El asesinato al líder de Hamas, Ismail Haniye, mientras se encontraba de visita oficial en Irán, ha sido un mensaje funesto de Israel y de Estados Unidos al mundo: ambos confirmaron que, en sus estrategias para Medio Oriente, no hay espacio para la paz, solo hay violencia y muerte.
El 31 de julio, Haniye fue asesinado con una bomba activada remotamente en la casa donde se alojaba en Teherán. El día anterior, había asistido, como invitado especial, al acto de asunción del nuevo presidente de Irán, el dialoguista Masud Pezeshkian.
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Israel nunca reivindicó el crimen, pero la versión de EEUU, difundida por el diario New York Times, es que el palestino “fue ejecutado con una bomba que los israelíes habían colocado hacía dos meses en la habitación de una casa huéspedes del gobierno iraní, donde Haniye acostumbraba alojarse”. La casa está ubicada en un predio a cargo del Cuerpo de la Guardia Republicana.
El artículo tiene tufillo a operación mediática porque luego de asegurar que EEUU no estaba al tanto (“el secretario de Estado, Antony Blinken, no tuvo conocimiento previo del operativo”), el diario justifica el ataque como “quirúrgico porque sólo murieron dos personas” y aprovecha para desprestigiar duramente a Irán considerando que se trata de un “fracaso catastrófico” de los servicios de inteligencia y seguridad de ese país al no poder proteger debidamente a sus invitados.
El atentado tiene varias lecturas:
1) Israel está buscando una reacción agresiva por parte de Irán porque a) el asesinato a un invitado de honor extranjero en un predio oficial es una afrenta imperdonable y b) se trata de una violación a la soberanía de Irán, algo que tampoco puede quedar sin respuesta, al menos en el plano de los acuerdos internacionales.
2) Israel atenta contra cualquier posibilidad de diálogo de paz y agrava la situación de los rehenes porque a) asesina a Haniye, el más moderado de los dirigentes de Hamas e interlocutor en las recientes negociaciones entre israelíes y palestinos mediadas por Qatar, para una tregua y la posible liberación de rehenes.
3) Israel y EEUU envían un aviso para el mundo, especialmente para China, que este año propició muy exitosamente acuerdos diplomáticos en Oriente Medio. El mensaje es que en esa región no hay lugar para el pacifismo.
a) En marzo, Beijing logró restaurar el diálogo entre dos rivales históricos: Arabia Saudita (segundo socio en importancia para EEUU, en la región, después de Israel) e Irán, enemigo número uno de Washington. A esto debe sumarse que ambos se incorporaron a los Brics junto a Rusia y China y que la corona saudita, además, se independizó de la Casa Blanca y decidió vender petróleo por fuera de los petrodólares.
b) A fines de julio, otros dos rivales históricos, Hamas y Al Fatah, firmaron un acuerdo de “reunificación nacional”, también con el auspicio chino, y se comprometieron a convocar a un gobierno de unidad en Gaza cuando termine la embestida israelí.
Estos acontecimientos sumados a un recuerdo personal me ratifican que la estrategia israelo-estadounidense para Oriente Medio es la guerra perpetua. Como enviada especial cubrí las primeras elecciones legislativas en Gaza en enero de 2006. Triunfó Hamas y como el sistema es parlamentario Haniye fue elegido primer ministro. Me sorprendió que, inmediatamente, el palestino –apartándose de lo prometido en la campaña electoral- sugirió al premier israelí, Ehud Olmert, del partido de centro Kadima, iniciar un diálogo. La respuesta no se hizo esperar: 24 horas después, aterrizaba en Tel Aviv, sin que estuviera planificado, la canciller estadounidense Condolezza Rice y cualquier expectativa de paz se diluyó en el aire.
Los padres de Haniye, musulmanes sunitas, fueron expulsados de sus tierras por los israelíes en 1948. El líder palestino nació, en 1962, en el campo de refugiados Al-shati (La Playa) ubicado cerca al mar Mediterráneo en la Franja. Se licenció en literatura árabe en la Universidad Islámica de Gaza y se involucró con Hamas en 1987, durante la primera Intifada.
Fue primer ministro –de línea moderada- hasta 2017. Lo sucedió un líder de línea dura, Yahya Sinwar, cerebro de los ataques terroristas del 7 de octubre contra Israel. Haniye pasó a ser presidente del Buró Político de Hamas, con representación del grupo islamista, sobre todo en la arena internacional. En la guerra desatada por Israel como represalia por los ataques del 7 de octubre, Haniye perdió 14 familiares. En abril pasado murieron en Gaza tres de sus hijos y cuatro de sus nietos.
Unas horas antes del atentado contra Haniye en Teherán, Israel mató, en el sur de El Líbano, a Fuad Shukr, un alto líder militar e importante asesor de Hasan Nasrallah, líder de la organización Hezbollah y activo militante a favor de la causa de la resistencia palestina.
Aunque Blinken lo niegue es imposible creer que Israel llevó a cabo estos ataques sin la luz verde de EEUU, sobre todo después de la exitosa visita del primer ministro Benjamin Netanyahu al Congreso estadounidense el pasado 24 de julio, días atentes de los atentados. Durante esa sesión, Netanyahu fue aplaudido de pie 58 veces tanto por los legisladores demócratas como por los republicanos. Allí, el premier israelí llamó “idiotas útiles” a quienes defendían los derechos palestinos. Cabe recordar además que el 63% de las armas que Israel descargó sobre Gaza fueron enviadas por la Casa Blanca.
Una escalada de la guerra en Oriente Medio es dramáticamente probable. No sólo por la eventual represalia de Irán, que, luego del asesinato de Haniye, izó la bandera roja de la venganza en la cúpula de la mezquita de Jamkaran, en la ciudad de Qom. También Hezbollah (tal vez con colaboración de las milicias hutíes de Yemen) podría querer responder a la muerte de Fuad Shukr. Estas últimas acciones isarelíes han tenido, asimismo, una fuerte repercusión en otros países musulmanes como Turquía, Pakistán (que posee bombas atómicas) e Irak.
La pregunta que angustia es si esta escalada puede, finalmente, derramarse hacia otras zonas sensibles y comprometer a todo el planeta.