El percusionista Carlo Seminara es el autor de Curtir el cuero, un libro donde combina vivencias y aprendizajes en torno al tambor y las percusiones porque, reflexiona el músico, el tambor en Latinoamérica cumple el rol de columna vertebral de las manifestaciones culturales e inclusive también excediendo lo artístico.
De lo que estamos hablando es del acto colectivo de reunirse para volver a ser, ser en unx mismo y con el otrx, por y para lxs otrxs. Y eso cobra un sentido nuevo, que se suma a la semiótica que ya tenía en las diferentes culturas africanas traídas a la fuerza durante siglos, postula Seminara durante una entrevista con Télam.
Para el intérprete y docente, estos actos de reunión, de empoderamiento grupal, de prácticas de configuración identitaria, en medios tan hostiles como fueron los siglos de la trata esclavista, luego la discriminación y prohibición en los estados independientes nacientes y más tarde en las naciones modernas, donde continúan siendo invisibilizados o denostados, es aún hoy un acto de rebeldía contra el poder impuesto, según sostiene.
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En esa mirada, el músico que actualmente integra los grupos Panatú, Homero y sus alegres (dirigido por Homero Chiavarino) y de la banda de Lauphan, insiste que la negritud de las percusiones van contra los cánones éticos y estéticos europeizantes que se encuentran enraizados en cada rincón de nuestro país.
El libro Curtir el cuero fue presentado a mediados de diciembre pasado en el ribereño Galpón 15 de Rosario, ciudad donde Carlo vive desde hace 37 años tras haber nacido en 1980 en Dinamarca durante el exilio de sus progenitores.
Seminara realizó estudios y trabajos de campo vinculados a las manifestaciones culturales de matriz afro en Argentina, Brasil, Paraguay, Perú, Uruguay y Cuba, fundó la cátedra Percusión Latinoamericana en el Profesorado de Música Carlos Guastavino y también la asociación civil Tocolobombo, impulsora del Festival Internacional de Percusión Rosario Repercute.
Además de su profusa labor como sesionista y en diversos conjuntos, publicó tres álbumes solistas: A cada santo una vela (2010), Barcos (2014) y Tango ia Candombes (2018).
Télam: ¿Qué te llevó a querer contar lo que se despliega en Curtir el cuero?
Carlo Seminara: El motor siempre es el deseo. En este caso, el deseo de compartir mis propias experiencias en el aprendizaje y la enseñanza del tambor, entendiendo al tambor no sólo como un instrumento de percusión sino como un sentido profundo que abarca la práctica comunitaria, el encuentro, el hacer de forma grupal, con una funcionalidad. Esto atraviesa lo social, la espiritualidad, lo político, la vida. El tambor es instrumento, territorio, contexto, historia, cuerpo, individual y colectivo, canto y danza, comunicación. El libro invita a corrernos de ese saber hegemónico en cuanto a las experiencias sonoras, mediante algunas líneas de fuga que son el resultado de mis propias búsquedas, tanto en el aprendizaje y trabajos de campo, como en el rol de docente y coordinador de espacios del tipo taller o más académicos, en universidades y profesorados.
T: ¿El ensayo puede verse también como un modo de apreciar esa panorámica desde la negada y ninguneada cultura afro?
CS: Para entender el tambor tenemos que entender los por y para qués. Y en esa búsqueda se nos hace preciso revisar la historia enseñada, el discurso oficial, que por más que haga aguas por todos lados, seguimos sosteniendo casi por una cuestión de fe. Lxs argentinxs descendemos de europexs. No importa si es verdad o no. Si mi abuela era hija de esclavizadxs o si mi bisabuelo fue esclavizado en un ingenio. Que Cabral, María Remedios del Valle, Gabino Ezeiza o Cayetano Silva eran afrodescendientes tampoco importa. El discurso es potente: Argentina es blanca. Y en ese escenario el tambor, paciente, sabio, resiste y nos mira, nos escucha y cuando nos lo permitimos, se hace escuchar. El tambor es. Está ahí, a pesar de la Generación del 80 y la aristocracia retrógrada. Para estudiarlo tenemos que aceptarlo, revalorizarlo, abrazarlo y difundirlo. No concibo otro modo de estudiar percusión o, mejor dicho, estudiar sin darle lugar a todo esto, es casi irresponsable.
T: ¿Cuál es para vos el rol de las percusiones en la escena musical actual y cuál debiera ser?
CS: En la escena nacional me parece que es la bisagra hacia una nueva autopercepción y así refundar el ser argentino incluyendo el aporte afro en nuestra identidad. Este año se realizará el censo e incluirá una pregunta en este sentido, si logramos que una gran parte de la población se reconozca como afrodescendiente, entendiendo que va más allá del color de la piel, será un gran paso. Volviendo a la música, hay en el tambor todo un lenguaje, un modo de hacer y decir, que sin dudas transforma, y no hace falta mirar para afuera para renovarse, para encontrar un estilo, tal vez sea un mirar para adentro, pero cambiando de filtro.
T: ¿Cuánto de la cuestión colectiva que conlleva e invita la percusión resulta molesta tanto en la academia como en la manera de pensarnos y asumirnos como sociedad?
CS: Todo. Porque los modos son diferentes. Ya desde el comienzo, en las manifestaciones populares latinoamericanas de matriz afro, se aprende haciendo, grupalmente. Luego, en el modo de hacer música, los paradigmas son distintos a los de la música europea. Esto no se puede escribir. ¡No! Vos no lo podés escribir, con ese sistema de escritura, que no es el único, ni el mejor. Es un sistema, que sirve para algunas cosas y para otras, no. Como todo sistema. Entonces, hay que dejar de adaptar los saberes a las necesidades de la academia y que la academia se adapte a otros modos de generar conocimiento. El cuerpo es central. El cuerpo pareciera que no existe en la academia. Un cuerpo que baila es un modo de escritura. El cuerpo baila el tambor y el tambor traduce el movimiento en sonido. Es sinestético. Aunque parezca exagerado hay quienes hoy día se horrorizan de pensar caderas sueltas bailando dentro de un aula, mucho menos puede dimensionar que eso es producción de saber y en definitiva de subjetividad.
Con información de Télam