En estas fechas claves para las tres religiones monoteístas que dominan Jerusalén, la violencia volvió a escalar en el corazón del conflicto israelí-palestino y, como suele pasar, amenaza con arrastrar consigo a la región. Este jueves al menos 34 cohetes fueron lanzados desde el sur del Líbano, país que limita al norte con Israel, contra el territorio de este vecino, mientras que por segunda noche consecutiva lo mismo sucedió desde el territorio palestino ocupado de la Franja de Gaza contra el sur israelí.
La respuesta no tardó en llegar: el Gobierno de Benjamin Netanyahu, reunido en el primer gabinete de seguridad de emergencia desde febrero, dio la orden de bombardear el sur libanés y, horas después, ya en plena madrugada, también Gaza y, de nuevo, Líbano. El primer ministro prometió que sus "enemigos pagarán un precio importante" por el lanzamiento de cohetes.
Una vez más en el conflicto israelí-palestino, la escalada tuvo su detonante en una agresión en la mezquita de Al Aqsa, uno de los principales símbolos sagrados del mundo islámico y una de las dos grandes cúpulas icónicas del barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Esta semana, en pleno mes sagrado de Ramadán, decenas de policías israelíes irrumpieron en este lugar de culto a la noche y reprimieron salvajemente a las cientos de personas que estaban rezando allí, entre ellas mujeres y niños. Las imágenes, como pasó tantas veces en el pasado, desató la ira entre los palestinos y en el mundo islámico en general.
Pese a que el sur libanés es un bastión indiscutido de Hezbollah, el partido político y organización armada islamista que apoya la causa palestina y mantiene una confrontación activa con Israel, éste no reivindicó los ataques y dijo que investigará quién fue el responsable. Desde medios libaneses, afirmaban, sin embargo, que los cohetes fueron lanzados desde campos de refugiados palestinos, lo que ninguna autoridad quiso confirmar, ni siquiera el Gobierno de Netanyahu.
Sin embargo, el diario israelí Haaretz sí informó que el máximo líder de Hamas, el movimiento y grupo armado islamista que gobierna -con las limitaciones que el bloqueo israelí imponen- la Franja de Gaza, Ismail Haniyeh, se encuentra en Beirut, capital del Líbano, y que se reunirá con su par de Hezbollah, Hassan Nasrallah.
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Ya entrada la madrugada en Israel, Netanyahu informó por Twitter que, tras la reunión de gabinete de emergencia y "por recomendación de las IDF (ejército) y las fuerzas de seguridad" había tomado "una serie de decisiones". No adelantó cuáles son, pero lanzó una advertencia: sus "enemigos pagarán un precio importante". Unas horas antes, sus fuerzas militares ya habían empezado un fuerte bombardeo contra la Franja de Gaza, el pequeño territorio palestino ocupado que desde 2007 se encuentra completamente bloqueado por Israel y, de manera reiterada, es objetivo de masivas ofensivas bélicas que terminan con cientos -y a veces miles- de muertos palestinos y frágiles ceses de fuego.
Crónica de una escalada anunciada
Todos sabían que la violencia estaba creciendo. A finales de 2022, el enviado especial de la ONU para Medio Oriente, Tor Wennesland, le informó al Consejo de Seguridad -donde están presentes las principales potencias mundiales- que ese año había sido el más letal del conflicto en muchos años, algunos dicen incluso desde el final de la Segunda Intifada, el último levantamiento popular armado masivo de fuerzas palestinas en los tres territorios ocupados.
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También les informó que el avance de las colonias israelíes en esos territorios palestinos ocupados -que los palestinos denuncian como el corazón del conflicto, la colonización de sus tierras- y la demolición de casas palestinas estaba creciendo a una velocidad cada vez mayor. "La profundización de la ocupación, el aumento de la violencia, incluido el terrorismo, y la ausencia de un horizonte político ha empoderado a los extremistas y ha horadado la esperanza entre los palestinos e israelíes, de igual manera, de que una resolución del conflicto es posible", afirmó Wennesland en diciembre pasado.
Desde entonces, la situación no hizo más que empeorar. El primer trimestre del año comenzó con una nueva aceleración de muertos y heridos -siempre de mayoría palestina-, que incluyó un "pogromo", como reconoció el mismo ejército israelí, cometido por cientos de colonos israelíes contra la población civil palestina de un grupo de pequeñas localidades palestinas en la Cisjordania ocupada. El saldo final fueron más de 300 heridos, 75 casas y más de un centenar de autos quemados y unas imágenes que desnudaron una vez más la violencia sobre la que se basa la ocupación israelí, ya no solo cometida por las fuerzas armadas sino también por los colonos civiles que viven en los asentamientos que el Gobierno de Netanyahu promete seguir expandiendo.