(Por Martín Olavarría) El largometraje brasileño "Carbón" exhibe de manera hiperbólica tópicos de la cotidianeidad de un pequeño pueblo pobre del interior del país vecino, como la naturalización y banalización de la violencia transmitida a lo largo de generaciones y el conservadurismo de ese perfil demográfico, según definió su directora Carolina Markowicz, que entremezcla en su ópera prima los registros de la comedia negra, el drama social y el thriller.
Localizada en una zona remota en el campo de San Pablo, la coproducción brasileño-argentina cuenta el día a día de una familia rural que vive junto a una fábrica de carbón y acepta una propuesta para alojar a un buscado narcotraficante argentino, encarnado por César Bordón, cuya presencia convierte a la casa en un escondite.
La familia, que tiene un hijo de nueve años, deberá aprender a compartir su techo con el extraño mientras mantiene las apariencias de una rutina campesina inalterada, en una sátira que extrema sus recursos y roza la comedia negra mediante sus climas pero sin irse del thriller y el drama social a partir de su trabajo de ambientación, plagado de planos que subrayan a cada momento la suciedad del lugar como elección estética para transmitir un agobio que se complementa con lo oscuro de lo que transcurre desde la secuencia inicial.
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La película, que se puede ver en cines de la Ciudad y la provincia Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza y Salta, completa su elenco con los locales Maeve Jinkings, Jean Costa, Camila Márdila, Romulo Braga, Stella Gallazi, Daniel Valenzuela, Pedro Wagner y Aline Marta; y está escrita también por Markowicz, que debuta con un largometraje tras dirigir seis premiados cortos que pasaron por varios festivales como Cannes, Locarno, Toronto, SXSW y AFI.
La originalidad de la cinta radica en que genera emociones y reacciones viscerales mediante escenas muy gráficas y deliberadamente desagradables para transmitir una sensación general de incomodidad al espectador desde su tratamiento estético y decadente.
Sobre esa aproximación, Markowicz consideró en diálogo con Télam que desde la gestión del expresidente Jair Bolsonaro, "Brasil vive una absurda naturalización y banalización de la violencia, y la película trata un poco sobre cómo podemos fácilmente tornarnos inmunes al absurdo y la manera en que las decisiones que uno toma pueden terminar normalizando muchas cosas que no deben serlo".
"Creo que estábamos viviendo en Brasil un momento así y la película es como una metáfora de eso", dijo la cineasta sobre su impactante filme, que no escatima en recursos gráficos para ilustrar la crudeza que busca transmitir, como una secuencia de un par de parsimoniosos minutos en los que se mata, despluma, despelleja y cocina a una gallina.
Télam: ¿Qué podés contar sobre la elección de hacer una escena tan impactante como la de la gallina?
Carolina Markowicz: La naturalización de la violencia es algo muy común en el interior de Brasil. Hay una señora que fue la inspiración de uno de los personajes: se dedicaba a criar gallinas y matarlas para venderlas; para ella es algo totalmente normal y no es desagradable, pero para nosotros sí. Lo que vives y ves todo el día acaba por ser totalmente normal. La idea de la escena era ser una provocación para que pensemos lo que se torna normal y cómo; hacer algo sin demasiado juicio.
T: Hay otra secuencia, la que abre la película, que busca también un impacto considerable por lo que ocurre, ¿de esa manera preparaste al espectador para todo lo que va a venir?
CM: Se trata de presentar cosas que son muy graves, muy serias y bizarras de una manera muy natural, como hecho con displicencia. El principio es para entender que en esta historia para estas personas aquello no es grave, sino que es tratado con normalidad, como si fuera algo trivial.
T: ¿El rol narrativo del niño en la historia sirve para subrayar y escandalizar al público porque él puede presenciar todo lo malo que pasa a su alrededor?
CM: Representa de una cierta manera al público y, por otra parte, hace pensar por qué nos escandalizamos con este niño viendo esto, siendo que los niños ven la violencia y la presencia de armas; nos deberíamos escandalizar de la realidad. También es una provocación en ese sentido: el niño presenciando todo. Muestra cómo la violencia se pasa entre las generaciones, con esta naturalización de la violencia con los niños viendo lo que los adultos hacen y tornándose normal para ellos. Quise dejar en claro que cuando se crece en un ambiente como ese, uno termina viviendo determinadas cosas como normales, que luego van a ser transmitidas a futuras generaciones en un ciclo eterno.
T: ¿Buscaste un equilibrio entre la comedia negra, el thriller y la sátira social? ¿Cómo acoplaste a los actores a esa aproximación?
CM: Quise hacer algo que no fuera de un solo género sino una historia absurda que debía ser contada con mucha naturalidad, que sería graciosa en algunos momentos pero con temas muy serios, una mezcla un poco inclasificable. Y lo que más me gustó de cómo quedó la película son las actuaciones, tengo mucho orgullo por el elenco. Porque había chances de quedar de un lado que no fuera tan naturalista y que resultara muy osado.
T: ¿Cómo tuviste la idea general de los tópicos de la historia?
CM: Crecí en una ciudad cerca de ese pueblito y siempre fui muy curiosa del interior: es un sitio siempre muy conservador, con ideas muy cerradas y muy fuertes sobre la religión y la familia, que siempre debe estar unida. En el interior es muy común que se prefiera que un hijo sea narcotraficante antes que gay. Es muy violento crecer teniendo que servir a un rol específico que indica cómo crecer, casarte, tener una familia e hijos y un camino ya trazado que debe ser aceptado. Por eso quería hacer algo con esa atmósfera en la que todos están siempre mirando mucho la vida de los otros, juzgándolos, donde son muy violentados por no poder vivir la verdad y entonces terminan teniendo amantes, hijos fuera del matrimonio. Es una cosa muy común y siempre me fascinó mucho esa hipocresía.
Con información de Télam