(Por Sergio Arboleya).- El encuentro entre el músico y compositor Carlos "Negro" Aguirre y el escritor y actor Luis María Pescetti se reeditó anoche en una colmada sala porteña Bebop para poner en sutil contacto relatos y sonidos capaces de dar cuenta de lo cotidiano y proyectar esas anécdotas a los intrincados misterios de la existencia.
La confluencia entre ambos, que tuvo un carácter casual dos décadas atrás durante una visita de Pescetti a Paraná, busca poner a dialogar una serie de cuentos breves con canciones y piezas instrumentales que se conectan en un espíritu hondo donde el hecho mundano es capaz de alcanzar una estatura de interpelación universal.
No se trata de filosofía de bolsillo ni pirotecnias sonoras de ocasión, sino de un mundo de revelaciones y angustias tallado entre la emoción y la reflexión donde las sensibilidades se empatan y se desparraman entre las gentes.
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La experiencia de reunir disciplinas entre narraciones y temas musicales que el literato santafesino, de 64 años, también plasmó con Cartas al Rey de la Cabina en yunta con el tucumano Juan Quintero, tuvo en aquel lance registrado en 2010 que cada tanto sigue recreándose, el soporte de una novela protagonizada por Paloma.
Pero en este caso y para coincidir con el pianista, guitarrista y cantante entrerriano, de inminentes 57 años, Pescetti llegó munido de varios cuentos concisos mientras que su compañero de aventuras también fue rebuscando en su carpeta de partituras para acompañar, sostener, responder o ambientar las palabras leídas que abrieron cada tramo de la reunión.
Cerca de las 20.30 y mientras los aplausos acompañaban el ingreso de los artistas al tablado, la voz de una niña le pidió a Pescetti cantá la del Vampiro negro (una de sus populares canciones para las infancias) y recibió como respuesta hoy te vas a aburrir tupido, tesoro.
Y aunque la convergencia no es apta para todo público porque la espesura planteada requiere camino recorrido y la cada vez más esquiva capacidad de escuchar, Aguirre-Pescetti no aburrieron sino que dejaron expectantes.
Las narraciones de Pescetti comenzaron interrogando a las nociones del tiempo (Decimos aquí y ahora pero siempre hay un eco diferente; Uno siempre vive una armonía de tiempos; o No hay más oro en el mundo que cuando se junta el tiempo) a través de escritos como Estoy en Buenos Aires; pero..., A los trece o catorce años fui a caminar de noche, solo o Del otro lado de la ventana veo a los claveles moviéndose en silencio.
Y el Negro, a piano o a guitarra, cantando o dejando fluir las melodías, aportó Zamba de los almacenes, el instrumental Vuls a Lais, Náufrago en la orilla (con letra de Walter Heinze) o Hiroshi.
Pero Luis empezó a incorporar capas a sus reflexiones primeras y añadió irónicos apuntes sobre las masculinidades con Voy a un taller especializado en lubricación automotriz y Un grupo de madres en un café, cerca de la escuela... que Aguirre acompañó emocionando y emocionándose con la zamba La llamadora, de Félix Dardo Palorma.
Un siguiente tramo de impronta femenina reunió los textos De dos mujeres solitarias y La vieja de los gatos que musicalmente replicó con la historia de Vicenta.
La tristísima historia de ausencias de Oh, cuánta ropa te sobra, visitada por Pescetti, halló como sincera réplica de Aguirre la frase: La próxima vez me voy a venir llorado.
Hacia el final del viaje y con Pescetti combinando el pasaje romántico de El beso de Frin y Alma, de 10 años de edad, con las cavilaciones existenciales de La felicidad no es evidente y Necesito realizarme, decía a los 20, su ladero puso a sonar la Balada de marzo (de Armando Tejada Gómez y Roberto Palmer) y su leve Canción de luna (con prosa de María Silva).
Poco más de una hora bastó para disfrutar el lazo entre artistas de extrema sensibilidad en una comunión contenida, extraordinaria y siempre esporádica y azarosa que las personas que agotaron las localidades del club jazzero del barrio porteño de Palermo agradecieron.
Con información de Télam