Muchas guerras se pelean en simultáneo en el mundo, algunas hace décadas. En general los efectos políticos, económicos y sociales de estos conflictos se limitan al país donde se combate, las naciones vecinas o la región que lo rodea. Por eso, es más fácil para el resto del mundo ignorarlos -especialmente cuando suceden en lugares alejados y pobres- y suelen durar más. No hay interés o voluntad internacional para forzar una resolución pacífica. En 2022, en cambio, la guerra en Ucrania golpeó el corazón de Europa y, sumada a la lluvia de sanciones de las potencias occidentales contra Rusia, el orden económico mundial se vio sacudido como no sucedía desde la Segunda Guerra Mundial. Dos sectores claves para cualquier país, como alimentos y energía, se vieron afectados y dispararon un aumento de inflación global, que afectó también y por primera vez desde 1980 a Estados Unidos y la Unión Europea.
Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.
Cuando Rusia invadió Ucrania, el 24 de febrero, los analistas coincidían que sería una guerra corta: la asimetría militar era gigante, ni Estados Unidos ni la OTAN se animarían a sumarse al combate y arriesgar un choque nuclear, y Moscú tenía antecedentes de ofensivas militares relámpagos exitosas en otras ex repúblicas soviéticas como Georgia. Salvo por la disuasión nuclear, esto no se cumplió. Los combates continúan a más de diez meses de la invasión y no hay ninguna esperanza de un diálogo de paz en el horizonte cercano. El papa Francisco pide todas las semanas abrir una negociación, pero Rusia y Ucrania se niegan: el primero quiere que el segundo reconozca la anexión de cuatro regiones y la península de Crimea, y este se niega a ceder territorio y pide una retirada total de las fuerzas rusas.
Tampoco se validó la hipótesis de los analistas que preveían que los efectos económicos para Rusia pero también para las potencias occidentales aliadas de Ucrania serían tan grandes que forzarían a algún tipo de resolución negociada. Sin una resolución a la vista, los refugiados ya superan los 6 millones, al igual que los desplazados internos, mientras que la conservadora cifra de civiles muertos es de al menos 6.500, según distintas agencias de la ONU.
Rusia, golpeada pero no asfixiada
En un reciente artículo del instituto Carnegie Endowment for International Peace, la analista Alexandra Prokopenko destacó que Rusia había evitado el colapso pronosticado por las potencias occidentales cuando le impusieron una cantidad inédita de sanciones financieras, comerciales y políticas a sus empresas y empresarios más importantes, a su dirigencia política y a los principales entes estatales. Se había estimado que la economía rusa podía contraerse hasta un 10% en 2022, lo que puede provocar un clima de malestar social extremo en cualquier país, pero hoy las estimaciones se acercan más a un 3 o 4 puntos del PBI.
Aunque sigue siendo un golpe para Rusia ya que antes de la invasión el país esperaba crecer tres puntos, no está ni cerca de ser el derrumbe que esperaban sus enemigos occidentales que hasta se infringieron daño a ellos mismos en su intento por doblegar al presidente Vladimir Putin y forzar su retirada de Ucrania.
En el campo político, el aislamiento reclamado por el Gobierno estadounidense de Joe Biden tampoco tuvo un éxito rotundo, al menos a nivel global. Rusia perdió importantes mercados para sus exportaciones de energía, granos y fertilizantes, especialmente en Europa, pero como la guerra y las sanciones dispararon los precios internacionales de la energía y los alimentos, Moscú terminó encontrando socios más que interesados en recibir sus materias primas y productos para la industria agrícola. China e India fueron dos de las potencias más beneficiadas por este reordenamiento que hizo explotar por los aires la política de integración y contención de Rusia impulsada por Estados Unidos tras la Guerra Fría.
Ucrania, lluvia de dólares y armas
La otra gran sorpresa se dio en el campo militar. Las fuerzas rusas no consiguieron avanzar con una campaña rápida y forzar la capitulación de Kiev, pese a que sin dudas mantienen una superioridad bélica y han conseguido ocupar y anexar una porción significativa del territorio ucraniano que, además, es la que estratégicamente más le importa: todas las regiones orientales, fronterizas con Rusia, y el Sudeste, que incluye toda la costa del Mar Azov y una parte de la del Mar Negro.
Al principio, Ucrania, un país con una capacidad militar heredada de sus años soviéticos y su estrecha alianza con Rusia hasta 2014, apenas pudo hacer frente a la invasión. Movilizó a toda la población que no se refugió fuera del país y aprovechó cada error táctico ruso. Pero recién logró importantes victorias en el terreno cuando comenzó a recibir armamento, información de inteligencia y un caudal de dólares y euros como no se veía hace décadas. Reforzado, tuvo éxito en lanzar una contraofensiva en los últimos meses que le permitió recuperar algunas ciudades y pueblos, y hasta obligó al Gobierno de Putin a reconocer que la situación en Ucrania no le es fácil.
Rusia denunció que este nivel de ayuda significa que está peleando la guerra directamente con las potencias occidentales y varias veces advirtió que el riesgo de una confrontación nuclear está a la vuelta de la esquina, una posibilidad que, sin embargo, los servicios de inteligencia siguen diciendo que es muy baja.
EEUU y Europa, inflación y crisis energética
Al igual que Rusia y Ucrania, las potencias occidentales tampoco parecen dispuestas a avanzar hacia cualquier tipo de compromiso para frenar la guerra. Solo esta semana y pese a todas sus medidas anti inflacionarias, Biden prometió otro paquete masivo de ayuda militar para Kiev -1.850 millones de dólares que incluirá sus conocidos misiles de defensa antiaérea Patriots-; mientras que la Unión Europea acaba de imponer un tope de precio a las exportaciones rusas de gas, la única fuente de energía que el continente no pudo prescindir hasta ahora y que disparó la inflación y la crisis energética en este duro invierno.
Gobiernos europeos tradicionalmente menos alineados con Estados Unidos como los de Europa central y varias oposiciones de extrema derecha ya comenzaron a criticar esta política de sanciones que, por ahora, parece estar golpeando tanto o más a las propias sociedades europeas que a la rusa. Por eso, las discusiones dentro del bloque regional son cada vez más tensas y a Alemania -el motor económico de la UE y la economía que más dependía de la energía rusa- le cuesta más sellar acuerdos.
Además, en el plano bilateral, la relación entre Estados Unidos y Rusia está estancada, con algunas mínimas excepciones como el reciente intercambio de prisioneros entre una basquetbolista estadounidense y un ruso condenado por tráfico de armas. Un ejemplo claro de esta tensión fue la decisión de Moscú de no retomar las negociaciones para limitar los arsenales nucleares de ambos países, los más grandes del mundo.
El acuerdo para exportar granos y los efectos globales
El único acuerdo que la ONU y una tercera parte, Turquía, lograron sellar durante la guerra fue el que permitió el inicio -y a cuenta gotas- de salidas de buques con granos de la cosecha ucraniana con destino a países africanos que atraviesan difíciles situaciones humanitarias por sus propios conflictos armados, sequías u otros desastres naturales. Aunque no se trata de una cantidad significativa para el comercio mundial, el reinicio de las exportaciones de Ucrania -un productor importante- y la promesa de levantar las sanciones contra los fertilizantes rusos -un suministro clave para muchos países, entre ellos Brasil, por ejemplo- fueron gestos claves para calmar los mercados internacionales, que no volvieron a tener picos de precios como en el primer semestre del año.
Los mercados energéticos también se calmaron, pese a que el conflicto bélico y las sanciones continúan. En marzo, el barril de petróleo tocó un pico de 140 dólares. Con el gas, no hubo solo un pico y fue más fluctuante ya que con este commodity la vulnerabilidad de Europa quedó al desnudo y no pudo cerrar el grifo por completo, como pedía Estados Unidos.
Por eso, aunque los precios cayeron, la crisis energética es la principal preocupación de muchas sociedades europeas este invierno y, para Rusia, sus exportaciones de energía siguen siendo uno de sus ingresos más confiables para alimentar las arcas y buscar nuevos socios comerciales y, claro, politicos.