¿Crecer o distribuir?: ¿Esa es la cuestión?

14 de mayo, 2022 | 20.04

En las últimas dos semanas en este espacio se desarrolló una mirada crítica sobre la teoría errónea que explica la inflación por la existencia de mercados oligopólicos. Repasando brevemente se argumentó que dicha falsa teoría confunde “niveles” de precios con “variaciones” de precios y se agregó el dato fáctico de que la visión obliga a considerar a la economía local como única en el mundo, pues oligopolios existen en todo el planeta y sólo aquí generaran alta inflación. Quizá no esté de más recordar que para el consenso epistemológico las leyes de la ciencia son universales. Señalar este grave error tuvo como objetivo advertir sobre las malas políticas que se derivan de los diagnósticos equivocados, por eso se optó por ponerle nombre y apellido a la fuente de estas malas teorías: el “área de economía y tecnología” de Flacso, algunas de cuyas figuras son muy escuchadas por una parte de la dirigencia del Frente de Todos

Lo notable, es que más allá de la repercusión del debate, los sostenedores de la visión no consideraron oportuno defender los fundamentos de la mala teoría. Por el contrario, optaron por la descalificación ad hominen y, en paralelo y al mejor estilo de la ortodoxia, optaron también por la ridiculización de la crítica. La vía fue acudir al imaginario vulgar “¿ustedes pueden creer que los oligopolios no tienen injerencia en la formación de precios?”. Repuesta ¿Y quién sostiene que no? Los oligopolios pueden fijar “precios oligopólicos”, es decir por encima de los que existirían en los hipotéticos mercados competitivos, y obtener así una renta oligopólica que se suma a la ganancia media. Al fijar un “nivel” de precios más alto, que suma ganancia media más renta oligopólica, lo que consiguen en la práctica es una tasa de ganancia más alta.

Ahora piense el lector lo siguiente, si la inflación se explicase por el aumento permanente de la tasa de ganancia de los oligopolios, esta tasa crecería permanentemente hasta el infinito. Se trata de un absurdo económico que, adicionalmente, da lugar a otro absurdo: súper tasas de ganancia permitirían el ingreso a la competencia de oferentes menos eficientes, es decir con costos de producción mayores que los del oligopolio. La teoría no cierra por ningún lado, pero como sucede con el latiguillo “la emisión genera inflación” ello no evita que esté incorporada al sentido común de una parte de los militantes del campo nacional y popular. No es el punto en debate, pero la visión de Flacso suma todavía más absurdos: a pesar de que los oligopolios obtienen ganancias extraordinarias, padecen también de “reticencia inversora”, por eso en vez de reinvertir en la gallina de los huevos de oro prefieren “fugar” el excedente hacia terceros países donde la tasa de ganancia extraordinaria no existe. ¿Y el modus tollens? Bien, gracias.

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Discutir conceptos erróneos que a fuerza de repetición a lo largo de años fueron incorporados como sentido común es muy difícil, tanto para quienes lo ponen en cuestión como para los propios cuestionados. A pesar de la evidencia no es fácil deshacerse de ideas erróneas. Y más aun para quienes escribieron y elaboraron las teorías falsas. Debe ser muy duro, hasta triste, darse cuenta que los que se creían aportes al pensamiento económico fueron en realidad fuentes de confusión y fracaso para los gobiernos nacional populares. Por todo esto la crítica es indispensable. Creer que la inflación se combate controlando los oligopolios no resuelve el problema de la inflación, que es lo que se quiere combatir.

Pero el objetivo de estas líneas no es insistir en la crítica de la hipótesis de la inflación oligopólica, sino avanzar en la crítica de ideas asociadas que también confunden el debate público. La crítica a los oligopolios tiene un componente de verdad. Efectivamente los oligopolios cuentan con la capacidad de determinar niveles de precios más altos, lo que en otras palabras significa que tienen la posibilidad de apropiarse de una porción mayor del ingreso. Dicho de otra manera, los formadores de precios no explican la inflación, pero si la apropiación de una parte del ingreso disponible a través de lo que se describió como renta oligopólica. Precisamente para combatir esta dimensión del problema es que en todos los capitalismos avanzados existe la legislación antimonopólica, pero su impacto real no es sobre la inflación sino sobre la distribución del ingreso. La confusión deviene del dato evidente de que también la inflación opera sobre la distribución del ingreso, pero los conceptos deben mantenerse separados.

La distribución supone entonces otro debate conexo. Por estos días algunos comunicadores demarcaron que el debate al interior del Frente de Todos suponía la existencia de dos corrientes, la que pensaría que para distribuir primero hay que crecer (supuestamente representada por la línea albertista) y la de quienes creen que es más importante distribuir primero (supuestamente el cristinismo). La dicotomía, una vez más, es falsa. La distribución no es lo que los economistas llaman un dato endógeno a un determinado modelo económico, es decir no depende del modelo, sino que es exógeno, depende de la lucha de clases, del poder relativo de trabajadores y empleadores. Por esto la economía es “economía política” y su carácter de “política” está dado precisamente por la lucha de clases. La ortodoxia neoclásica siempre trató de eliminar del corpus teórico ésta disputa “subversiva” entre salario y capital. Su camino fue desarrollar todo un aparato teórico de presuntos equilibrios matemáticos en los mercados, con salarios y ganancias “naturales” y toneladas de sarasa que todo quien paso por la carrera de economía conoce. 

Pero volvamos al punto. ¿De qué hablamos cuando hablamos de distribución? Aquí aparece otra confusión conceptual entre los economistas, la confusión entre stocks y flujos. El ingreso se genera durante el momento de la producción y es un flujo. Se trata de algo diferente a la riqueza, al capital, que es un stock. Redistribuir la riqueza es bastante más conflictivo que redistribuir el ingreso. Normalmente demanda una revolución. En cambio, redistribuir el ingreso es más instantáneo. La teoría convencional enseña que el ingreso, salarios y ganancia, es la contracara del producto. Sobre este flujo de ingresos generado durante el proceso productivo la pregunta es cuánto se lleva el capital y cuánto el trabajo.

Hoy en Argentina esta proporción, que se llama “distribución funcional” del ingreso, ronda 60/40, es decir el capital, representado por unos pocos capitalistas, se lleva el 60 por ciento del ingreso generado y el trabajo, encarnado por el universo de los trabajadores, se lleva el 40. Esta es la proporción que está dada por la lucha de clases y es independiente del modelo económico. La decisión política que encarna el peronismo sostiene que el ideal equitativo es 50/50. Sobre el final de la noche macrista, sus principales espadas se quejaron en Nueva York ante “inversores” de que no se les reconocía el logro de haber abandonado el 50/50 recuperado por el kirchnerismo para regresar al 60/40, proporción de la que --endeudamiento, pandemia y guerra de por medio-- el Frente de Todos no logra salir y que constituye la principal fuente de descontento social.

La pregunta inmediata es cómo cambiar la distribución funcional. La respuesta rápida es “cambiando las relaciones de fuerza en la lucha de clases”. Dicho de otra manera, no es algo que dependa del modelo de crecimiento, ni que pueda lograrse en el corto y mediano plazo. ¿Entonces qué es lo que sí depende del modelo de crecimiento? Un trabajo difundido esta semana del CEP XXI, “Dinámica salarial en los sectores productivos. De la convertibilidad al COVID-19 (1996-2021)”, presenta un gráfico muy claro que vale más que mil palabras.

Como puede observarse, aunque no de manera perfecta, existe una altísima correlación entre el crecimiento económico y el nivel de remuneraciones. Si bien también existen variaciones de corto y mediano plazo que dependen de los ciclos internacionales y la dinámica de cada momento histórico, lo que no se pierde es la correlación. Lejos de morir, la evolución del PIB conduce el comportamiento de los ingresos de los trabajadores en el largo plazo. Y si se acerca la lupa y se mira y piensa detenidamente, también se verá que determina los ciclos políticos. La conclusión rápida es que si se quiere mejorar sostenidamente el ingreso de los trabajadores lo que debe sostenerse es el crecimiento del PIB. No lo es todo, pero es la condición necesaria. Y para sostener este crecimiento no hay magia, se necesitan divisas, lo que en la Argentina del presente, sin acceso al endeudamiento financiero, significa un modelo de desarrollo exportador.

En el mismo trabajo del CEP XXI puede apreciarse además que los sectores con mejor desempeño salarial son precisamente los exportadores dinámicos con posibilidad de crecer en el presente, los hidrocarburos y la minería, es decir que el actual modelo exportador no sería uno de “salarios bajos”, sino uno que promueve a los sectores que pagan los salarios más altos de la economía traccionando al resto.

Y un detalle más, si se mantiene una distribución funcional del ingreso desfavorable, como en el presente, pero crece el PIB, los ingresos y la calidad de vida de los trabajadores mejorarán proporcionalmente. Duplicar el PIB también duplica la porción del que se lleva menos. El caso más notable y que suele ponerse cómo ejemplo es el de China, que sacó a millones de personas de la pobreza, les mejoró la calidad de vida y hasta el consumo calórico, pero en un contexto de aumento de la desigualdad, al menos entre los años ’70 y 2015. Recién después de esta fecha comenzó a mejorar la distribución funcional. De nuevo, aunque sea deseable crecer mejorando la distribución, el sólo hecho de crecer genera aumento de los ingresos de los trabajadores. A la vez, es imposible mejorar ingresos de manera sostenible en el tiempo si no se aumenta el producto. La redistribución debe tener una base material sobre la que sustentarse, salvo que se empiece a avanzar sobre la riqueza (stock) y no solamente sobre el ingreso (flujo), lo que supone un aumento exponencial de la conflictividad social en tanto “las negras también juegan”.

Llegado este punto el primer lugar vuelve a ser ocupado por el desarrollo de las fuerzas productivas materiales y las relaciones entre el capital y el trabajo, siempre recordando que en el capitalismo la tasa de ganancia debe ser positiva. Pero incluso en un imaginario sistema no capitalista también deberá destinarse una porción del excedente a la reproducción material, nunca puede ir todo al consumo. Por más de izquierda que se quiera ser no es posible desentenderse de la de reproducción material, una deriva “prematerialista” que lamentablemente el pensamiento de la izquierda alguna vez marxista parece transitar.

Regresando a la coyuntura local, las claves del presente son dos, sostener el crecimiento y estabilizar la macroeconomía. La pregunta del millón es cuánto crecimiento es posible sostener sin desestabilizar la macro.-