En octubre de 2019 los reclamos estudiantiles fueron el punto de partida de una enorme ola de protestas. “Chile despertó”, fue el mensaje que dejaron las calles, que fue percibido como un punto de quiebre, una catarsis colectiva y un rito de pasaje hacia una nueva etapa nacional, incierta.
La masividad de las protestas obligó a Piñera a ofrecer una Convención Constituyente. A pesar de ello, las movilizaciones continuaron hasta la aparición del COVID-19. Pero el proceso de cambio ya había iniciado la vía de la institucionalización. Se llevó a cabo el plebiscito en el que triunfó la opción favorable a una Convención y en mayo de 2021 se eligieron los y las convencionales. En ese contexto nos aproximamos a las elecciones presidenciales del 21 de noviembre.
Desde 2019 en adelante, la posibilidad de una transformación radical convierte a innumerables símbolos e instituciones chilenas en un campo de disputa, como parte de una batalla de sentidos. La violencia, las protestas, los carabineros, las Administradoras de Fondos de Pensión (AFP), la inflación, las regiones, las relaciones de género, las demandas del pueblo mapuche, la migración, la corrupción, el ambientalismo, las pymes y la educación se ponen en el centro del debate público con propuestas sumamente contrapuestas.
En ese clima los candidatos y candidatas ocupan diferentes espacios en el intento de capitalizar unas u otras demandas. Gabriel Boric se muestra cercano a los deseos de transformación, vinculado a las agendas jóvenes, ambientales, de DDHH, feministas y los deseos de reparación de quienes han sido estafados por el sistema de pensiones privadas. Su misma biografía lo muestra como un ícono de la lucha por la educación pública y gratuita. Se muestra cercano a la Convención, expresa posturas de profundización del proceso constituyente y sus propuestas incluyen la eliminación del sistema AFP, la suba del salario mínimo y un programa de trabajo enfocado en las mujeres.
Boric encabezaba las encuestas presidenciales luego de triunfar en las primarias de Apruebo Dignidad (la coalición de izquierda entre el Partido Comunista y el Frente Amplio). Pero un mes antes de la elección, el ultra-derechista José Antonio Kast comenzó a liderar los sondeos públicos. El admirador de Jair Bolsonaro logró desplazar a Sebastián Sichel, candidato del presidente, como favorito de la derecha chilena.
Kast se muestra escéptico y antagónico con el proceso constituyente, califica a los presos de las protestas como terroristas, reivindica a la dictadura de Pinochet, agita el fantasma inmigratorio, del crimen organizado y el narcotráfico. Busca capitalizar los miedos a las movilizaciones entre los sectores más reaccionarios. Sus propuestas incluyen la consolidación del sistema de AFP, mayor dureza con la cuestión mapuche y la flexibilización laboral. Se enmarca, además, en una alianza internacional con Trump en EE.UU., Vox en España, Bolsonaro en Brasil y Milei en Argentina.
Dadas estas condiciones, la elección presidencial resultará clave a la hora de profundizar, encauzar, delimitar o detener el proceso de transformación iniciado en octubre de 2019. Nos atrevemos a conjeturar que una eventual victoria de Boric acelerará y profundizará la transformación, desde un punto de vista político, institucional, social y económico. En tanto el triunfo de Kast podría significar una confrontación directa con la Convención, en un intento de hacerla fracasar, producir frustración social y capitalizar esa frustración en aras de un proyecto represivo en beneficio de la élite económica.
Tanto la candidatura de Boric como la de Kast desbordan el tablero político tradicional del país trasandino que ya ha cambiado para siempre. Ninguno de los dos está cerca de alcanzar la mayoría absoluta de los votos para ganar en primera vuelta. La elección del próximo 21 de noviembre sería el primer round de una pelea que se terminará de dirimir en el ballotage del 19 de diciembre.