La reelección presidencial de Emmanuel Macron evitó el mal inmediato, el ascenso al poder de la extrema derecha de la mano de su máxima líder, Marine Le Pen. Por eso, la mayoría de los franceses respiró aliviada anoche. Pero no hubo festejos masivos. Ni el mandatario celebró la victoria como propia. En su discurso reconoció que los votos fueron prestados para frenar a su rival y ni siquiera aprovechó para anunciar cuáles serán sus principales medidas en estos próximos cinco años. No lo hizo porque, a diferencia de 2017, salió de estos comicios más debilitado que antes y con un escenario muy incierto para las próximas elecciones legislativas del 12 de junio, que definirán si tendrá un primer ministro aliado y mayoría en las dos cámaras para impulsar su agenda.
Con el 100% escrutado, Macron ganó con el 58,54% y Le Pen quedó detrás con un 41,46% de los votos. La abstención fue la segunda más alta de los últimos 50 años: 28%. Este resultado debe ser analizado en dos planos en paralelo, el coyuntural y el histórico.
Un crecimiento gradual pero sostenido
Le Pen no exageró cuando dijo que el resultado fue "una brillante victoria". No solo fue el mejor resultado que obtuvo en sus tres intentos por llegar a la Presidencia, sino que además confirma el ascenso gradual, lento quizás, pero sostenido de esta dirigente de 53 años: 17,9% en la primera vuelta en 2012, casi 34% en la segunda vuelta de hace cinco años y, ahora, más de 42,5% en su segundo balotaje. Alrededor de 13 millones de franceses la apoyaron anoche, el doble que hace una década.
En la democracia, las urnas permiten sacar una foto de la realidad política sin la intermediación o deformación de los sondeos de consultoras ni las interpretaciones de analistas y medios de comunicación. La foto de anoche de Francia hubiese parecido imposible de imaginar hace solo 20 años, cuando el padre de Marine Le Pen, Jean-Marie, un conocido filonazi, sacudió al país y se coló en el balotaje presidencial por primera y única vez. En esa oportunidad, hubo manifestaciones multitudinarias para llamar a votar en contra y a favor del conservador Jacques Chirac y el resultado fue uno que no se suele ver en elecciones libres y transparentes: 82,2% contra 17,79%. La participación arañó el 80%.
Entre 2002 y 2012, Marine Le Pen sumó apenas 900.000 votos al logro de su padre en el balotaje. La lectura de ese momento era que la hija había heredado exitosamente la base electoral del padre. Sin embargo, en solo cinco años, la joven dirigente que demostró ser mucho más carismática, pragmática e inteligente que su progenitor, acumuló otros 1,2 millones de votos en primera vuelta, y otros tres millones en el balotaje. El domingo 10 de abril y anoche volvió a crecer.
Este movimiento se combina con otro: el debilitamiento del frente republicano o como se conoce a la unidad de todas las fuerzas políticas para frenar el ascenso al poder de la extrema derecha si uno de sus dirigentes llega a un balotaje, tanto nacional como regional o municipal. Una suerte de línea roja que ni la dirigencia política ni la gran mayoría de los ciudadanos franceses estaban dispuestos a ceder. Este domingo no solo más de un 42% de los votantes apoyó a Le Pen, sino que la abstención fue la más alta desde el balotaje presidencial de 1969, cuando a solo un año del Mayo Francés y con dos candidatos de derecha o centro-derecha fue del 31,1%.
Ya en 2017 la abstención había ocupado el segundo lugar con más del 25,4% y, ahora, creció más de 2,6 puntos porcentuales. Otra tendencia gradual, pero sostenida.
Uno de los sectores en los que se esperaba que la abstención o los votos en blanco o nulos -estos sumaron un 8,6% de los contabilizados- fueran más altos era la izquierda, el gran arbitro de esta segunda vuelta, luego que su candidato, el veterano dirigente Jean-Luc Mélenchon, quedara afuera del balotaje por solo 420.000 votos y llamara solamente a no apoyar a Le Pen, no a movilizarse por Macron. Según el sondeo de boca de urna de Ipsos Sopra-Steria, solo un 42% de esta base electoral se inclinó por el mandatario el domingo, mientras que un 17% lo hizo por la líder de extrema derecha, un 24% se abstuvo y otro 17% votó en blanco o nulo.
Elecciones legislativas: un escenario incierto e inmediato
Terminadas las presidenciales, comienzan las negociaciones para las candidaturas y las alianzas de las elecciones legislativas. En solo siete semanas, los franceses deberán volver a las urnas para definir cómo se conformarán las dos cámaras del Congreso nacional y, en el caso de la Asamblea Nacional (la cámara baja), qué fuerza tendrá mayoría y podrá elegir al próximo primer ministro que acompañará, limitará o confrontará con un Macron más débil.
La foto de estas presidenciales, en la coyuntura, describen un escenario difícil de pronosticar para estos próximos comicios y, especialmente, para la gestión de los próximos años.
Primero, el oficialismo. Muchos en Francia ya comenzaron a preguntarse si la de anoche será una victoria pírrica para Macron ya que en una elección legislativa y, sin la amenaza explícita de un ascenso de la extrema derecha al máximo cargo del Estado, deberá enfrentar el rechazo mayoritario que genera su gestión y, además, su liderazgo. Actualmente, su fuerza, La República en Marcha, tiene 269 diputados, apenas 20 menos que los que necesita para la mayoría absoluta. Sin embargo, no tuvo problemas para gobernar ya que sumó 78 bancas de aliados declarados y, casi siempre, contó con el apoyo de la derecha tradicional de Los Republicanos y sus 105 legisladores.
Ahora no solo está en duda que la fuerza de Macron conserve su primera minoría, sino que Los Republicanos -la fuerza heredera de la derecha tradicional de Chirac y el también ex presidente Nicolas Sarkozy- vuelva a tener una bancada de más de cien legisladores.
En 2017, cuando el Partido Socialista se derrumbó en las elecciones presidenciales tras el fracaso de la gestión de Francois Hollande, pasó de ganar 280 bancas en 2012 a solo 29. En la primera vuelta presidencial de este año, esta fuerza socialdemocrata cayó aún más, hasta volverse casi marginal, pero la novedad es que la derecha tradicional -su contracara en el bipartidismo que dominó la política francesa durante décadas- también se redujo a una mínima expresión: pasó de estar tercero con Francois Fillon y un 20% a quinto con Valérie Pécresse y un 4,78% de los votos.
Esos 15 puntos porcentuales que perdieron los capitalizó en parte el panelista y periodista de extrema derecha Éric Zemmour, pero una parte importante, al menos según los resultados presidenciales, no parece haber encontrado una representación clara. Una explicación posible fue que Los Republicanos funcionaron casi como un apéndice de la mayoría oficialista en el Congreso y, además, perdieron una identidad clara y diferenciable del oficialismo cuando Macron abandonó la imagen de tercera vía moderna que promocionó en la campaña de 2017 y asumió de lleno su agenda económica liberal.
Tanto la izquierda como la extrema derecha son conscientes del escenario difícil para el oficialismo y la derecha, y ya trabajan para aprovechar lo que podría ser un vacío de poder. Mélenchon, por una parte, quiere capitalizar su buen resultado electoral y, especialmente, la creciente frustración de su electorado que está cansando de tener que elegir siempre por el mal menor en las presidenciales, sin ganar nada a cambio.
Anoche, Mélenchon fue uno de los primeros dirigentes en hablar tras conocerse los resultados. Celebró la derrota de Le Pen, alertó sobre la naturaleza de la victoria de Macron -"naufragó en un océano de abstención"- y pidió no poder las esperanzas y ponerse a trabajar para la próxima batalla: "El 12 y el 19 (potencial balotaje), otro mundo es aún posible con las elecciones legislativas. Lo pueden demostrar eligiendo una mayoría de diputados insumisos (su partido se llama Francia insumisa) y eligiéndome como primer ministro", arengó. Su apuesta es conseguir lo que nunca ha podido hacer: convertirse en la cabeza de una alianza amplia de izquierda y centro-izquierda que incluya a sus antiguos compañeros del PS, los verdes ecologistas e, incluso, los centristas espantados por la agenda económica liberal del gobierno.
No es el único que quiere forjar una alianza para conquistar la mayoría de la Asamblea Nacional o al menos una minoría lo suficientemente grande para poder aspirar a la jefatura del Gobierno de manera creíble.
Zemmour, el outsider de esta elección que sorprendió con un ascenso meteórico en las encuestas y luego se estancó en el cuarto lugar con un 7,07%, reiteró anoche su propuesta de construir una alianza con la fuerza de Le Pen, Reagrupación Nacional, para competir con lo que consideró que son los dos otros bloques que dejaron las presidenciales, el liderado por Macron y otro por Mélenchon.
"Hay dos grandes bloques políticos alrededor de Macron y Mélenchon. El bloque nacional también debe unirse. Nuestra responsabilidad es enorme. Por eso llamo a la unidad nacional de cara a las legislativas", aseguró el panelista y columnista, quien ayudó a Le Pen sin quererlo al ocupar por primera vez el extremo del espectro político francés y correr a la dirigente hacia posiciones no tan radicales.
Le Pen aún no respondió ni hizo referencia a esta posibilidad, pero el titular de su partido ya adelantó que es muy probable que la ahora excandidata presidencial se presente nuevamente por una banca en junio. De confirmarse esto, aspirará, al igual que Mélenchon, a alcanzar una mayoría para asumir el gobierno.
Nada permite imaginar que los franceses elegirán una mayoría clara en las legislativas en un mes y medio. Por un lado, el electorado está partido en tres grandes minorías que difícilmente pueden forjar alianzas entre ellas y, por otro lado, hay un tendal de fuerzas pequeñas o en caída libre. Para el oficialismo de Macron, es una crisis en puerta. Para la izquierda y la extrema derecha, en cambio, una posibilidad para seguir en carrera y ganar un espacio de poder real.