La vuelta de Trump a la Casa Blanca: un camino marcado de tensiones por el control de occidente

17 de enero, 2025 | 18.44

El próximo lunes, Donald Trump asumirá por segunda vez la presidencia de los Estados Unidos, convirtiéndose en el segundo presidente en la historia del país en ejercer dos mandatos no consecutivos. Además, será el primer presidente condenado por un delito grave antes de asumir el cargo. Un tribunal de Nueva York, el pasado 10 de enero, lo declaró culpable de 34 delitos relacionados con la falsificación de registros comerciales, vinculados a pagos irregulares a la actriz porno Stormy Daniels, para silenciar una supuesta relación, y proteger así su campaña electoral de 2016. A pesar de la condena, el juez Juan Merchan decidió no imponer una sentencia, evitando conflictos constitucionales complejos, lo que permitió cerrar el caso definitivamente.

Más allá de su condena y las múltiples causas judiciales que lo rodean –incluyendo la del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021-, Trump está listo para regresar a la Casa Blanca. La previa de su asunción ha estado marcada por la creciente polémica en torno a sus declaraciones internacionales, especialmente sobre Groenlandia, Canadá, Panamá, México y Venezuela. Estas controversias no son incidentes aislados, sino parte de una estrategia más amplia que busca redibujar el mapa hemisférico con el objetivo de consolidar un dominio casi unilateral sobre el llamado “Occidente”. En el presente artículo, haremos un breve análisis de los principales conflictos geopolíticos ya abiertos por el 47° presidente de los EE.UU.

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Groenlandia y el Ártico: una renovada obsesión estratégica

Groenlandia, la isla más grande del mundo, se ha convertido en un epicentro de tensiones geopolíticas, debido a su ubicación y sus vastos recursos naturales. Este territorio autónomo de Dinamarca alberga apenas 56.000 habitantes y posee una posición geopolítica única entre Estados Unidos y Europa. Además, cuenta con importantes reservas de tierras raras, petróleo y gas, recursos críticos para las tecnologías de la nueva fase capitalista como los microchips, las turbinas eólicas y los vehículos eléctricos. En 2009, el Servicio Geológico de Estados Unidos estimó que el Ártico almacena el 13% del petróleo no descubierto y el 30% del gas natural del mundo. Estos recursos, previamente inaccesibles, están comenzando a ser viables debido al deshielo acelerado causado por el cambio climático.

Durante su primer mandato, Trump sorprendió al mundo al expresar su interés en adquirir Groenlandia, una propuesta que fue rechazada tanto por Dinamarca como por los líderes groenlandeses. En las últimas semanas, el estadounidense reavivó la discusión, calificando la propiedad de Groenlandia como “una necesidad absoluta” para la seguridad nacional de Estados Unidos. Sus declaraciones, respaldadas por su exasesor de seguridad nacional Robert O’Brien, destacan el Ártico como un “campo de batalla crítico del futuro” debido a las rutas marítimas que se están abriendo con el creciente deshielo provocado por el cambio climático. Navegar por el Mar Ártico desde Europa Occidental hasta Asia Oriental podría ser un 40% más eficiente que hacerlo a través del Canal de Suez, otorgando una ventaja estratégica que no ha pasado desapercibida para otras potencias con interés en el polo norte, como China y Rusia.

Además, y como bien lo señala Carlos De La Vega en un análisis del Portal NODAL, “la mayor parte de los pasos interoceánicos o marítimos en uso (Canal de Suez, de Panamá, Estrecho de Malaca, de Ormuz, de Bab el Mandeb, de Magallanes, de Drake) se encuentran saturados en su capacidad, o son naturalmente difíciles de transitar, o están cada vez más a merced de amenazas militares; o una combinación de todas las anteriores” (NODAL, 15/01/2025).

 

En ese sentido, Groenlandia alberga la Base Pituffik, el puesto militar más septentrional de Estados Unidos, que juega un papel clave en la defensa del país. Además, el territorio forma parte de la brecha Groenlandia-Islandia-Reino Unido, una región marítima estratégica para el control de todo el Atlántico Norte. En este contexto, Trump ha amenazado con medidas de coerción económica y militar para asegurar el control de la isla, generando un rechazo unánime de los gobiernos de Dinamarca y Groenlandia, aunque reavivando los intereses independentistas en la isla. El primer ministro groenlandés, Múte Egede, miembro del partido independentista Comunidad del Pueblo, afirmó que “Groenlandia no está en venta y nunca lo estará”.

La estrategia de Trump también incluye presionar a Dinamarca, sugiriendo que debería ceder Groenlandia para “proteger el mundo libre”. Incluso amenazó con imponer aranceles si sus demandas no fueran atendidas. Estas declaraciones, acompañadas por la posible designación como embajador en Dinamarca de Kenneth Howery, co-fundador de PayPal con Peter Thiel y Elon Musk, reflejan una estrategia que combina la diplomacia económica con la retórica unilateralista. Sin embargo, Dinamarca ha respondido aumentando su gasto militar en Groenlandia y reforzando su simbolismo nacional, como el rediseño del escudo real que destaca al oso polar, símbolo de esas tierras en la monarquía danesa.

Panamá y el Canal: el retorno de viejas disputas

El Canal de Panamá, una de las infraestructuras más estratégicas del comercio mundial, ha resurgido como uno de los focos de tensión de la política exterior de Trump. Con 82 kilómetros de longitud y un promedio de 14.000 barcos cruzando anualmente, esta vía conecta los océanos Atlántico y Pacífico, siendo vital para el comercio global. Estados Unidos es el principal usuario del canal, seguido por China y Japón; lo que subraya su importancia para la economía del gigante del norte. De hecho, cerca del 72% de la carga que transita por el canal proviene o se dirige a puertos estadounidenses.

El control del canal fue transferido a Panamá en 1999, tras los tratados Torrijos-Carter firmados en 1977, que establecieron su neutralidad y acceso abierto a embarcaciones de todas las naciones. Sin embargo, durante su campaña y en sus recientes declaraciones, Trump ha puesto en duda este acuerdo histórico. Afirmó que Panamá está cobrando tarifas “ridículas y altamente injustas” a los barcos estadounidenses, mientras que Panamá en cierta manera favorecía a China. Estas acusaciones han sido rechazadas por el presidente panameño, José Raúl Mulino, quien subrayó que “la soberanía sobre el canal es innegociable”.

El interés de Trump en el canal no solo se basa en cuestiones económicas, sino también en su ubicación estratégica. La creciente influencia de China en Panamá, con inversiones significativas en infraestructura y comercio, ha alarmado a Washington. Trump ha señalado repetidamente que no permitirá que el canal “caiga en manos equivocadas”, refiriéndose directamente a China.

Estas declaraciones han generado una fuerte reacción tanto en Panamá como en la comunidad internacional. El Gobierno panameño ha rechazado las acusaciones de injerencia china en el canal, mientras que líderes empresariales locales han expresado su preocupación por las implicaciones económicas y diplomáticas de estas tensiones. Giulia de Sanctis, presidenta de la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa, destacó que “Estados Unidos no licita grandes proyectos de infraestructuras aquí, pero China sí. ¿Se supone que ahora debemos decirles: ‘Es hora de salir de Panamá; a Trump no le gustas’? ¿Alguien se sentiría seguro invirtiendo aquí?”.

Ucrania: el dilema de la paz negociada

Ningún analista puede negar la voluntad trumpista de conseguir una solución rápida al conflicto entre Rusia y Ucrania por el control del Donbás, marcando la principal diferencia estratégica con el globalismo de la administración de Joe Biden.

El 7 de noviembre de 2024, Trump se reunió con el presidente ucraniano Volodimir Zelenski y llamó a un alto el fuego inmediato, afirmando que “Ucrania quiere un acuerdo”. En sus declaraciones, subrayó la necesidad de negociaciones para poner fin al conflicto, sugiriendo que Ucrania debería estar dispuesta a llegar a un entendimiento con Rusia, incluso si eso implica concesiones territoriales.

El enfoque de Trump ha generado controversia, tanto en Ucrania como en Europa occidental. Durante una entrevista con la revista francesa Paris Match el 11 de noviembre, afirmó que su prioridad sería resolver el conflicto ruso-ucraniano debido a las pérdidas humanas y materiales que ha causado. Allí, destacó que muchas de las ciudades ucranianas ocupadas están destruidas, restando importancia al valor de los territorios en disputa y sugiriendo que continuar la guerra sería contraproducente para ambas partes.

El pasado 17 de diciembre, Trump indicó que Ucrania debe estar preparada para llegar a un acuerdo y poner fin a la invasión rusa, restando importancia al valor de las tierras ocupadas por Rusia. “Es bonito decir que quieren recuperar sus tierras, pero las ciudades están en gran parte destruidas”, dijo, agregando que se debía afrontar “una reconstrucción de 110 años”, y señalando su crítica a la administración Biden por permitir el uso de los misiles MGM-140 ATACMS: “No creo que debieran haber permitido disparar misiles 200 millas dentro de Rusia”.

El 9 de enero, Trump anunció que estaba preparando una reunión con su homólogo ruso, con el objetivo de “poner fin” a la guerra en Ucrania. Afirmó que Vladimir Putin “quiere que nos reunamos y estamos en el proceso de organizarlo”, declaró desde su residencia en Mar-a-Lago, Florida, antes de una reunión con gobernadores republicanos. Al día siguiente, el Kremlin confirmó la disposición del mandatario ruso para el diálogo, asegurando que estaba “abierto al contacto” sin condiciones previas y valorando el enfoque de Trump como un paso hacia la “resolución de los problemas mediante el diálogo”.

Estas declaraciones evidencian un giro en la política de apoyo militar a Ucrania, generando incertidumbre sobre la continuidad de la estrategia actual de Estados Unidos, que ha destinado más de 175.000 millones de dólares en asistencia desde el inicio del conflicto. La propuesta trumpista parece evocar, en un sentido inverso, la estrategia de Henry Kissinger en la década de 1970: incorporar a Rusia a la órbita estadounidense, para aislar a China.

Venezuela: entre la negociación y la confrontación

La política de Trump hacia Venezuela enfrenta un dilema fundamental entre la confrontación directa y la negociación estratégica con el presidente Nicolás Maduro. En círculos políticos estadounidenses se considera que Trump busca evitar vincularse con figuras que, a las claras, ya perdieron relevancia, como podría ser el caso de Edmundo González, replicando lo sucedido con el autoproclamado presidente Juan Guaidó, a quien apoyó durante su primer mandato. El propio Trump ha admitido que respaldar a un “gobierno en el exilio” fue un error que no está dispuesto a repetir y, quizás por eso, no recibió a González como sí lo hizo el saliente Joe Biden.

Se puede intuir que esas miradas divergentes, hacia el interior del trumpismo, están representadas por Marco Rubio, su electo secretario de Estado, y la visión más pragmática del vicepresidente electo, James Vance. Rubio, conocido por sus vínculos con los intereses económicos de Miami, la capital de la narcoeconomía latinoamericana, aboga por intensificar las sanciones y la presión internacional sobre Caracas. En contraste, Vance, cuya perspectiva sobre América Latina se sabe muy compleja, defiende un enfoque negociador que priorice acuerdos estratégicos sobre recursos naturales clave como el petróleo, en beneficio de la fracción neoconservadora de la aristocracia financiera y tecnológica que representa.

La negociación con Putin podría sentar las bases para un marco más amplio de entendimiento entre Washington y Caracas que, aunque no elimine las tensiones, permita viabilizar el comercio necesario entre ambas partes, haciendo que Trump prescinda de la muy desgastada y poco creíble oposición venezolana.

México y la amenaza de la intervención

México, bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum y su proyecto de la “Cuarta Transformación”, ha enfrentado una serie de tensiones con la administración entrante de Donald Trump. Entre las más controversiales está la propuesta de Trump de renombrar el Golfo de México como el “Golfo de Estados Unidos”, un gesto que ha sido interpretado en México como una muestra del expansionismo estadounidense.

La retórica de Trump ha ido más allá de las nomenclaturas geográficas. El trumpismo sugirió clasificar a las organizaciones del narcotráfico mexicano como terroristas, un movimiento que, de implementarse, podría hasta justificar una intervención militar en territorio mexicano.

En paralelo, y como una certera respuesta estratégica, los gobiernos de Morena han intensificado su lucha contra el tráfico ilegal de armas provenientes de Estados Unidos, identificándolo como uno de los factores principales detrás de la dura violencia del narcotráfico, donde Cárteles, como el del Golfo ó Jalisco-Nueva Generación, han llegado a estructurar verdaderos ejércitos privados. Esta posición ha desafiado directamente a las autoridades estadounidenses, que históricamente han mostrado poca disposición para regular el flujo de armas hacia el sur de la frontera.

El rediseño del “Occidente Ampliado”: una hegemonía en disputa

El trumpismo es la expresión política del proyecto estratégico neoconservador del gran capital de origen angloamericano. A diferencia del globalista, cuyos intereses y visión fueron encumbrados en la saliente administración demócrata, los neoconservadores reconocen la imposibilidad de que Washington siga sosteniendo un dominio multilateral del mundo, emprendiendo un “repliegue” hacia el control unilateral de su Lebensraum, su “espacio vital”, donde incluyen Europa occidental y sus colonias en el “Sur”, es decir, América Latina. Sólo de esa manera, creen, podrán imponerse ante la amenaza de “Oriente”, con China a la cabeza, en lo que reiteradamente hemos definido como “enfrentamiento del G2”.

El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca marca un esfuerzo deliberado por reconfigurar el orden geopolítico bajo el lema “América Primero”. Su noción de un “occidente ampliado” busca consolidar el liderazgo estadounidense a través del control de recursos estratégicos, la presión sobre territorios clave y la redefinición de alianzas internacionales. Esta estrategia no solo desafía a potencias rivales como China y Rusia, sino que también genera fricciones con aliados históricos y profundiza tensiones con la región que considera su “patio trasero”.

En relación a nuestra región, como bien señala Aram Aharonian, “si EE.UU. pagase a los países latinoamericanos una mínima compensación por todas sus invasiones y democracias destruidas, por todas las sangrientas dictaduras impuestas a fuerza de cañón, por la «política del dólar» o por los sabotajes de la CIA desde la Guerra Fría, las reservas de oro del Tesoro estadounidense no bastarían para cubrir siquiera un porcentaje mínimo”.

Los próximos años serán decisivos para determinar si este intento de rediseñar el “Occidente” fortalece el liderazgo mundial estadounidense o, por el contrario, determina una erosión definitiva de su influencia imperialista.

MÁS INFO
Matías Caciabue

Politólogo y Docente Universitario. Analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional.