Nación Ekeko: un mundo sonoro diverso, íntimo y compartido a la vez

27 de marzo, 2022 | 11.45

(Por Sergio Arboleya) Nación Ekeko, el proyecto musical con el que Diego Pérez mistura desde 2015 la electrónica con músicas y textos de pueblos originarios, tuvo anoche al aire libre en el Espacio La Pajarraca de Ingeniero Maschwitz, una nueva entrega de lo que el artista presenta como “Conciertos Silenciosos” y que constituye una experiencia singular y atrapante.

En una quinta de esa zona acomodada del norte del conurbano bonaerense, más de un centenar de personas participaron del encuentro que fue capaz de conciliar de manera emotiva e inspirada la paradoja de lo individual y lo colectivo.

La propuesta es un recital casi sin emisión de sonidos abiertos para, en cambio, adentrarse en esa atmósfera a través de unos fidelísimos auriculares capaces de transmitir lo que Pérez y sus eventuales acompañantes crearon sonoramente.

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Y aunque la aparente introspección de cada quien “encerrado” en esos dispositivos pareciera ser la corporización de una metáfora individualista, la música trascendió ese límite y las personas compartieron un ritual que brotando de esa intimidad concentrada conectó con la mirada, el baile, las palmas y hasta el canto grupal.

Por ello, lo que podría verse casi como un ensayo riesgoso poniendo en cuestión al recital como el sitio del hecho compartido donde el artista entrega y genera efectos entre la audiencia, terminó convertido en un ámbito capaz de otra manera de encontrarse con los ritmos y las melodías resonando internamente y multiplicando sensibilidades varias.

“Empecé a tocar en entornos naturales y sentía que el impacto sonoro perjudicaba a todos los bichos y se me apareció esta posibilidad que es un viaje en el que entrás vos y toda la gente, es como que le estás hablando al oído de las personas”, lo presentó Pérez en diálogo con Télam antes de la presentación.

Mientras las personas se acomodaban en distintos lugares del bello predio con fogones encendidos y humeantes y Lagartijeando DJ set ambientaba la bienvenida disparando al aire un hipnótico y agradable menú, el músico que junto a Charo Bogarín creó Tonolec, confesó que “la primera vez que me animé a tocar con auriculares puestos y con auriculares para el público, tuve los ojos cerrados casi el 80% del show. Es otro tipo de conexión”.

Apenas pasadas las 20.30 y con auriculares encendidos en la frecuencia roja, Diego inició la velada con una psicodélica apertura de raíz andina sobre la que una voz advirtió: “Si se destruye el territorio, se destruye toda la comunidad” que dio paso a “El ritmo de la selva”.

Desde entonces y combinando piezas que pueblan sus tres discos editados hasta ahora ("La Danza", de 2015; "Caminos", de 2018; y “Qomunidad”, de 2021), el artista fue construyendo y compartiendo una aventura capaz de combinar la tecnología con lo ancestral y de denunciar bailando, mientras pulsaba la computadora, hacía loops, cantaba y ejecutaba percusiones, el cuatro o la guitarra.

“El hijo del altiplano”, con la primera de las participaciones del argentino radicado en Brasil Mintcho Garramome en guitarra bahiana, “Tokwaj” (sobre texto del poeta wichí Lecko Zamora que advierte: “sobre nosotros viven nuestros ancestros y este territorio es nuestro hogar, debemos protegerlo” y “Fronteras II” en donde una voz sostiene “no hay frontera solo existen caminos”, maceraron el clima creciente mientras la oscuridad nocturna avanzaba sobre el predio.

Apenas unas guirnaldas luminosas colgando de la mesa sonora de Pérez y un par de focos fijos intervinieron en el apacible paisaje donde el rumor del compartir sonaba tan nítido como el repertorio.

“La ureñita”, “Gente de la tierra” (con letra del mapuche Lefxaru Nawel), el canto popular de “Lago Hermoso” y el brumoso y compartido “Deja que el agua corra” para el que sumó la quena de Diego Frías a quien conoció en las otras dos ediciones anteriores que esta modalidad tuvo en Maschwitz, sumó elementos al rompecabezas de sentimientos que procuró atrapar lo estético, lo socioambiental y lo sensible en un contexto único y mientras resonaba la sentencia “la fuerza del monte es mi alimento”.

Con “Hermanos” (“somos hermanos por lo que llevamos dentro”) el crisol sonoro salió de Sudamérica y desplegó sus alas con “Vuela el ave” para, anunció Pérez, “viajar a México a las comunidades zapatistas”.

Pero el regreso a este parte del continente fue vía Amazonas y volvió a sumar a Garramone (esta vez en el fascinante birimbao) con “Beija flor” y el totalmente instrumental “Guarania”.

“Quiero ahora invitar a Vicky Cornejo de La Fanfarria del Capitán para cantarle al agua”, avisó presentando a la vocalista para una extensa versión de “Del mismo río” que añadió el canto grupal de la audiencia.

Para el final, con Mitcho y Vicky sonando a un costado y una combinación de las piezas “Volando iré” y “Ñamandú Miri”, se desató la ronda danzante que con los destellos rojos de los auriculares surcando la noche bien pudo querer simbolizar ese mar de fueguitos que Eduardo Galeano escribió en el sugerente cuento homónimo inspirado en una leyenda del colombiano pueblo de Neguá.

Con información de Télam