(Por Agustín Argento) Horacio Lavandera unificó el concierto de piano con una clase magistral en su presentación de anoche en el CCK ante un público que colmó el Auditorio Nacional con un atractivo programa: las últimas tres sonatas de Ludwig van Beethoven, a las que, para sorpresa hasta del propio pianista, se le sumaron los bises con obras de Clara Schuman, Richard Wagner y Manuel de Falla (por dos).
Con una cierta timidez que se irían soltando a medida que sus dedos se posaran sobre el marfil, el intérprete de 38 años apareció a las 20.15 sobre el escenario, completamente vestido de negro, para explicar de qué se trataría la velada: las sonatas 30, 31 y 32 de Beethoven (1770-1827), que forman el grupo de las últimas composiciones del nacido en Bonn, junto con La Misa Solemnis y la Novena Sinfonía, famosa por su cuarto y quinto movimiento coral, ilustremente conocido como "La oda de la Alegría" (poema de Friederich Schiller, inspirado en y para "La Marsellesa").
Se trató de la etapa ya madura del compositor, pronta a la muerte, en la que Beethoven llegó a su pico de espiritualidad y que, enajenado por su sordera, deambulaba por las calles de Viena, según recogen algunas historias tan fuertes como poco documentadas. Lavandera escogió estas tres piezas en mi mayor, la bemol mayor y do menor, respectivamente, para sumir a la sala en un exigido silencio sacro.
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En su alocución inicial pidió no emitir sonido alguno durante la hora y diez que duraría el concierto, para dejarse llevar por la sutileza de la obra, que, quizá de allí su primigenio nerviosismo, era la primera vez que interpretaba. Las sonatas de Beethoven son en extremo largas, en comparación con las de Johann Sebastian Bach, y gracias a ello se puede apreciar el genio de este representante del Romanticismo.
A lo largo de los tres movimientos que posee cada una de las sonatas, el paisaje pasa a través de todas las sensaciones para, por fin, culminar en ese éxtasis positivo que la Revolución Francesa impregnó en el alma de los románticos alemanes, muchos de ellos, como Schiller, Goethe, Liszt y hasta el propio Beethoven, cultivaron en sus caminatas por los bosques de Weimar. Esa luz al final del túnel se expresa en la tonalidad que usaba el compositor, ya que si bien las dos primeras tienen el "mayor" de manera explícita, se sobreentiende que el do menor también puede ser considerado un la mayor, acorde que denota alegría y esperanza.
Como toda obra romántica, también tiene sus pasajes de pesadumbre, calma y desasosiego, que Lavandera siguió con devotos ojos cerrados y la contemplación necesaria del silencio como parte ineludible de la música entre movimiento y movimiento, para culminar con la explosión del último de todos, en lo que puede entenderse como la pieza fundacional del jazz, tal como lo dio a entender el músico en su presentación.
Pese a que el inicio del concierto se demoró por un matrimonio que debió ser callado por el propio Lavandera, y a que antes de dar inicio a la Sonata 32 el mismo músico tuvo que pedir que silencien un celular; la algarabía y aplausos de parado le brindaron el humor necesario para regresar a las tablas e interpretar el "Impromptu en sol mayor, op. 9", de Clara Schumann (1819-1896). "Esta es la obra más difícil que toqué en mi vida", dijo Lavandera sobre una partitura que exige virtuosismo sobre las teclas.
"Si bien Beethoven llevó a la música a un lugar superior, fue Wagner (1813-1883) el que le dio una armonía que la llevó hasta el infinito", explicó Lavandera de manera pedagógica, y de ahí ese aire de clase magistral que sobrevolaba el auditorio y que sirvió de presentación para la interpretación de la última parte de "Tristán e Isolda", tragedia operística sobre el amor. Aquí, el pianista supo aprovechar la resonancia de las cuerdas para interpretar a uno de los compositores más rimbombantes, magnificentes y orquestales de la historia. Con maestría, el músico pudo adaptar este extracto orquestal sinfónico a las cinco octavas del piano de cola.
La noche se percibía alemana, hasta que en este giro conceptual, en el que Lavandera intentó explicar la evolución de la música clásica desde el Romanticismo hacia las danzas populares, aparecieron "La danza del terror" y "La danza del fuego", ambas partes de "El amor brujo", de Manuel de Falla (1876-1946). Puro ritmo y exuberante provocación, que contrastaban con la delicadeza beethoviana del programa oficial de la noche y que daban cuenta de la versatilidad de un intérprete que llegó al CCK directo desde el avión con que arribó al país en la tarde del viernes.
Lavandera se presentará en el Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125, CABA) el 25 de agosto con la "Bagatela N° 5" y la "Sonata para piano N° 32 en do menor", de Beethoven; el "Concierto para clavecín en re mayor", de Bach; la "Fantasía Op. 28", de Mendelssohn, y "Estaciones porteñas", "Invierno porteño" y "Primavera porteña", de Astor Piazzolla.
Además, el 16 de septiembre que viene, en la Fundación Beethoven Buenos Aires (Avenida Santa Fe 1.452, CABA), el intérprete que se convirtió a los 16 años en el competidor más joven en ganar el 3er. Concurso Internacional de Piano Umberto Micheli en La Scala de Milán, brindará una masterclass para estudiantes, profesionales y público general.
Con información de Télam