Ficción y realidad se mezclan para crear una obra íntima y sensible en "Ojalá Mañana"

21 de diciembre, 2021 | 13.24

(Por Agustín Argento) "Ojalá Mañana", del español Ignacio Guarderas Merlo, es una película que, partiendo de la realidad, se adentra en la ficción y fantasías de una niña española, fusionando ambos mundos y que se puede ver, gratis, en el marco del Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires (Fidba), a través de festhome.com, hasta el 27.

La película surge como una segunda parte de su ópera prima, "Fiebre" (https://www.youtube.com/watch?v=qGWSw3NKYBo&ab_channel=Rihl%C3%A1Producciones), en la que Olaia y Sebastián se enamoran en la pantalla, en un amor que luego se convierte en real y del que nace Lola.

"Tiempo después se fueron a Madrid a vivir a un edifico, en donde Sebas trabajaba de conserje. Vivian en el sótano del bloque. Pensábamos que era un lugar donde reina la fantasía. En contra, pensábamos que el exterior era violento. Una noche en su casa jugamos a adivinar películas y yo me quedé alucinado con lo que hacía Lola. Así que empezamos a articular un argumento", comentó el realizador.

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El personaje de Lola no solo atrapó a Guarderas Merlo, sino que es el imán de la película. Graciosa, profunda, sensible y querible, la niña es sobre quien gira la película, esté o no en pantalla, o como puntal de la trama.

En la historia, Olaia es una actriz que trabaja en una farmacia y que en sus cuarenta recibe su oportunidad en el teatro. Sebas, portero de edificio, se dirime entre apoyar a su esposa y reprocharle su falta en el hogar. En el medio, la pequeña Lola se intenta abrir mundo, mientras sale del primer septenio. Allí, sus deseos y miedos se mezclan con la fantasía de un futuro incierto y que, por lo tanto, hay que vivirlo.

T: ¿Qué partes quisieron dejar de realidad y qué partes de ficción?

IGM: Yo no me planteo nunca hacer una película de ficción o documental. Me planteo hacer una película con determinada estética. Entiendo por estética eso que el espectador percibe de manera inmediata. Así pues, puedo pensar en hacer una película con estética de ficción o con estética de documental, aunque no sean, en verdad, ni una ni otra. Los cineastas pobres no elegimos qué película queremos hacer, sino qué película podemos hacer. En vez de sentarme ante un escritorio y escribir lo que me pasa por la cabeza, es más útil mirar el entorno y cuestionarse qué historia se puede contar. Es como agarrar la realidad e ir moldeándola con elementos ficticios.

T: ¿Cómo fue la charla con los actores para, justamente, diferenciar la realidad de la ficción?

IGM: No son actores, son amigos. Lo que se le pide a un no actor es que haga algo que ningún otro pueda hacer mejor que él o ella. Y eso es que sea él o ella misma. Para eso sus actuaciones no tienen que ser en función de la cámara, sino al revés, la cámara se pone al servicio de ellos. También improvisamos en busca de la manera que estén más cómodos. No hay texto escrito, simplemente se indican una serie de pequeñas tramas que mueven la secuencia. Lo único que les pido es que no resuelvan la trama con el diálogo. Mi misión es proponer, observar y corregir.

T: Algunos medios lo califican de "falso documental". ¿Es correcta la apreciación?

IGM: En verdad, me da igual. Entiendo que lo llamen así, como entendería que lo llamaran de otra manera. Soy consciente de que lo que hago se coloca entre dos lugares, la ficción y el documental. Por ejemplo, la película anterior, "La Máscara de Cristal" (http://plat.tv/filmes/la-mascara-de-cristal) tiene una estética más de documental, hay entrevistas, se abordan hechos reales, etc. Los festivales la seleccionaban como película documental. Sin embargo, se mezclaba con ficción y el tema trata sobre la mentira y sobre cómo la ficción o la fantasía es una especie de artilugio que ayuda a mirar la realidad, que a veces es demasiado dolorosa. Hay más ficción que en otras películas mías de estética ficcional.

T: También es una película sobre la infancia y el poder de la imaginación y sobre el futuro,

IGM: Sí. Una vez, leyendo "El Inmortal", de Borges, pensé que si uno fuese inmortal viviría en un presente absoluto. Sin preocuparse por el mañana, que ya no tendría sentido. Si el mañana existe es porque nos sabemos mortales. Somos mortales y por consiguiente nos vemos limitados en el tiempo. Eso quiere decir que tenemos que organizarnos. Nuestro presente se proyecta al futuro. Imaginamos el futuro. Y gracias a la imaginación escapamos virtualmente del presente, fantaseamos y volamos con la imaginación. El mañana efectivamente no existe. Cuando escucho “Hay que vivir el presente”, me resulta redundante. Pues claro, es obvio. Esa frase me suena análoga a la de “hay que vivir la realidad” o “hay que tener los pies en la tierra”. Por eso, "Ojalá Mañana".

T: Llegaste al cine casi como Salvatore Di Vita en "Cinema Paradiso". ¿Cuánto hay de oficio en el cine y cuánto crees que aportan las escuelas y las academias?

IGM: Un día vi una película que para mí fue una suerte de epifanía. Cuando salí me dije, yo quiero hacer eso. Era "La vida continúa", de Abbas Kiarostami. Así que dejé la carrera de Ciencias Físicas, que me traía por el camino de la amargura, y me fui a Madrid. Allí me apunté en una academia de cine. Pero me decepcionó. Sentí que daban una materia de cine como si fuera física cuántica. Así que lo dejé y por suerte conseguí un trabajo en un cine. Al principio cortando entradas y acomodando, luego pude aprender el oficio de poner películas. Fui operador de cabina cinematográfica. El Cine Verdi atraía a cinéfilos y a muchos jóvenes que estudiaban cine y querían entrar a trabajar allí. Así que nos juntamos una pandilla que se convirtió durante varios años en un foro de cine. Y también hacíamos cortos. Sin duda, esa fue mi verdadera escuela. No obstante, y es una opinión personal, la preparación del cineasta tiene que estar en otras materias: literatura, pintura, filosofía, antropología… las humanidades, en general, preparan más que estudiar cine propiamente dicho. El cine se aprende viendo cine y haciéndolo, pero el cine, en verdad, está en otro lado.

Con información de Télam