Antifascismo: el dilema entre la calle y la academia

Mientras que las organizaciones y los espacios políticos siguen denominando a los movimientos de extrema derecha como “fascistas”, algunos sectores académicos sostienen que son términos anacrónicos.

31 de octubre, 2023 | 00.05

El fenómeno de las extremas derechas hace pie en América y Europa -con sus respectivos matices- y, trajo, a la vez, un dilema que aún no está resuelto: mientras hay quienes se proclaman antifascistas ante esos proyectos que denominan -valga la redundancia- fascistas; la academia sostiene casi al unísono lo anacrónico de los términos y plantea la necesidad de encontrar nuevos para hacerle frente a iniciativas políticas que son catalogadas como "inhumanas" y una "amenaza existente para la democracia". Las miradas, sin embargo, son variadas.

En entrevista con El Destape, el dirigente de la izquierda alemana, sociólogo y director de la Fundación Rosa Luxemburgo, Heinz Bierbaum; y el historiador italiano Steven Forti aportaron sus miradas sobre el surgimiento de estos movimientos en Europa, las respuestas y las lecturas desde la política como desde la academia.

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Si se hace un recorrido, en la última campaña electoral en España, el término fascista fue ampliamente utilizado para hacer referencia al partido Vox, así como para definir lo que sucede con la guerra en Ucrania. Valgan las distancias, presidentes latinoamericanos como el brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, como el colombiano, Gustavo Petro, también se refirieron de esa manera para referirse a los actos golpistas del 8 de enero, hablar sobre lo que sucede en Europa o, mismo, en América Latina con la emergencia de personajes como Jair Bolsonaro (Brasil). El fenómeno también se pudo ver en las elecciones presidenciales de 2019, en Chile, de la mano del Partido Republicano y su referente, José Antonio Kast; o en Uruguay, con Luis Lacalle Pou, que llevó a cabo un acuerdo con el partido militar Cabildo Abierto para conseguir la presidencia. Con la llegada del candidato ultraderechista Javier Milei al balotaje en las elecciones presidenciales de Argentina, el tema se instaló también en el país sudamericano.

“Si utilizamos unas gafas equivocadas para leer la realidad, será muy difícil que más allá de movilizar, quizá en un determinado momento, pararle los pies electoralmente a esta nueva extrema derecha”, sostuvo Forti ante El Destape, para explicar la idea de que llamar fascismo, postfascismo o neo fascismo al fenómeno de la extrema derecha, que él denominó Extrema derecha 2.0 en su libro homónimo, que son esencialmente antiprogresistas. No obstante, reconoció la distancia con la calle y que el término “fascista puede movilizar más que otros términos que no son tan fuertes”.

El debate sobre los términos se da, aunque Forti no lo diga de manera explícita, porque desde la academia consideran que las palabras "antifascista" como "fascista" no contienen lo que estos movimientos actuales expresan y que, a la vez, no se manifiestan de la misma manera en cada país. Sino, que tienen determinados rasgos identitarios que los caracteriza y arraiga con el lugar en donde se desarrollan: Milei no es ultranacionalista. Bolsonaro, para ciertos académicos -planteó el sociólogo e integrante del Observatorio Electoral de América Latina con sede en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires, Roberto Cassaglia- expresó más bien un nacionalismo "declarativo". Y, a diferencia de Europa, el componente migratorio, se desdibuja en estas expresiones latinoamericanas más allá de las declaraciones xenófobas que puedan llegar a tener.

Sí, todos, comparten sus políticas y posiciones antifeministas, anti LGBT; así como sus ideas en contra del cambio climático -y el cuidado del ambiente- y utilizan, en muchos casos, lo que llaman el "marxismo cultural" para referirse a los sectores de izquierda y progresistas.

Más allá de eso, Forti advirtió sobre la posible banalización de la palabra e hizo énfasis que más allá de las terminologías “la extrema derecha hoy en día es la mayor amenaza existente para los valores democráticos, pero no es exactamente lo que fue el fascismo en los años de entreguerras”, sostuvo. Para el caso, la palabra fue escuchada por miles de personas en las dos últimas películas más taquilleras de este año: Oppenheimer, de Chirstopher Nolan, que cuenta la historia del creador de la bomba atómica -pertinente dada la época y el personaje-; y nada más y nada menos que en Barbie, de Greta Gerwig, en una escena en la que llaman a la protagonista de ese modo cuando la acusan de querer imponer una idea de cuerpo imposible.

Las diferencias, para el historiador son claras si partimos de la base de que el fascismo en sí mismo fue un movimiento político y una ideología que surgió en la Italia de la primera posguerra, que luego se expandió en Europa. En esa línea, marcó que las formaciones actuales “ninguna reivindica explícitamente ni propone restaurar las dictaduras fascistas existentes en el pasado en sus respectivos países”.

Por otro lado, explicó que “el fascismo no era tampoco solo el ultranacionalismo, sino que era un movimiento de la ideología política que tenía como algunos de sus pilares el ser una religión política y el presentarse como una revolución palingenésica que quería crear hombres y mujeres nuevos, que miraba al futuro y no al pasado. Que se proponía instaurar un régimen de partido único, un régimen totalitario, con partidos milicias con fuerzas paramilitares que adoptaban la violencia como una herramienta aceptable, inclusive con el asesinato de los líderes políticos. Estos son algunos elementos importantes nucleares del fascismo, no los vemos ahora”. 

En algún punto, Bierbaum coincide con Forti, sin embargo, usa el término antifascista a la hora de catalogar a los movimientos contrarios a estas tendencias. Para él, lo que vemos ahora “es una política muy inhumana y muy violenta contra una población específica. Con grupos que son segregados, a quienes culpabilizan de la miseria que tenemos”.

Otros puntos de contacto están en las razones que llevaron al auge de estas extremas derechas: el aumento de las desigualdades, la hegemonía del modelo neoliberal, la privatización, el debilitamiento del Estado de bienestar y la precarización del trabajo, entre otras, sumado a lo que Forti denominó como “cultural backlash”. En otras palabras, “la reacción cultural a unos cambios que se han dado en las sociedades occidentales en los últimos tres, cuatro décadas, con un aumento, una ampliación de los derechos, pensemos en la igualdad de género, en el aborto, en el divorcio ya antes, en los derechos de la comunidad LGTBI”.

Para la regla, las excepciones

En este punto, es necesario mencionar que hay partidos en los que sí pueden encontrarse lazos con el fascismo de los años en los que surgió. "El término post-fascismo sí que se podría utilizar para hablar de algunos líderes, en el caso sobre todo de Giorgia Meloni, teniendo el partido que lidera, Hermanos de Italia, un origen claro, siendo la continuación de lo que fue la experiencia del movimiento social italiano. En este caso, hablar de post-fascismo tiene sentido", explicó Forti. Meloni, a los 15 años, se unió al Frente Juvenil, el ala juvenil del Movimiento Social Italiano (MSI) que surgió de las cenizas del fascismo de Mussolini y su partido mantiene el logotipo de los partidos de extrema derecha de la posguerra: la llama tricolor, a menudo percibida como el fuego que arde en la tumba de Mussolini.

En la misma línea, el político alemán sumó a la llegada de Meloni, la agrupación política que crece en su país, Alternativa para Alemania (AfD). “El desarrollo de la AfD es muy particular porque nació como un partido muy conservador, pero ha cambiado mucho en los últimos años con una parte fascista. Está claro que niegan y justifican los crímenes nazis. Hermanos de Italia, tiene una historia, es un partido post-fascista que tiene elementos de la ideología fascista”, aclaró.

El ser antifascista

Ahora bien, cuando hablamos del ser antifascista, Forti considera que es un término que se debe actualizar. Bierbaum –que ejerció durante tres años como presidente de la Izquierda europea, ahora ocupa la responsabilidad de relaciones internacionales en el partido Die Linke (La Izquierda, en alemán)-, mientras tanto, lo definió como “la creación de una política alternativa que responda a las urgencias de la vida cotidiana de la gente”. Para él, que hizo un gesto jocoso ante la consulta sobre la distancia entre la calle y la academia, consideró que el término antifascista “tiene un significado contra la extrema derecha y contra las fuerzas fascistas”.

Ante esta “política inhumana” que proponen estos movimientos, dijo, lo central es denunciarla de manera conjunta, propuso Bierbaum. “Tenemos que hacer una política contra el neoliberalismo. Una política no neoliberal, es el mínimo, pero también anticapitalista. Por eso creo que ser el antifascista es decir también ser anticapitalista. Hace falta una lucha cultural, de cooperación entre las organizaciones y partidos de la izquierda y las fuerzas progresistas, algo que sí han logrado desde la extrema derecha con partidos conservadores que están disponibles para hacer esas alianzas”.

Para él la clave es “ofrecer una política alternativa frente a los problemas que tenemos". Enumeró, en ese sentido: el costo alto de la vida haciendo más medidas sociales para proteger a la gente, nuevas políticas para la inmigración –que la extrema derecha criminaliza-, cambiar por una política "más humana", tener una política orgánica en Europa respecto a esta cuestión, así como la necesidad de una transformación ecológica de la vida”, consideró Bierbaum. 

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