De camino al hospital para dar a luz a su cuarto hijo hace casi tres años, la ucraniana Liudmyla Rodchenko dijo que vio cadáveres de civiles esparcidos por la calle cubiertos con mantas.
Un día después del nacimiento de Yevhen Stepanenko, un tanque ruso estaba aparcado frente a la clínica, que en aquel momento se mantenía en funcionamiento gracias a un generador diésel y al agua suministrada por dos camiones de bomberos aparcados en las inmediaciones.
Rodchenko, de 42 años, pronto envolvió a su hijo recién nacido en una manta y huyó con él y sus otros hijos a la relativa seguridad de la región central de Poltava, cuando las fuerzas invasoras rusas tomaron su ciudad natal de Bucha, a las afueras de la capital, Kiev.
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"No estábamos seguros de lo que nos depararían una, dos o tres horas y mucho menos el día siguiente", dijo Rodchenko a Reuters en su casa de Bucha, recordando los acontecimientos que rodearon el nacimiento.
"Tenía solo tres días cuando tuvo un viaje tan difícil; estaba envuelto en mantas, ni siquiera se le veía la cara. Aguanto el frío y la escarcha".
Rodchenko recuerda que tuvo que recoger agua caliente de los soldados en los puestos de control para prepararle leche de fórmula.
Yevhen, o Zhenia, como le llama cariñosamente su madre, es uno de los miles de niños nacidos en plena guerra de Ucrania, un conflicto que se acerca a su milésimo día y que ha planteado retos que pocas familias jóvenes podrían imaginar.
En el pánico inicial de la invasión, Rodchenko y sus hijos consiguieron escapar de Bucha.
La ciudad se convirtió semanas más tarde en un símbolo de la brutalidad rusa cuando se descubrieron junto a la carretera los cadáveres de decenas de civiles, algunos aparentemente ejecutados. Moscú niega haber matado a civiles y afirma que las escenas de Bucha fueron un montaje.
A medida que la realidad de la guerra se iba asentando, Rodchenko, como otros ucranianos, ha buscado algún sentido de normalidad.
"Intento asegurarme de que tenga una infancia normal, sin centrar su atención en las sirenas antiaéreas", afirma, refiriéndose a las advertencias casi diarias en toda Ucrania de la llegada de drones y misiles rusos.
"Pero cuando recibo notificaciones de ataques aéreos en mi teléfono, me dice: 'Mami, tengo miedo, tengo miedo' Cuando suena el 'todo despejado', dice: '¡Despejado!', aunque creo que no entiende del todo lo que significa".
EN BUSCA DE PROTECCIÓN
Rodchenko teme que los combates puedan durar años. Rusia está capturando territorio pueblo a pueblo en el este y, tras la victoria de Donald Trump, los ucranianos temen perder a su aliado más importante en la guerra.
"Deseo tanto que suceda (que termine la guerra)", dijo Rodchenko. "Quiero que mis hijos tengan un futuro brillante".
"¿Qué tipo de educación tienen? Volvieron a la escuela y tienen que ir directamente al sótano y luego otra vez (a clase)", añadió, mientras se preguntaba qué impacto tendrá en su salud mental la amenaza constante de ataques.
Millones de personas huyeron de sus hogares, entre ellas muchas mujeres y niños que se trasladaron al extranjero. Rodchenko dijo que se había planteado abandonar el país, pero que le ha resultado demasiado difícil y caro.
Natalia Tatushenko, que cuida de Zhenia y otros niños en una guardería de Bucha, dijo que el niño de dos años y sus compañeros tienden a ser más sensibles que los niños de antes de la guerra.
"Tienen mucho miedo de que les separen de su madre porque probablemente buscan protección en ella", explica.
"Ahora mismo son pequeños y se comportan como niños pequeños", añadió Tatushenko. "Pero cuando sean un poco mayores estarán más tranquilos en situaciones de estrés".
(Redactado por Dan Peleschuk; editado por Michael Collett-White y Ros Russell; editado en español por Javi West Larrañaga)