Una vez más en estas últimas dos décadas, millones de franceses respiraron aliviados. La extrema derecha encabezada por un Le Pen perdió la posibilidad de llegar al poder en una segunda vuelta electoral. Los frentes republicanos o córdon sanitarios en los balotajes de más de cien bancas se mantuvieron firmes y frenaron su avance como mayoría o, siquiera, primera minoría en la Asamblea Nacional. Se evitó una deriva antidemocrática y se abrió un escenario muy distinto: la sorpresiva victoria del Nuevo Frente Popular (NFP), una coalición de fuerzas de izquierda y centro-izquierda, generó esperanzas en muchos y una crisis en otros.
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El mensaje popular frente al avance de Reagrupación Nacional (RN), la fuerza liderada por Marine Le Pen, fue contundente. Pasó de ganar la primera minoría a nivel nacional a quedar tercera en la segunda vuelta. Entre el primer y el segundo resultado hubo solo una semana y la participación, aunque se prevé récord, no sería tan diferente a la del domingo 30 de junio. En otras palabras, no se amplió el electorado, sino que funcionó la concentración de votos en contra de la extrema derecha.
Por el contrario, la relación de fuerzas de la futura Asamblea Nacional, la cámara baja en Francia, dejó una imagen menos clara. La oferta electoral se había dividido en tres grandes coaliciones o fuerzas y una derecha tradicional, Los Republicanos (LR), divididos y desdibujados. El NFP -compuesto por la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, los comunistas, los ecologistas y el Partido Socialista- obtuvo la primera minoría con 182 bancas. Segundo se ubicó el oficialista Ensemble del presidente Emmanuel Macron y sus aliados con 168. La RN de Le Pen quedó tercera con 143. Finalmente, los derechistas de LR se ubicaron en el cuarto lugar con 45 escaños.
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Hasta ahora, las fuerzas que componen el oficialismo de Macron sumaban 250 bancas y contaban con el aceitado apoyo de LR y sus 61 diputados para sus reformas más cuestionadas por la izquierda y centro-izquierda. A partir de ahora, aún si unieran fuerzas, quedarían lejos de la mayoría absoluta de 289 votos que se necesita para formar gobierno y aprobar leyes. Por eso, el primer ministro y hombre de Macron, Gabriel Attal, respondió al llamado de Mélenchon y anunció que este lunes renunciará junto a su gabinete.
Eso sí, aclaró que seguirá en el cargo "mientras sea necesario". En otras palabras, una renuncia, por ahora, vacía ya que todos los franceses saben que el proceso de negociaciones que se abre a partir del lunes para formar Gobierno será largo, difícil y, sobretodo, muy tenso.
El próximo Gobierno, una incógnita aún
En su mensaje a la nación y a sus simpatizantes, Mélenchon -un veterano conocido de la política francesa que hace años viene pidiendo reformas estructurales al Estado y una recuperación del Estado de bienestar que viene siendo desarmado por gobiernos de casi todos los colores políticos- celebró la victoria del NFP y dijo que el frente "está listo para gobernar", por lo que Macron debe convocar a sus dirigentes para empezar el proceso de formación de gobierno. Incluso adelantó lo que pareció ser un guiño a un Gobierno de minoría: "Podemos decidir muchas cosas por decreto."
Pero rápidamente el establishment político volvió a cerrar filas, esta vez no contra la extrema derecha, sino contra la izquierda, a la que hace tiempo el macronismo intenta tildar como "el otro extremo". Attal aclaró que "esta noche, ninguna mayoría absoluta puede ser conducida por los extremos" y, poco antes, su antecesor, Édouard Philippe, destacó que "el NFP no ganó la mayoría absoluta como para poder gobernar".
La gran incógnita ahora es si se mantendrán firmes las coaliciones electorales o si este proceso de negociaciones lograra fracturar y construir una mayoría legislativa por fuera de sus límites. Si las coaliciones no se rompen, será obligatorio algún tipo de acuerdo entre la izquierda y el actual oficialismo macronista. Nada indica que exista un escenario en el que el mandatario aceptaría negociar con la extrema derecha de Le Pen.
En el segundo escenario, en tanto, algunos ya se imaginan que Macron buscará tentar al Partido Socialista, la pata más moderada -o conservadora, si uno tiene en cuenta a su último gobierno, el del ahora diputado electoral Francois Hollande- del NFP a sumarse a una coalición de Gobierno "por fuera de los extremos" o, en otras palabras, entre su alianza, Ensemble, los derechistas de LR y los socialistas.
Cuando Hollande -un ferviente crítico de Mélenchon- tuvo que justificar su alianza con los partidos de izquierda, respondió: "Una situación excepcional, una decisión excepcional". Explicó que la posible llegada al poder de la extrema derecha ameritaba el volantazo. La duda que surge es si la línea más conservadora del PS se sentirá tentada a formar gobierno con el macronismo ahora que el temor a una victoria de Le Pen y su discípulo, Jordan Bardella, desapareció, al menos en el corto plazo.
Pero solo en el corto plazo. Porque, una vez más, el lepenismo ganó lugar en la Asamblea Nacional y aumentó su número de bancas. El alivio y la alegría -entre la izquierda- pueden dominar la coyuntura-, pero la dirigencia política y la sociedad deberían ponerse en alerta porque el crecimiento de la extrema derecha es una constante desde el primer shock electoral de Jean-Marie Le Pen en 2002. El domingo pasó de tener 88 diputados a al menos 143.