Javier Milei nunca entendió el funcionamiento de la economía, una triste realidad que, sin embargo, no fue un impedimento para hacerle creer a la mayoría de los votantes que sí la entendía. Sin embargo hay una buena noticia, en lo que va de su gobierno el Presidente parece haber aprendido lo más básico y elemental, que la inflación no es, como repetían y repiten los libertarios, “en todo tiempo y lugar un fenómeno monetario”, sino esencialmente un fenómeno de costos y que, en la economía local, el principal costo, el principal precio básico, es el del dólar. Por eso ayer, ante empresarios en el “Consejo de las Américas” sostuvo que no iba a devaluar porque eso significaba “arruinar a los argentinos”.
En este punto es difícil no estar más de acuerdo con el señor Presidente. Las devaluaciones, aunque a veces sean inevitables, arruinan. Pero el problema es que devaluar o no hacerlo no es algo que dependa exclusivamente de la voluntad “titánica” de los hacedores de política. Para sostener el precio del dólar hay que tener con qué, es decir: disponibilidad de dólares. Para muestra, un botón de realidad: la economía de Milei-Caputo parecía funcionar, dentro de su lógica, mientras acumulaba reservas, pero todo cambió desde que comenzó a desacumularlas, es decir desde que comenzó la cuenta regresiva hacia la próxima devaluación que, Milei dixit, arruinará a los argentinos.
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Segundo botón de realidad: apenas asumió el nuevo gobierno provocó un shock devaluatorio --sí, ese que arruina-- sin compensaciones, imaginando que ello alcanzaría 1) para resolver los desequilibrios acumulados en el último tramo del gobierno de Massa-Fernández-Kirchner en su carrera loca para llegar entero a las elecciones y 2) para que la corrección perdure en el tiempo. El resultado no fue el esperado por una razón básica: No alcanza con corregir un desequilibrio, en este caso el del principal precio relativo, si al mismo tiempo no se corrigen las causas que provocan ese desequilibrio. Y, como ahora descubre el gobierno, la causa no fue ni fiscal no monetaria, sino de escasez de dólares
Luego de empezar devaluando el gobierno se concentró en el “ancla fiscal”, con lo que el propio Presidente denominó ampulosamente “el ajuste más grande de la historia”, que básicamente consistió en mochar las jubilaciones, desfinanciar a las provincias y cortar en seco la obra pública. Sarna con gusto. El problema fue que sumar shock devaluatorio y derrumbe del Gasto no significa solo “achicar el Estado y echar ñoquis”, sino provocar una recesión de órdago. Y las recesiones van acompañadas de caída de la recaudación. Se trata de relaciones de manual, ningún invento de nadie, la recaudación impositiva siempre sobrerreacciona a los movimientos del PIB, para arriba o para abajo. En consecuencia, mantener el superávit supone caer en un círculo vicioso de ajuste permanente, que es lo que sigue anunciando el Presidente. Ayer les dijo a los empresarios que lo escuchaban en el “Council” que para 2025 buscará el superávit total, es decir no solo el primario, sino también el financiero, el que se consigue después del pago de deuda. El auditorio aplaudió a rabiar. La mayoría de los empresarios, no todos, sufre por la recesión que amenaza sus balances, pero posee un imprinting anterior, un condicionante genético, una sinapsis más inmediata y potente, la asociación gozosa entre menos Estado, menos Gasto y menos impuestos. Más aplausos. El Presidente también les prometió que bajaría los impuestos, pero cuando la economía crezca… Risas.
Mientras tanto el monstruo de la falta de divisas sigue allí. Esta semana Donald Trump y Elon Musk charlaron animadamente sobre Argentina. Donald dijo que Milei estaba haciendo “un gran trabajo” y que seguía su política MAGA (Make America Great Again). Elon evaluó que el súper ajuste y las desregulaciones libertarias estarían trayendo “prosperidad”. Alguien que le cuente. El diálogo fue rápidamente difundido por las usinas mileístas. Sucede que en su intimidad, y no tanto, el gobierno vislumbra que la clave para su estabilidad es un buen arreglo con el FMI en el primer trimestre de 2025, acuerdo que evalúan muy factible si Trump vuelve a ganar la presidencia y si se consigue el detalle de llegar a esa fecha sin arruinar a los argentinos, es decir sin devaluar. Las fichas de corto plazo son seguir espaciando el pago de importaciones, continuar con la liquidación de exportaciones en el mercado de los dólares financieros, estirar el negativo de las reservas hasta donde se pueda y prenderle 16 velas al blanqueo y a las inversiones en el marco del RIGI, al menos para que cambien las expectativas. El puente es de apenas 6 a 8 meses, que ya no lucen tan largos, pero está plagado de incertidumbre, desde el precio de la soja, el clima, el ánimo social y el efecto de la irrupción de Kamala Harris.
El resto del camino demandará seguir con el relato imaginario del país de las maravillas, ese en el que la inflación bajó del 17.000 al 8 por ciento anual, los salarios y las jubilaciones le ganan a los precios, la actividad comienza a recuperarse y reflorece el amor de la mano de Yuyito.
En el mundo real, en tanto, persiste la vieja pregunta ¿por qué una sociedad que alguna vez se caracterizó por ser combativa tolera sin chistar “el ajuste más grande la historia” que disparó la pobreza y la indigencia a niveles inimaginables hace pocos años? Algunas respuestas posibles son porque no vislumbra alternativas políticas de reemplazo al presente, porque el inmenso aparato de legitimación del poder económico todavía funciona, porque el tráiler de Fabiola llegó para quedarse y porque cuando mira hacia atrás lo primero que ve es la parte más oscura del último gobierno peronista, la de la huida hacia delante de 2023. Pero quizá la respuesta sea más simple. La sociedad tolera porque solo aparecen dos alternativas, la esperanza o el abismo.