En un escenario de empate técnico entre los dos contrincantes –Jair Bolsonaro por la reelección y Lula de Silva por su tercer mandato como presidente-, Brasil decide en las urnas lo que tal vez sea el capítulo más decisivo de su historia.
La gran potencia sudamericana o elige avanzar con lo peor de la cultura que le dejaron las dictaduras militares (violencia, racismo, indiferencia y naturalización de la miseria extrema) o repite la experiencia lulista de una sociedad más igualitaria, con derechos de salud y educación para los excluidos y que se respeta a sí misma como nación soberana (aunque con otro ritmo).
El sindicalista Lula o el militar Bolsonaro. Es tan maniqueo como suena, porque nunca como hasta ahora quedó tan expuesta la encrucijada entre “una economía que mata” (como dijo el papa Francisco) y un desarrollo con distribución que apuesta a la vida.
Los números de las encuestadoras indican que, en cuatro años, Bolsonaro supo sumar multitudes. ¿Cómo se llegó hasta acá? “Desde el punto de vista estrictamente personal, Bolsonaro es una figura casi grotesca, de bajísimo nivel intelectual y mental”, opinó José Luis Fiori una de las mentes más lúcidas de Brasil. Fiori es sociólogo, doctor en Ciencias Políticas, autor de numerosos libros y profesor emérito de Economía Política Internacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
“Bolsonaro nunca hubiera obtenido más del 15 o 20% de los votos si no hubiera sido por la convergencia entre el golpe de Estado contra Dilma Rousseff, la cárcel de Lula y una ola de insatisfacción social que atraviesa la sociedad”. Y recordó con humor algo verídico: “En otros momentos de Brasil, ése fue el porcentaje de votos que ‘galvanizaron’ la insatisfacción colectiva, como el caso de la rinoceronte hembra “Cacareco”, electa en San Pablo en 1959 con más de cien mil votos, y del chimpancé “Tião” que obtuvo casi medio millón de sufragios en Río de Janeiro en 1963”.
Lo preocupante es que, aunque Lula gane la segunda vuelta electoral del 30 de octubre, esa derecha extrema seguirá allí. “Exacto –continúa Fiori- lo importante es entender por qué, más allá de Bolsonaro, hoy se vota a ese sector. Hay que mirar lo que está pasando en el mundo, en Occidente y más precisamente en el mundo eurocéntrico donde, desde hace tiempo, avanza una ola de insatisfacción social liderada por candidatos o fuerzas de derecha o extrema derecha.”
Según el académico brasileño, “en esta década del siglo XXI, el mundo está atravesado por una serie de revueltas y rupturas sociales y nacionales, alimentadas –una vez más- por el aumento de la desigualdad, del desempleo, de la miseria que se multiplicaron de forma exponencial en los años 90 del siglo XX, pero, sobre todo, después de la crisis de 2008. No podemos prever el futuro exacto de esta “nueva era de las rebeliones”, pero hay dos cosas que sorprenden, sobre todo en el espacio eurocéntrico y (aunque con algunas diferencias) en Estados Unidos. Primero, la fragilidad de las fuerzas de izquierda o progresistas y su baja participación para liderar estas revueltas con la excepción de Grecia (2013) y Chile, Ecuador y Colombia (2019). En Grecia, cabe aclarar, la insurrección fue rápidamente domesticada por la Unión Europea y finalmente derrotada por la derecha griega”.
“Segundo, la fuerza y la agresividad de las nuevas ideas de extrema derecha, asociadas al fundamentalismo y al nacionalismo religioso sea cristiano, ortodoxo, judío o islámico, según el país y el grupo social. Por ejemplo, Hungría y Polonia, pero también en Israel y en varios países islámicos de Oriente Medio. Sucede en Inglaterra y Holanda, pero también en EEUU y Rusia, en Italia y en República Checa y ahora en Suecia, un país que durante el siglo XX fue una especie de Vaticano de la socialdemocracia europea.”
En el caso de Brasil. Bolsonaro cuenta con el respaldo casi incondicional de los evangélicos, las milicias, fuerzas policiales y militares y el poder que más ha crecido en los últimos años: el agronegocio. “No hay duda de que la economía brasileña sufrió una gran transformación en esta última década”, aseguró Fiori. “Hubo una disminución continua del peso de la industria en la composición del producto bruto de Brasil. La desindustrialización fue acompañada por el aumento acelerado del agronegocio. La región centro-oeste de Brasil fue tomada por la soja y los extensos rebaños de ganado. En pocos años concentraron una porción significativa de la riqueza nacional. Cambió la economía, la composición sociológica y la distribución tanto de la riqueza como del poder en Brasil. Gran parte de la fuerza ideológica y financiera de la extrema derecha brasileña viene de esa región. La economía volvió a ser primario exportadora sobre todo de granos y carnes, de frutas y petróleo y de minería.”
Este cambio que impactó fuertemente en la política brasileña es uno de los desafíos que Lula deberá enfrentar si gana en el ballotage. “Hubo una reorganización radical de la llamada ‘élite económica’ que ahora incluye sectores cada vez más amplios y que no se identifican ni nacieron con los valores y la cultura de la ‘costa este’ de Brasil”, explicó Fiori. “Pero cuidado, no hay que engañarse, tanto esa élite como la vieja clase industrial paulista y brasileña nunca comprometieron sus intereses con un verdadero proyecto nacional y popular. Sus intereses económicos y financieros estuvieron mayoritariamente ligados a los circuitos internacionales de las finanzas y las riquezas internacionales. El apoyo a las políticas desarrollistas fue siempre ambiguo y discontinuo.”
Más allá de las fracciones ligadas a las armas y los agronegocios, el resto de los sectores políticos, sociales y religiosos de Brasil se reacomodarán a las nuevas condiciones. En los últimos días, cuando las encuestas eran desfavorables a Bolsonaro y su hijo Eduardo planteó postergar las elecciones o cantar fraude, no sólo la embajada norteamericana se mostró reacia al “acting” sino que el mundo de los negocios, los apoyos políticos y hasta la corporación castrense se habría negado. Nadie quiere ir más allá de la puerta del cementerio.
A Lula, en cambio, lo han apoyado explícitamente muchos de sus rivales: dos ex presidentes de derecha –José Sarney y Fernando Henrique Cardoso- y su contrincante en el primer turno de elecciones Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño. A nivel global, además del respaldo de los presidentes de Argentina y Chile, Lula fue apoyado públicamente por el jefe de Estado español, Pedro Sánchez. En el caso de Bolsonaro, salvo el ex presidente de EEUU, Donald Trump, quien pidió el voto a favor del derechista, nadie se animó a secundarlo.
En un mundo en transición hegemónica, cada vez queda más claro que serán la multipolaridad (y no una sola potencia que ejerza como gendarme y guía) y las políticas igualitarias y distributivas las únicas variables posibles para que la humanidad perviva. Lula es símbolo de esa multipolaridad y de este igualitarismo. Su regreso será además, el motor que necesita América latina para orientarse de manera positiva en la ruta hacia ese nuevo orden posible.