Balotaje en Francia: un Macron impopular vs el miedo al apellido Le Pen

El presidente y la lider opositora se miden este domingo en las urnas en una segunda vuelta que repite la elección de hace cinco años, aunque esta vez el llamado frente republicano creado para frenar el ascenso de la extrema derecha parece debilitado por la frustación que generan entre millones de franceses la falta de nuevas opciones. 

24 de abril, 2022 | 00.05

Este domingo los franceses elegirán su presidente entre el actual mandatario Emmanuel Macron y la líder opositora y principal referente de la extrema derecha nacional desde hace una década, Marine Le Pen. El balotaje repite exactamente las mismas dos opciones que hace cinco años, cuando el primero arrasó con el 66% de los votos. Pero el escenario no es el mismo: 1. Macron ya no es la joven promesa con poco pasado en la política que intentaba presentarse como una tercera vía moderna, sino un jefe de gobierno con un cúmulo de crisis detrás, promesas incumplidas y una impronta ya clara como el candidato de la derecha tradicional; 2. Le Pen continuó aprendiendo de sus errores y buscó normalizarse con un discurso más centrado en la crisis económica de la clase trabajadora que en la xenofobia y la mano dura; y 3. Los votantes de izquierda, que quedaron a solo 420.000 votos de entrar al balotaje, están cansados de tener que elegir al mal menor y cada vez son más los que se niegan a hacerlo de nuevo, aún si enfrente tienen una candidata con el apellido más temido por la mayoría de la sociedad desde que su padre se coló en una segunda vuelta presidencial hace 20 años.

En la primera vuelta, hace dos semanas, Macron obtuvo un 27,8% de los votos, mientras que Le Pen sacó 23,1%. En cinco años, sumaron unos pocos puntos porcentuales - 24,01% y 21,30%, respectivamente-, una evolución similar a la del histórico líder de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, quien acumuló un 22% el 10 de abril y arañó un 20% en 2017. La principal diferencia es que la derecha tradicional, heredera de los ex presidentes Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, pasó de un 20% a un 4,8%. Con la socialdemocracia del Partido Socialista (PS) en coma desde el fracaso de su último gobierno con Francois Hollande, la primera vuelta de este año podría terminar marcando el fin del bipartidismo que dominó la política francesa por décadas. 

Los últimos sondeos dan a Macron como favorito, nuevamente, con una diferencia cómoda. El mandatario obtendría un apoyo de entre el 54 y el 59% frente a una Le Pen que acumularía entre el 41 y el 47% de los votos, según la radio pública France Info. De confirmarse estos números, el llamado frente republicano que aglutina a todas las fuerzas políticas para frenar un ascenso al poder de la extrema derecha seguiría vivo, pero -como se teme- está perdiendo fuerza: en 2017, la dirigente opositora obtuvo en el balotaje cerca de un 34%. El otro dato que preocupa es la creciente abstención -en la primera vuelta fue cuatro puntos porcentuales menor que en la de 2017- y la cantidad de indecisos que recién deciden su voto en los últimos días. Según las encuestas de boca de urna de hace dos semanas, este grupo ya supone uno de cada tres votantes. 

Macron, el embanderado del frente republicano

Esquivo, soberbio, agresivo y poco o nada empático. Pocos mandatarios franceses concentran una imagen tan negativa y han sobrevivido a tantas crisis como Macron e igual siguen en carrera para disputar y probablemente ganar una reelección. En 2017 era un licenciado en Filosofía de una universidad bastión de la izquierda que se convirtió en un niño estrella de las finanzas y, luego, en la promesa de un centro que refritaba como moderna la vieja idea de una tercera vía. Millones de franceses lo votaron como el mal menor hace cinco y no les costó tanto poco no tenía un historial largo que defender. Ahora, en cambio, la situación es diferente.

Su gestión lo ubicó en alianza en casi todas las oportunidades con la derecha clásica y su campaña, al menos hasta la primera vuelta, mantuvo claramente esa misma línea. Sus políticas desataron la ola de protestas de los chalecos amarillos y las manifestaciones por su reforma de jubilaciones fallida que ahora propone reflotar para aumentar la edad de retiro. Además le tocó enfrentar las consecuencias del Brexit -la salida del vecino Reino Unido de la Unión Europea-, la pandemia de Covid-19 y ahora la primera guerra en territorio europeo desde los años 90, que echó por tierra todas las esperanzas de una pospandemia con crecimiento económico. Finalmente, los escándalos vinculados a su ex asesor Alexandre Benalla, que incluyeron imágenes del entonces funcionario golpeando a un manifestante, el uso de pasaportes diplomáticos luego de dejar el cargo y hasta negocios con dos oligarcas rusos con pasados poco transparentes gracias a su rol en el gobierno.  

Sin una gran gestión para demostrar, Macron capitalizó dos elementos en esta campaña: la falta de nuevas opciones políticas que rompan el escenario de 2017 y la consecuente posibilidad de volver a polarizar con Le Pen, una figura que en la segunda vuelta le garantiza el mote del mal menor entre una importante porción del electorado. Este es su principal activo y quedó demostrado cuando intentó hacer un giro ideológico para ganar a los votantes de Mélenchon con el tema que creía más fácil, la política ambiental, y no lo consiguió. Prometió que entregará al próximo primer ministro -que será electo por la fuerza que gane los comicios legislativos del 12 de junio- el poder de diseñar y ejecutar la política ecologista y la transición energética, un área en la que él fracasó rotundamente. Tuvo cuatro ministros en cinco años y el primero, el militante ambientalista Nicolas Hulot, renunció poco después del primer año por desacuerdos políticos con el mandatario. Además, no cumplió ninguna de sus principales promesas de campaña para luchar contra el cambio climático. 

Por eso, parece poco probable que el giro discursivo de Macron convenza a algún votante de Mélenchon o, incluso, de Yannick Jadot, el candidato verde que obtuvo 4,6% en la primera vuelta. Su única posibilidad para reelegirse es que el frente republicano que la clase política y la sociedad francesas construyeron para frenar al padre de Marine Le Pen, el filonazi Jean Marie Le Pen, en el balotaje presidencial en 2002 siga convenciendo a una mayoría de los franceses.

Entre la clase política, las cúpulas de los principales sindicatos y algunos sectores de la sociedad quedó claro que el frente sigue vivo. Excepto por Mélenchon -quien no llamó a apoyar por Macron, pero si a no dar un solo voto a Le Pen- y el ultraderechista Éric Zemmour -quien respaldó abiertamente a Le Pen-, el resto de los candidatos anunciaron la misma noche de la primera vuelta su respaldo al mandatario para este domingo. En el mundo sindical, en tanto, los titulares de la CGT francesa y de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT) publicaron una columna en el medio Journal du Dimanche para pedir el voto de los trabajadores para el presidente. "Marine Le Pen es un peligro para los trabajadores", la titularon y luego alertaron: "La amenaza de ver a la extrema derecha en el Palacio del Eliseo nunca había sido tan fuerte".

De igual manera, un grupo de referentes y trabajadores de la salud publicaron una columna en el diario Libération titulada: "Nosotros, los cuidadores votaremos a Macron, a pesar de nuestros desacuerdos"; mientras que 400 personalidades del mundo de la cultura hicieron lo propio en Le Monde: "Sin ilusiones, sin vacilar y sin temblar, votaremos por Macron". En su texto, los actores, directores y otros artistas advirtieron: "Hoy lo que solíamos llamar el frente republicano se fisura. Estamos preocupados."

Le Pen, cada vez más normalizada

Mientras que los últimos cinco años golpearon sostenidamente la imagen de Macron, Le Pen los aprovechó para aprender de sus errores de cara a las próximas elecciones presidenciales. Ya no se muestra agresiva, prioriza el reclamo la desigualdad que sufre la clase trabajadores a las consignas xenófobas y, en vez de responsabilizar de todos los problemas a los inmigrantes, se concentra en una crítica al modelo neoliberal, tomando prestado muchos argumentos tradicionales de la izquierda y los sindicatos. El problema es que, a diferencia de la izquierda, no reduce todas las soluciones a una vuelta al nacionalismo económico, como quedó al desnudo en el debate presidencial de esta semana, cuando se quedó sin respuestas para acorralar a un presidente impopular que debería haber estado a la defensiva y pasó fácilmente a la ofensiva. 

La diputada de extrema derecha, que es la tercera vez consecutiva que compite por la Presidencia, tuvo una ayuda inesperada en esta campaña en su estrategia para sacudirse el mote de radical y extrema. Al principio, la irrupción en el escenario electoral del panelista y columnista Zemmour preocupó a la campaña de Reagrupación Nacional, el partido de Le Pen. El outsider había generado una gran expectativa entre la opinión pública antes de anunciar oficialmente su candidatura y venía a disputarle directamente su electorado con promesas simplistas de mano dura y cierre de la inmigración, especialmente de aquella proveniente de países musulmanes.

Pero el único fenómeno de la campaña que amenazaba con romper el escenario de 2017 se desinfló rápidamente cuando la inflación provocada por la guerra en Ucrania y las sanciones de las potencias occidentales contra Rusia golpeó el ya debilitado bolsillo de los franceses. Como le había pasado antes a Le Pen, el discurso de Zemmour empezaba y terminaba con la inseguridad y el rechazo a la inmigración, no tenía nada para decir sobre el salario mínimo, el poder adquisitivo de los trabajadores y cómo reducir la inflación. La diputa ultraderechista no solo capitalizó este silencio, sino que además le permitió ubicarse en un nuevo lugar en el espectro político francés: ya no era la candidata más extrema o radical. Por eso, los líderes de su partidos comenzaron a pedir que no se los califique como extrema derecha y se los defina como "una fuerza patriota nacionalista". 

Desde ese nuevo lugar, promovió reformar la Unión Europea en vez de salir del bloque, pero no explicó con claridad cómo y qué quiere reformar; se solidarizó con el pueblo ucraniano y pidió un acercamiento de la OTAN con Rusia, pero no explicó cómo se conciliarían esas dos posiciones en medio de la invasión rusa a Ucrania; declaró defender una política ambiental, pero solo se limita a criticar al modelo neoliberal como la causa de los problemas y esquiva cualquier definición sobre las medidas concretas para una transición energética en el corto y mediano plazo. 

La izquierda, entre la frustración y la esperanza de las legislativas 

Con el fin del bipartidismo tradicional de la derecha, personaficada hoy por Los Republicanos, y la socialdemocracia del PS, el gran arbitro de este balotaje presidencial será la izquierda liderada por Mélenchon. Desde la misma noche de la primera vuelta, el diputado dejó en clara su posición: sus votantes no debían dar un solo voto a Le Pen. Sin embargo y fiel a su posición extremadamente crítica de Macron, hizo un difícil e incómodo equilibrio para no dar un apoyo explícito al mandatario. Su fuerza, Francia Insumisa, incluso hizo una consulta voluntaria entre sus afiliados y solo el 35% dijo que apoyará la reelección del mandatario. El resto optó por el voto blanco, nulo o la abstención, lo que hace temer un derrumbe de la participación aún más dramática de la tendencia a la baja que ya viene registrándose en los comicios. 

La falta de nuevas opciones políticas genera frustación, indecisión y desinterés entre una parte importante del electorado francés, pero entre la base electoral de la izquierda, un sector que ha demostrado una resilencia en los últimos tiempos, el sentimiento es más de hartazgo con un sistema que una y otra vez los hace elegir en un balotaje presidencial por el mal menor y no solo en 2017 para frenar a Le Pen, en 2012 con Hollande también para oponerse a otros cinco años de Sarkozy. La sensación de muchos franceses que se identifican fuertemente con la izquierda y que siguen movilizados para votar en cada elección es que ya jugaron con las reglas del frente republicano una y otra vez y los resultados nunca son buenos. La respuesta de los que siguen creyendo en el valor del frente es que no todo es lo mismos, un argumento que no funcionó en Estados Unidos para movilizar a muchos votantes demócratas para apoyar a Hillary Clinton frente a Donald Trump o, más cerca, en Brasil, cuando muchos sectores moderados no se asustaron con el posible ascenso al poder de Jair Bolsonaro y prefirieron no apoyar al candidato de Luiz Inácio Lula da Silva, Fernando Haddad. 

 

A tal punto el equilibrio de Mélenchon frente al balotaje es incómodo que el diputado eligió concentrarse en la próxima batalla: las elecciones legislativas de junio. Con el electorado partido en tres grandes bloques y con el resto del espectro de centro-izquierda atomizado, el veterano dirigente quiere aprovechar que los resultados de la primera vuelta están frescos y convertirse en el líder de una amplia coalición que pueda ganar la mayoría o quizás al menos una primera minoría en la Asamblea Nacional para poder reclamar como propio el cargo de primer ministro y forzar lo que en Francia se conoce como una cohabitación con Macron. De esta manera, podría intentar limitar iniciativas del mandatario como la reforma jubilatoria o obligarlo a avanzar de manera concentra en la transición energética que tanto prometió y nunca cumplió. 

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