El fantasma inflacionario recorre la región

Chile, Brasil, México y Uruguay registraron la suba de precios más alta de la última década. El alza en la cotización internacional de commodities como el petróleo o el trigo, fenómenos azuzados por la guerra en Ucrania, impacta en el costo de vida de las y los ciudadanos latinoamericanos y fuerza a los gobiernos a tomar medidas extraordinarias.

26 de abril, 2022 | 00.05

Las y los ciudadanos latinoamericanos vieron menguar el poder de su bolsillo durante el último mes. El alza del costo de vida, en rubros sensibles como alimentos o transporte, registró índices inéditos en los últimos diez años en países de la región de diverso tamaño económico y orientación política. La inflación, ese fantasma tan temido, sobrevuela todo el arco latinoamericano y afecta, por lo tanto, el clima político doméstico de cada uno de los países implicados.

Todo sube. La cantidad de pesos mexicanos que necesita un habitante del DF para almorzar en las calles atiborradas del distrito metropolitano una popular tortilla de maíz, el costo que insume a una familia media brasileña de la región nordeste elaborar la tradicional “feijoada”, el costo de trasladarse a diario en el “Metro” de Santiago para un “pingüino” chileno, la cantidad de pesos uruguayos que debe sacar del cajero automático un trabajador de Montevideo para poblar su heladera. ¿Por qué la inflación mundial afecta de forma transversal a economías latinoamericanas de diferente signo político y escala? ¿Una región rica en producción primaria no puede generar una política contracíclica en un contexto global adverso?

Presidentes posicionados en ángulos políticos enfrentados como Andrés Manuel López Obrador o Jair Bolsonaro enfrentan una adversidad común, la inflación, un tema que estaba ausente en los highlights de la agenda política de sus países. En diarios influyentes como La Jornada de México, La Tercera de Santiago de Chile, o ABC de Asunción, escala en jerarquía un tópico que resulta extraño en el hábitat de sus portadas. En resumen, la suba de precios anualizada, alertan los medios gráficos mencionados, podría llegar en el 2022 a los dos dígitos. Un hecho inédito en los últimos diez años.

La caja de herramientas latinoamericana

Los gobiernos latinoamericanos estrenan medidas para contener la espiral inflacionaria. López Obrador utiliza el músculo de la petrolera estatal Pemex para que no se desborde el precio del combustible o decide elevar la producción nacional de cultivos como maíz, col, arroz, trigo con el fin de reducir el condicionamiento de los precios internacionales. Bolsonaro, al abrir las páginas de los diarios más influyentes, debe admitir que la inflación también alcanza a países donde rigen leyes económicas ortodoxas severas. Por caso, el diario Folha do Sao Paulo destacó días atrás en su suplemento económico un informe de la Pontificia Universidad Católica de Paraná (Curitiba) que revela el encarecimiento anual que han tenido productos como el tomate -94.6% -, el café -64.7%- o el azúcar -35.7%.

Preocupado por la suba de precios, el presidente uruguayo Luis Lacalle Pou retiró de forma temporaria el gravamen de IVA a productos populares como el pan blanco, la galleta de campo y los fideos. “Representa un ahorro en los hogares del 0,38%, mientras el gasoil aumentó 34% en diez meses, la nafta súper un 28% y el supergás un 20%”, se mostró crítico el senador frenteamplista Daniel Olesker. La inflación uruguaya condiciona la calidad de vida de un país que suele ser catalogado en la prensa mainstream argentina como la Suiza de América. “Resurgen el fraccionamiento de productos, las ollas populares, los productos marcas clase B, que no se veían hace décadas”, alertó el analista uruguayo Nicólas Centurión en un artículo publicado por la red latinoamericana CLAE.

El efecto guerra

La FAO, el capítulo de la ONU que cubre la agenda global en agricultura y alimentación, advirtió en su último informe, fechado el 8 de abril desde su sede central en Roma, que el 20% de la superficie cultivable ucraniana “podría no cosecharse debido a la destrucción directa, el acceso restringido o a la falta de recursos”. En un mundo cada vez más interconectado es entendible que los ecos gravitacionales de la guerra en la zona del Mar Negro lleguen al Cono Sur. El conflicto militar restringe la producción alimentaria de dos países, la Federación Rusa y Ucrania, que representan “alrededor del 30 y el 20 por ciento de las exportaciones mundiales de trigo y maíz, respectivamente, en los últimos tres años”, señaló la FAO.

Tito Efraín Díaz, representante interino de FAO para Argentina y Uruguay, amplió a El Destape el análisis del documento citado: “Rusia es uno de los grandes oferentes de petróleo y gas natural en el mundo, lo que viene elevando fuertemente los precios internacionales de los combustibles. Los precios de los fertilizantes nitrogenados son fuertemente dependientes de los precios del gas natural, debido a que éste es un importante componente para la producción de la urea y del amoníaco, y, por lo tanto, se da el triple impacto del costo de la energía, los fertilizantes y los alimentos. A todo esto, muchos países se encuentran con niveles de deuda muy altos por el Covid-19 y esto empeora el panorama, y si hubiera riesgo nuclear de contaminación de suelos en Ucrania, esto dejaría al país fuera del mercado de producción por al menos 10 años”.

En diálogo con El Destape, el doctor en economía Guillermo Oglietti, subdirector de la sede Argentina del think tank regional CELAG -usina de investigación que integra, por caso, el ex presidente Rafael Correa- estimó que los precios de los alimentos comenzaron a desmadrarse con la llegada de la Covid: “La pandemia cortó cadenas de suministros, también aceleró la inflación de alimentos y commodities. A su vez, la guerra en Ucrania potencia el proceso inflacionario en curso ya que recorta aún más las cadenas de suministros, además de encarecer los costos logísticos; a su vez, el conflicto militar en Europa aumenta la escasez de alimentos porque destroza la oferta de Ucrania y bloquea la oferta rusa”.

El representante de FAO en el Cono Sur recomendó “a los países de la región diversificar los proveedores para reducir los riesgos de desabastecimiento, incentivar la producción nacional y mejorar la eficiencia en el uso de los recursos. La posición de la FAO en este punto de precio de alimentos es clara: los países deben desarrollar políticas sociales, agroalimentarias y comerciales que garanticen el acceso físico y económico de alimentos a su población y que impidan que esta crisis derive en una crisis alimentaria global. América Latina es productor de alimentos para el mundo y los sistemas agroalimentarios son fundamentales para recuperar la economía, promover el acceso a dietas saludables, generar empleo en áreas rurales y urbanas y administrar los recursos naturales de manera sostenible”.

El tercer factor: la especulación

Oglietti sumó otro acontecimiento global que incide en la suba de precios. Así como el virus de la Covid o la guerra en el Mar Negro lograron desgarrar el orden que regula el intercambio de alimentos, el investigador de CELAG advirtió que los flujos de especulación financiera inflan el precio del maíz o la soja en los denominados mercados a futuro. “Se trata de un mercado donde ingresan capitales que se refugian de la inflación, son capitales que vienen haciendo inversiones especulativas desde hace muchos años. La inflación actual, alentada porque la banca central de Estados Unidos y Unión Europea están calentando la economía, alienta a los especuladores a invertir en activos rentables, como los commodities alimenticios, cuyo valor no ha sido afectado aún por el proceso inflacionario”.

Por último, para Efraín Díaz, si los gobiernos de América Latina pretenden reducir su exposición a las recurrentes crisis globales en el capítulo de la soberanía alimentaria la región debería partir de la premisa productiva de “hacer más con menos”. “Eso se logra mejorando la eficiencia de la producción. ¿Cómo? Mediante la obtención de datos para poder hacer una mejor inteligencia de mercado y en esto la agricultura digital cumple un rol fundamental; -mejorando la eficiencia en el uso de los fertilizantes y hoy, con la tecnología que tenemos al alcance, podemos lograrlo, al tiempo que sería bueno revisar los subsidios que no contribuyen al mejoramiento de la eficiencia; impulsar una economía de bajo carbono, para lo cual se pueden considerar fuentes de energía renovables, mejorar las prácticas agronómicas, impulsar la agroecología y restaurar los ecosistemas degradados. Es importante aumentar la inversión en ciencia, tecnología e innovación”, complementó Díaz.