Algoritmo, inteligencia artificial y kirchnerismo

Los procesos de autoafirmación, junto a la externalidad negativa de la profundización de la polarización, otra característica de época, no ocurre solo entre ideologías distintas, sino también a su interior.  

21 de noviembre, 2024 | 00.05

La muy probable manipulación del algoritmo de la red social X para subordinarlo a la voluntad política militante de su propietario, el multibillonario espacial e inminente novel funcionario trumpista Elon Musk, generó por estos días, la externalidad positiva de poner el problema de la manipulación informativa en el centro de la escena.

Como nadie necesita que le expliquen, en el presente las redes sociales son parte de la nueva cotidianeidad humana. La interacción con las redes, a la que pocos escapan, se presume todavía mayor entre las personas más informadas, que casi sin darse cuenta comenzaron a utilizarlas como fuente primigenia de acceso a la información, una transformación todavía más profunda que la inmediatamente precedente, el pasaje de los “viejos medios” de papel al formato digital. El acceso a la información gráfica pasó primero del diario bajo la puerta o comprado al canillita al portal digital. El hardware principal pasó del papel a las pantallas de las computadoras. Pero al poco tiempo el mismo acceso a los portales comenzó a ser mediado por un nuevo actor, las redes sociales, y el lugar del hardware principal fue ocupado por los teléfonos inteligentes. Esta mediación no representa un simple cambio tecnológico, sino que se trata de una transformación radical en la forma de acceso a la información que marida perfectamente con el funcionamiento del cerebro humano. El próximo pasó seguramente lo aportará la mediación de la inteligencia artificial (IA), pero no hace falta adelantarse tanto.

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Detengámonos muy brevemente en el funcionamiento “natural” de los algoritmos. Si el lector disfruta de la música seguramente se habrá maravillado con la capacidad del algoritmo de los servicios de streaming para reconocer sus gustos a partir de sus escuchas y, sobre esta base, comenzar a ofrecerle nuevas obras. El ejemplo de la música es útil porque resulta absolutamente evidente. Como el negocio de las redes consiste esencialmente en captar la atención del usuario para que permanezca en línea el mayor tiempo posible, con el fin de conocerlo como consumidor y aportar al negocio del big data, lo que hacen es ofrecerle todo el tiempo lo que más le gusta. Siguiendo con los ejemplos, si se empieza a consumir información sobre un determinado deporte se recibirá siempre información sobre ese deporte y no otro. Lo mismo sucede si se consume ciencia, caso en que el algoritmo sugerirá artículos científicos, pero no de literatura. De nuevo, lo que hace el algoritmo es empeñarse en mantener satisfecho al usuario. 

Pero lo que resulta tan evidente y seguramente familiar en los ejemplos citados lo es menos cuando se trata de ideología, ámbito en el que, por supuesto, también sucede. Si se consume información con un determinado sesgo ideológico, el algoritmo sumergirá al usuario en ese sesgo y construirá una burbuja informativa que reforzará su identidad. Para salir de semejante microclima se necesita algo que no abunda: mucha autoconciencia de los procesos.

El punto que se quiere destacar es que estos procesos de autoafirmación, junto a la externalidad negativa de la profundización de la polarización, otra característica de época, no ocurre solo entre ideologías distintas, sino también a su interior. Al reforzar la información que el usuario disfruta consumir, las redes no solo contribuyen a la polarización interna, sino que dificultan superar las “verdades pétreas” del pasado, las que quizá podrían ser responsables de conducir al actual presente distópico.

¿Pero cuáles serían estas verdades pétreas de la propia ideología? ¿Cómo definirlas sin caer en la problemática de la subjetividad? Una manera posible es hacer el ejercicio de “cargar” a la IA con el discurso de algunos referentes ideológicos de lo que podría caracterizarse como “kirchnerismo duro” y pedirle que sintetice las principales ideas. 

Del análisis “inteligente” del discurso surgió una suerte de crítica a un supuesto “neodesarrollismo” que, al igual que el neoliberalismo se caracterizaría por desentenderse de la redistribución del ingreso. La clave de la visión residiría en su “sesgo exportador”, en la creencia “errónea”, de que la superación de la restricción externa, la escasez crónica de divisas, y en consecuencia el crecimiento económico, puede lograrse solamente mediante el aumento de las exportaciones. 

Pero en el modelo exportador de los neodesarrollistas el derrame prometido nunca llega. La base empírica para la afirmación es que, luego de largos períodos de superávit comercial, por ejemplo durante el gobierno del Frente de Todos, no hubo mejoras en la distribución, lo que consecuentemente contribuyó al mantenimiento de una estructura económica concentrada.

El problema se complementaría con que el grueso de las exportaciones es controlado por unas pocas empresas, mayormente extranjeras, que además demandan dólares para pagar deudas, enviar utilidades al exterior y fugar capitales, lo que termina siendo negativo para el balance de pagos.

La crítica al modelo exportador supone que las ventas al exterior restan al consumo interno. Ello se complementa con una visión positiva del modelo industrial de la ISI, la industrialización sustitutiva de importaciones centrada en el potencial del mercado interno.

Por último, el “neodesarrolismo” suma la limitación de no enfrentar cuestiones fundamentales, como la deuda externa, la “reprimarización” de la economía y la alta dependencia de las importaciones, lo que perpetúa una economía vulnerable a los vaivenes de los precios internacionales. El resultado es que solo se desarrollan sectores como “el agronegocio, Vaca Muerta y el litio”, que operan como economías de enclave, con escasa articulación local y rentas extraordinarias controladas por capitales transnacionales. Esto deja a las provincias productoras sin recursos para financiar transformaciones estructurales, agravando las desigualdades territoriales.

La propuesta de política emergente del diagnóstico, siempre según la IA, se basa en la promoción de la industrialización sustitutiva y en desalentar las actividades meramente “extractivas” por su desapego con el medio ambiente y la voluntad soberana de las “comunidades originarias”. Los sujetos sociales para la transformación serían los sindicatos, los movimientos sociales y la pequeña burguesía pyme.

Las ideas sintetizadas por la IA corresponden a un alto dirigente de una de la fuerza más representativas del cristinismo, a un dirigente sindical de una de las principales centrales que agrupan a trabajadores públicos y a un referente del área de Economía y Tecnología de Flacso. Si no hay objeciones podría decirse que son las ideas que hoy sintetizan al “kirchnerismo”. Para quien escribe el resultado fue previsible, pero es juicio de valor, no IA. Una crítica a estas visiones, de su consistencia teórica tanto interna como en relación a los cambios en la estructura económica local y global, es decir a su relación con el capitalismo realmente existente, constituiría un aporte sustantivo tanto a la comprensión de lo que salió mal, de lo que la sociedad rechazó en las últimas elecciones, y a la formulación de una nueva plataforma política que supere a la fase actual del neoliberalismo.