considerada la reunión más importante en política de seguridad global. Concurrieron 50 jefes de Estado y de gobierno como los presidentes americanos Gustavo Petro (Colombia) y Bernardo Arévalo (Guatemala). También asistieron 25 ministros de Defensa y 60 cancilleres entre ellos Anthony Blinken (EEUU), Wang Yi (China), Diana Mondino (Argentina) y el británico David Cameron. Estuvieron también el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, y la vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris.
Rusia e Irán no fueron invitados. La razón, según explicó el presidente de la CSM, el diplomático alemán Christoph Heusgen, es porque esos países “no habían demostrado interés serio en las negociaciones” sobre seguridad. En cambio, sí habían invitadas varias ONG iraníes y rusas opositoras a esos gobiernos y financiadas por Occidente.
¿A quién beneficia?
Lo cierto es que la muerte de Navalny ocupó el centro de la escena en Munich y desplazó de inmediato otros temas que estaban en la agenda como la “ciberseguridad en la era de la inteligencia artificial”, la seguridad económica, la transición para abandonar los combustibles fósiles o “la violencia sexual como arma”. ¿Por qué?
Desde la Roma antigua hay una pregunta clave para descifrar los delitos inexplicables o las muertes misteriosas: “cui bono?” ¿Quién se beneficia? La historia dice que la popularizó el gran orador Cicerón y que, por su utilidad para esclarecer la autoría de casos enigmáticos se incorporó como principio al Derecho Romano.
¿Quiénes se benefician con la muerte de Navalny? Eso se verá más claramente en las próximas semanas. Pero hay al menos dos certezas: 1) Putin no se beneficia en absoluto y 2) el presidente Biden ha sabido sacarle inmediato provecho.
En la mencionada conferencia de prensa del viernes en la Casa Blanca, el presidente estadounidense, luego de cargar contra Putin, fue al grano con la interna política estadounidense y usó el caso Navalny para sus objetivos. “Tenemos que garantizar financiación para que Ucrania pueda defenderse de esas matanzas. Pido al Congreso que apoye la financiación”. Y psicopateó: “La Historia está observando a la Cámara de Representantes”. Si no ayudamos a Ucrania en este momento crítico quedará escrito en las páginas de la Historia y es algo que nunca se olvidará”.
Hace dos meses que una ayuda de 60.000 millones de dólares prometida por Biden y crucial para Kiev no sale. El martes 13 de febrero el Senado aprobó 95.000 millones de dólares para Ucrania, Israel y Taiwán, pero la Cámara de Representantes no quiere saber nada de esa ayuda.
El ex presidente y candidato para las elecciones presidenciales de noviembre, Donald Trump, quien maneja la mayoría republicana de la Cámara baja no sólo bloquea la ayuda sino que se ha mostrado partidario de una negociación para terminar con el conflicto. “Tenemos que resolver esa guerra y yo la resolveré”, dijo según cita de la agencia Bloomberg.
Biden, en modo proselitista para su reelección, también aprovechó la conferencia de prensa para atacar a Trump, a quien llamó “el presidente anterior”. “Invitó a Rusia a invadir a nuestros aliados de la OTAN. Mientras yo sea presidente eso no sucederá”, prometió.
Los países de la Unión Europea, claramente lo más perjudicados por la guerra después de Ucrania, ven con preocupación esta pelea de candidatos en Estados Unidos. Si Washington no envía ayuda, será Europa la que deberá aumentar sus esfuerzos financieros y suplir la falta.
El hecho de que la cumbre de Munich haya funcionado como un megáfono global del caso Navalny para reactivar, con nuevos argumentos, una guerra que Ucrania ya tiene perdida, sólo puede ser una buena noticia para quienes se benefician de ella. Una vez más, los pocos sacrifican la paz que anhelamos las mayorías.