(Por Hugo Sánchez).- El documental Caperucita roja, de Tatiana Mazú González, pone en primer plano la historia de resiliencia de la abuela de la realizadora, que atravesó la Guerra Civil Española en la miseria para luego emigrar a la Argentina, y la confronta con las luchas del presente de las mujeres por sus derechos.
Mi abuela Julia me sentaba en una mantita en el piso, me contaba historias y me cantaba canciones mientras cosía, cuenta la directora en charla con Télam.
La decisión de centrar su película en su abuela tiene entonces un comienzo en esos recuerdos de la primera infancia y en esos encuentros, donde los límites entre la ficción y la realidad se confundían constantemente y los grandes acontecimientos de la historia del Siglo XX se cruzaban con las pequeñas anécdotas cotidianas, precisa Tatiana Mazú González.
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El relato además se enmarca en la militancia de la directora en el movimiento feminista y la lucha por el aborto legal seguro y gratuito, frente a la experiencia de la abuela, formada en la dictadura franquista y con una visión conservadora.
Télam: ¿Cuál fue el proceso que te llevó a contar la dura y a la vez luminosa historia de tu abuela?
Tatiana Mazú González: La película quizás empezó cuando nací o cuando mi mamá y mi papá empezaron a dejarme al cuidado de mi abuela Julia, que me sentaba en una mantita en el piso, me contaba historias y me cantaba canciones mientras cosía. Con el tiempo, esa escucha devino discusión, las diferencias políticas entre ella, una modista campesina educada por la iglesia y el franquismo, y yo, que a medida que crecía me sentía cada vez más cerca del ideario de izquierda y del feminismo, empezó a ser cada vez más visible. Cuando estalló el movimiento feminista en Argentina, empecé a preguntarme de dónde veníamos muchas de las que nos encontrábamos en la calle, luchando por ejemplo por el aborto legal. Por ese mismo momento, me enteré de que las ruinas de lo que había sido el pueblo natal de mi abuela estaban a la venta y proponían convertirlas en un hotel temático sobre la resistencia de lxs maquis al franquismo. Eso me resultó muy fuerte simbólicamente y finalmente decidí empezar a trabajar en la película.
T: Caperucita roja tiene como centro a tu abuela y a la vez, tu propia identidad está muy presente. ¿Qué importancia tiene el legado familiar en tu historia?
TMG: Soy muy consciente de que la familia entendida en términos tradicionales es una trampa del sistema capitalista y patriarcal. En ese contexto, me siento una privilegiada absoluta, tengo la suerte de haber tenido unxs xadres que me mostraron el cine y la literatura desde muy chica y que me enseñaron la importancia de contar historias, además del resto de mi familia que siempre me acompañó. Todo ese entramado afectivo, político y sensible es y ha sido fundamental para mí y por lo tanto para mis películas.
T: La película refleja con mucha naturalidad la cotidianidad de tu abuela y de la familia. ¿Cómo lograste esa intimidad, cómo fue el rodaje?
TMG: Últimamente pienso que la materia prima del cine no es otra que el tiempo. Sí, claro, lo son las imágenes y sonidos, pero siempre en función del tiempo. Y es el tiempo, su uso, su diseño, su respeto o hasta dónde se lo fuerza, el que termina imprimiendo sus particularidades en el material crudo durante el rodaje y el que termina acompasando la respiración del corte final. "Caperucita roja" no sería la película que es si no nos hubiéramos tomado todo el tiempo del mundo para filmarla. Supimos escuchar los ritmos de mi abuela, los míos, los de cada material en particular que filmábamos o editábamos, tomar el pulso histórico del momento que estábamos viviendo. Que cada charla, que cada tema surgiera solo, por el mero hecho de estar juntas habitando el mismo espacio tres veces por semana durante más de un año junto a Joaquín Maito, director de fotografía y cámara de la película, que en ese momento era mi compañero, así que mi abuela estaba acostumbrada a su presencia. No íbamos con objetivos claros a filmar, a veces lo que sí hacíamos era llevar un disparador: una canción o una consigna, como el día en que jugamos a estar atravesando un corte de luz, apagamos todas las luces y nos iluminamos con linternas.
T: ¿Qué lugar ocupa el sonido en la puesta, que tiene un tratamiento muy cuidado y a la vez, sugerente?
TMG: Si bien en el rodaje me encargué yo del sonido directo, el trabajo en relación al diseño sonoro con Julián Galay empezó cuando la película aún estaba en desarrollo. En una película que transcurre casi enteramente en un departamento, el trabajo con el fuera de campo sonoro nos permite ampliar los horizontes para escuchar el momento histórico a través de los noticieros o las movilizaciones filtrándose, viajar a la infancia de mi abuela en Cantabria y sumergirnos en los territorios limítrofes entre la realidad y los cuentos de hadas. Mi formación universitaria en relación al sonido fue pésima, pero creo que al asumir esa carencia se terminó volviendo una oportunidad de aprender haciendo y de querer arriesgar.
T: Tu abuela le quita dramatismo a los hechos que tuvo que atravesar y la película los confronta con las luchas del presente del feminismo. ¿La idea fue trazar un recorrido sobre la situación de las mujeres en las últimas décadas?
TMG: Algo así. El ascenso del feminismo local me llevó a ver de otra forma la historia de vida de mi abuela, como mujer trabajadora y migrante. Y desde que retomé la idea de hacer una película con ella desde esas coordenadas, con preguntas en torno a la construcción de la identidad "mujer" y sus transformaciones a lo largo de un siglo que fueron centrales. Cuando hablaba de esto con amigas durante el rodaje, surgía mucho la sensación del momento de quiebre que estábamos viviendo a nivel generacional gracias al feminismo, nos conectaba de alguna forma más fuertemente con las historias de vida de nuestras abuelas, que estuvieron marcadas por las posguerras y las migraciones, más que con las de nuestras madres, con quienes incluso en general estamos paradas del mismo lado en términos ideológicos.
Con información de Télam