El viaje de Lula da Silva a China no sólo representa un salto histórico para Brasil sino que, dada la potente influencia que irradia ese país, provocará cambios tácticos muy significativos en las fichas del tablero regional y global.
Dos declaraciones, entre muchas otras de enorme peso político, son los pilares del clarísimo rumbo geoestratégico que acaba de marcar el presidente petista. La primera es sobre el poder del dólar y la conveniencia de desdolarizar.
“Todas las noches me pregunto por qué todos los países tienen que comercian respaldados por el dólar”, dijo Lula frente a una nutrida cantidad de empresarios, políticos y periodistas. “¿Por qué no podemos comerciar respaldados con nuestras propias monedas? ¿Quién decidió que el dólar fuera la moneda (global) tras la desaparición del patrón oro? ¿Por qué no el yuan o el real o el peso?", concluyó, entre fuerte aplausos, con un guiño a la moneda usada en Argentina y otros países de la región.
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La segunda declaración, también directa y contundente, enfatiza la decisión soberana de Brasil de elegir su propio destino y de apoyar un nuevo orden mundial multipolar: “Hicimos una visita a Huawei como una demostración de lo que queremos decir al mundo: no tenemos prejuicios en nuestra relación con China y nadie va a prohibir que Brasil aumente su proximidad con ese país”.
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La visita de Lula a la empresa líder en 5G (Internet de quinta generación) fue en sí misma una declaración de principios. Huawei y los países que tienen tratos con ella vienen siendo hostigados por Estados Unidos desde hace años. Esa compañía china se ha convertido en el símbolo de la guerra tecnológica que Washington y Beijing están disputando.
Lula, que en pocos días recibirá al canciller ruso Serguei Lavrov en Brasilia, demostró que Brasil está dispuesto a jugar en las Grandes Ligas de la política internacional con una política exterior independiente.
Los medios sumisos a Washington torcieron rápidamente el sentido de esas políticas soberanas. Muchos diarios como El Día de La Plata ven en esta autonomía una insoportable desobediencia: “Lula desafía a EE.UU.; profundiza su relación con China”, titula. Otros como Die Welt de Alemania ven a Brasil como un país desagradecido: "Lula toma el dinero alemán y hace negocios con China”.
Washington Post reta directamente al presidente por elegir el camino equivocado. "Occidente esperaba que Lula fuera un socio. Él tiene sus propios planes. El nuevo presidente de Brasil corre el riesgo de alienar a los EE.UU. y Europa mientras recibe buques de guerra iraníes, se equivoca sobre la invasión rusa de Ucrania y negocia con China", fustiga.
¿Por qué ayudar a quienes nos asfixian?
La respuesta del gobierno brasileño fue simple: nadie quiere perjudicar a EE.UU. sino beneficiar a Brasil. Luego de Argentina, EE.UU. fue el segundo país visitado por Lula. Pero el resultado fue magro: Washington no aseguró inversiones y apenas ofreció 50 millones de dólares (¡!) para el Fondo Amazónico. Nadie quita importancia a EE.UU. -explicó el ministro de Economía, Fernando Haddad, quien viajó con Lula-, pero “hay una desinversión de las empresas estadounidenses en nuestro país y Lula quiere la inversión china para reindustrializar el país”.
En cambio, el gobierno de Xi Jinping otorgó una línea de crédito de 1.500 millones de dólares para el poderoso Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social brasileño y ambos países intensificarán las relaciones en ciencia y tecnología, intercambio de estudiantes universitarios, relaciones culturales, estrategias para combatir el cambio climático, energía limpia, producción de automóviles y autobuses eléctricos. Además se prevé en el largo plazo inversiones chinas en Brasil por unos 10.000 millones de dólares.
Beijing es el principal socio comercial de Brasilia (las exportaciones brasileñas a China son iguales a las exportaciones que Brasil hace a EE.UU. y Europa juntos). Ambos son socios en los BRICS y, además, según manifestó Xi Jinping, “son los dos mayores países en desarrollo y mercados emergentes en los hemisferios oriental y occidental, por lo que, como socios estratégicos integrales, China y Brasil comparten amplios intereses comunes”.
Para el presidente chino, el encuentro fue una nueva ocasión para difundir por el mundo sus ideas de lo que debe ser “una nueva gobernanza mundial”. “Este es el primer año de implementación integral de los principios rectores establecidos en el XX Congreso Nacional del Partido Comunista de Chino”, explicó. “El PCCh lidera la nación en un esfuerzo concertado para transformar a China en un gran país socialista moderno en todos los aspectos y promover el rejuvenecimiento nacional en todos los frentes a través de un camino hacia la modernización. Esto desbloqueará nuevas oportunidades para Brasil y otros países del mundo”.
El objetivo, según Xi, es alcanzar un mundo multipolar donde ningún país imponga sus valores a otro; donde haya relaciones internacionales democráticas basadas en las Carta de la ONU y se alcance una globalización económica donde cada pueblo pueda elegir su modelo de desarrollo.
Los acuerdos firmados
Lula da Silva y Xi Jinping firmaron 15 acuerdos como líderes de sus gobiernos y hubo otros veinte rubricados por empresas de ambos países. En la declaración final de 49 puntos hubo dos ítems que vale la pena destacar. Primero, ambos países hicieron hincapié en la importancia de poner fin al conflicto en Ucrania basándose en el diálogo y la negociación, en el derecho internacional y en la Carta de la ONU. Lula elogió el plan de doce puntos para la paz, presentado por China el pasado 24 de febrero, al cumplirse un año del conflicto bélico.
En segundo lugar, ambos países se respaldaron mutuamente en puntos de relevancia particular para cada uno. En el caso de China, el tema es Taiwán: la diplomacia brasileña recalcó que para Brasil existe una sola China y que la isla de Taiwán es parte de ella. Por su parte, China le dio el gusto a Brasil al prometer que defendería la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU. Hasta ahora sólo cinco países (EE.UU., Reino Unido, China, Rusia y Francia) integran ese organismo, único con poder de veto en las decisiones internacionales. Desde hace décadas, para Brasilia es un objetivo primordial formar parte de él.
Finalmente, en relación a nuestra región, China ratificó su voluntad de profundizar las relaciones con el Mercosur como bloque, sin referencias a posibles acuerdos unilaterales con Uruguay.
La asociación estratégica entre China y Brasil se ha fortalecido. Los BRICS tendrán un aire renovador y esperanzado sin el boicot de Jair Bolsonaro. Y la dinámica de la actual transición histórica parece inclinarse un poco más hacia la multipolaridad y el fin del dominio del dólar. Que así sea.