Francia llega a la elección presidencial de este domingo con el mandatario Emmanuel Macron como favorito, la extrema derecha de Marine Le Pen fuerte en el segundo lugar y la izquierda de Jean-Luc Mélenchon esperanzada en poder dar la sorpresa a último momento y colarse en el balotaje. Los números que arrojaron los últimos sondeos proyectan un apoyo bastante similar al que los tres obtuvieron en la primera vuelta de 2017. La novedad, en cambio, es que el histórico bipartidismo de la socialdemocracia del Partido Socialista (PS) y la histórica derecha de Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy -enbanderada hoy en Los Republicanos- se ha terminado de derrumbar.
En 2017, después del fracaso del último gobierno del PS, la primera vuelta terminó con Macron -un joven sorpresa por entonces- primero con el 24% de los votos, Le Pen segunda con el 21%, el ex primer ministro de Sarkozy Francois Fillon tercero con el 20%, Mélenchon cuarto con apenas 0,5 puntos porcentuales menos y, muy abajo, el socialista Benoit Hamon. Cinco años después, Macron, Le Pen y Mélenchon mantienen un caudal electoral muy parecido -26, 23 y 17,5, respectivamente-, la heredera de la fuerza de Fillon, Valérie Pécresse, perdió más de la mitad (8,5%) y surgió un nuevo referente de la extrema derecha, más radical e irreverente, el columnista Éric Zemmour (9,5%). El PS, a pesar de presentar a su mejor candidata posible, la alcaldesa de Paris, Anne Hidalgo, quien en 2020 renovó su mandato en la capital y consiguió el apoyo de los ecologistas, se convirtió en una fuerza marginal (2,5%), muy por debajo incluso del líder verde, Yannick Jadot (4,5%).
Pese a un mandato marcado por las crisis -protestas masivas de los chalecos amarrillos y por reformas como la previsional, la pandemia de Covid-19 y ahora la guerra en Ucrania y el sacudón económico y político que desató en el mundo, pero en particular en Europa-, la popularidad de Macron casi no se movió. Tampoco lo afectó -ni para bien ni para mal- su estrategia de prácticamente no hacer campaña. Estaba convencido que solo con mostrarse con el traje de líder mundial timoneando un mundo en guerra iba a ser suficiente. Pero sus esfuerzos por mediar no surtieron ningún resultado y ahora debe enfrentar un escenario de desaceleración económica y alza de precios, como el resto de los gobiernos del continente.
Macron no prometió grandes cambios para un eventual segundo mandato ni hizo una revisión profunda de sus primeros cinco años. Ratificó un programa económico liberal y la promesa de profundizar y liderar la integración dentro de la Unión Europea. Por lo que su apoyo estable se debe más a que no han aparecido nuevas opciones políticas y, en última instancia, electorales desde 2017. El debate público siguió dominado por las mismas figuras y las intenciones de voto hoy demuestran exactamente eso.
¿La estrategia del frente republicano sigue vigente?
En 2002, cuando el padre de Marine Le Pen, Jean-Marie Le Pen, se coló en el balotaje presidencial con el 16,86%, por apenas 200.000 votos más que el candidato socialista, la mayoría de los franceses quedaron shockeados. Por primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, un dirigente que negaba los crímenes del Holocausto cometidos por el nazismo y que tenía un discurso abiertamente racista competía seriamente por la Presidencia. El repudio fue generalizado y primó el principio del llamado frente republicano, que durante muchos años fue inapelable en el país: si la extrema derecha llegaba a un balotaje, el resto de los partidos se unían para evitar su triunfo.
Eso fue exactamente lo que pasó hace 20 años. Millones se movilizaron en contra de Le Pen y casi nadie dudó en apoyar al candidato conservador de la derecha, Chirac, en las urnas. Le Pen padre solo sumó unos 700.000 votos, es decir, un punto porcentual en la segunda vuelta.
Pero desde entonces, ese consenso se ha debilitado. Primero en elecciones locales y, principalmente, por la naturalización de la extrema derecha en posiciones de poder en otros países europeos y de la figura de Marine Le Pen como una de las principales protagonistas de la vida política francesa. En 2012, fue la tercera fuerza nacional con casi un 18% y en 2017 creció hasta entrar en el balotaje. Ya la indignación no fue la del 2002. Sumó tres millones de votos y más de 12 puntos porcentuales en la segunda vuelta. No le alcanzó pero fue un aprendizaje.
Aprendió cuáles son los límites para la sociedad francesa, qué enciende las alarmas del poder más allá de lo políticamente correcto de sus discursos y se adaptó. Ya no habla de irse de la Unión Europea ni de abandonar el euro ni de prohibir la doble nacionalidad extra europea. En cambio, sí incluyó medidas económicas concretas para algunos de los sectores más rezagados, incluidos cambios impositivos. Por eso, cuando los efectos de la guerra en Ucrania y las sanciones contra Rusia se empezaron a sentir en Francia y el estancamiento económico se convirtió en un tema central de campaña, Zemmour, la estrella en ascenso de la extrema derecha más recalcintrante, comenzó a hacer agua. Había crecido a fuerza de un discurso simplista basado en el rechazo a los extranjeros y un mensaje racista y antimusulmán, que nada tenía para aportar desde lo económico.
"No se olviden lo que vivieron: -dijo Le Pen en su acto de cierre esta semana- los chalecos amarrillos, las jubilaciones, los jóvenes a los que les han quitado dos años por razones aún no justificadas, esos son los franceses a los que les han dicho que no tienen nada. Lo que se juega este 10 de abril es la vuelta del debate entre los nacionalistas y los globalistas."
La izquierda y el sueño de polarizar en un balotaje
Desde la debacle del PS tras el gobierno de Francois Hollande, Mélenchon -quien abandonó ese partido en 2008- se ha convertido en el único abanderado con un caudal de votos importante en la izquierda, incluida la centro-izquierda. Al igual que Le Pen, su figura -considerada radical para muchos franceses- se ha ido naturalizando en el escenario francés y los antiguos miedos a nacionalizaciones y cambios revolucionarios ya causan más risas que ceños fruncidos. En cambio, tras más de una década de estancamiento del PBI, sus propuestas de reformas económicas profundas ya son recibidas como necesarias, aún entre círculos más moderados.
Con una centro-izquierda totalmente atomizada, Mélenchon apuesta con fuerza a un voto útil del campo que alguna vez dominó el PS. Su principal promesa en su acto de cierre este jueves fue "instalar una bifurcación política" en el balotaje, en vez de una nueva segunda vuelta entre candidatos -considerados por él- como representantes de diferentes formas de la derecha neoliberal. En otras palabras, votar por él para evitar otro voto resignado en segunda vuelta por Macron solo para evitar una victoria presidencial de la extrema derecha, como ya sucedió en algunos países europeos a nivel local o regional o hasta nacional, como es el caso de Hungría.
"En estos momentos sentimos que tenemos nuestro destino en la punta de los dedos. ¡Podemos ofrecer la bifurcación política más increible!", arengó, imaginando un balotaje contra Macron y su política económica liberal.
El mandatario-candidato Macron, en tanto, elige ignorarlo y polarizar con Le Pen. Ya le funcionó en 2017 y está seguro que volverá a funcionar ahora. Quizás el frente republicano no sea tan impenetrable como hace 20 años, pero en Francia gran parte de la población aún cree que la extrema derecha no puede llegar al poder. Quizás por ahora tengan razón, pero el camino hecho por este sector en las últimas dos décadas en Francia y en otras partes de Europa demuestra que ya no es una idea imposible para el futuro cercano.