Rafael Spregelburd, quien actúa y dirige la obra de su autoría Inferno, cuyo estreno será este miércoles en el teatro Astros, afirmó en una entrevista con Télam al ser consultado sobre la situación actual de la ficción, que el problema es que la misma desaparece de sus lugares habituales para filtrarse sobre el mundo de la política.
Télam: ¿Cuál es tu mirada sobre la situación de la ficción en estos tiempos?
Rafael Spregelburd: Los verdaderos estudios sobre el funcionamiento de las ficciones en los pueblos están pasando en este momento por la creación de fake news, la judicialización de la política, la manipulación del gusto de las masas consumidoras a través de las redes y tendencias. Toda esta parafernalia nos deja con una flaca tarea a quienes pretendemos simplemente fabular en escena. Además, la impronta tecnológica de lo audiovisual, desde las series que duran temporadas hasta el TikTok que dura segundos, ha modificado el lugar del teatro, siempre más lento, siempre más anclado al espíritu del lugar, más como una reunión de druidas alrededor de una piedra sacrificial.
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Somos competidores en una carrera injusta y sin embargo me gusta señalar que hemos sobrevivido a la pandemia incluso mejor que el cine, que ha perdido su lugar en las salas para acabar en los teléfonos. El teatro no puede caer en ese mismo destino, ya que su formalidad es la de la reunión, la de la presencia. Es más viejo que todas estas novedades y siempre las ha sobrevivido, las ha integrado, las ha fagocitado.
Pero aclaremos una cosa: los actores que hacemos teatro con nuestras ideas, nuestra pasión y nuestro trazo a mano, somos a veces los mismos que prestamos nuestro arte a esas plataformas, que nos ofrecen un trabajo remunerado mucho más digno que otros. Nos movemos de manera algo esquizoide de un sistema a otro. Yo mismo me he visto en la paradoja de estrenar más lentamente mis obras ante la falta de recursos reales, como salas, tiempo y dinero, y la demanda de mi propio trabajo en medios audiovisuales. Si bien yo me presento siempre como dramaturgo, debo admitir no sin dolor que a estas alturas he hecho más películas y series que obras teatrales. ¿Qué soy, entonces? ¿Sigo siendo el dramaturgo que hace en teatro las obras que le gustaría ver o soy además un actor de ese sistema industrial?.
Inferno supone para mí un paso decisivo en una dirección totalmente nueva. La aparición de los productores de Blueteam que financiaron esta obra gigantesca con valentía y con un amor poco común en el medio, ha venido a ofrecerme una salida que es nueva. Acostumbrado a moverme en el circuito independiente o en el internacional, esta es la primera vez que un teatro con recursos, como el Astros, supone que una obra mía puede funcionar en la calle Corrientes, para un público que nadie sabe cómo se comporta pero que es blanco de una serie de prejuicios basados en la experiencia previa. Cuando La terquedad, que era una pieza igual de complicada, agotaba sus 700 butacas en el Cervantes, al menos quedó demolido el prejuicio de que mis obras no podían ser, además de complejas, populares. Algo que yo ya sabía, porque las he visto en teatros de Francia, México y Alemania, funcionando muy bien con públicos muy grandes. Pero Buenos Aires tiene sus leyes y sobreentendidos, algo anticuados, algo debatibles.
Con información de Télam