Posiblemente, la mayor virtud que pueda encontrarse en los 30 meses que estuvo Martín Guzman al frente del ministerio de Economía, es haber logrado que ninguna variable macroeconómica se descontrole, logrando frenar incluso dos corridas cambiarias. Todo ello, pese a heredar una deuda local defaulteada, un programa con el FMI que el propio organismo reconoció que llevó a una “crisis seria”, una inflación mayor al 50 por ciento, y afrontar luego de asumir una pandemia y una guerra con repercusiones económicas mundiales.
Sin eso ser poco, alcanzó también junto a las otras áreas comandadas por la presidencia que la economía recupere todo lo perdido en 2020 en solo un año, cuando desde diversos sectores planteaban que el proceso demoraría hasta tres años, mientras que en el primer trimestre del presente 2021 el país se encontraba creciendo a una tasa del 6,1 por ciento, en un proceso que parecía desacelerarse por el crecimiento del 5,1 en abril, aunque manteniendo el fuerte ritmo de suba y estando a solo 2,7 puntos del máximo de noviembre de 2017, cuando el país se endeudaba a ritmo record y no había pandemia que afectara la actividad. Uno de los más importantes efectos de esto, fue que la desocupación descendió de 8,9 puntos a finales de 2019 al 7 por ciento en diciembre del año pasado.
Sin embargo, su perfil marcaba conocimientos específicos en reestructuraciones soberanas, lo cual encabezó tanto con bonistas privados como con el FMI, con resultados menos contundentes. En ambos casos, su mayor logro fue evitar el default, aunque trasladando fuertes vencimientos para los próximos gobiernos. Asimismo, en el caso de los bonistas privados, según el Centro Cifra de la CTA el “resultado distó de ser satisfactorio, especialmente en lo que concierne a la restructuración bajo ley nacional”. Esto es así, señalaban, porque la quita nominal total fue del 27,4 por para la deuda bajo ley extranjera y de solo el 7,5 por ciento para la de ley nacional, ya que ambas sostenían las mismas condiciones de baja quita del capital pero fuerte reducción de los intereses. Sin embargo, el capital bajo ley local era de casi el triple que los intereses, con lo la quita real fue aún menor que la de la legislación internacional.
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En relación a la deuda con el FMI, su mayor logro fue evitar las habituales reformas estructurales del régimen laboral y previsional, como también no plantear un programa de reducción del déficit fiscal y la emisión monetaria en el muy corto lapso, aunque los compromisos fueron igualmente exigentes, siendo el primero de ellos acumular 15.000 millones de dólares de reservas en solo tres años, una cifra casi inédita para el lapso en cuestión y con los mercados financieros internacionales cerrados. Pero además, de acuerdo al mismo Centro Cifra, ciertos puntos del programa acordado ponían “en tela de juicio el alcance de la meta fiscal establecida en el programa” ya que, añadían, para alcanzarla deberían recortarse diversas partidas. E incluso en relación a las metas de reducción de la emisión monetaria, la Universidad de Avellaneda planteaba que “la limitación de la política monetaria es sin lugar a duda el principal desafío de programa con el FMI”, debido al fuerte descenso comprometido incluso para este año. Asimismo, el acuerdo incluyó, como todo aquel de Facilidades Extendidas, revisiones trimestrales para que el FMI autorice los desembolsos con los que se pagarían la deuda tomada originalmente por la alianza Cambiemos, lo que pone a la Argentina siempre a riesgo de fallar en las auditorías, y no logró eliminar los sobrecargos por la sobre-cuota que el FMI le giró al gobierno de Cambiemos, con lo que Argentina deberá pagar intereses por 13.297 millones de dólares en lugar de los 3.447 que habrían correspondido si el FMI no aplicaba la penalidad por el elevado monto que le facilitó al macrismo.
Pese a las exigentes mestas, la revisión del primer trimestre fue igualmente aprobada, aunque se utilizó cierta contabilidad creativa para alcanzar el déficit comprometido, mientras que ya la segunda debió recalibrarse para que el país no incumpla los compromisos acordados, aunque no se modificaron las metas anuales, con lo que aquello que no se “ajustó” en el segundo trimestre deberá sobre-ajustarse para las próximas dos revisiones.
Su gran derrota, fue frente a la inflación, que recibió en un 53 por ciento y, luego de una desaceleración a causa del freno de la pandemia, en este año se proyecta en un 70 por ciento anual como mínimo. Ligado a ello, el consecuente perjuicio para el restablecimiento del poder adquisitivo de salarios, jubilaciones, y planes sociales, que no solo no pudieron recuperar el promedio de 20 puntos perdidos durante la gestión macrista sino que se encontraban, en el caso de los salarios, perdiendo otros tres puntos en el comienzo de este año.
De perfil fiscalista y desarrollista, alejado tanto del modelo de valorización financiera y destrucción del aparato productivo de la alianza Cambiemos como del de estímulos fiscales y salarios y jubilaciones altas como inductores de la demanda y consumo interno del kirchnernismo, resultaría igualmente complejo establecer parámetros de gestión para un funcionario que debió lidiar con condiciones extremadamente anormales, donde la mayor parte de su actuación estuvo determinada por una inédita pandemia y luego la guerra. Con el trasfondo, además, de la división interna de la coalición gobernante, en la que claramente se alineaba al modelo impulsado por Alberto Fernández, en los hechos orientado más a la exportación que a los altos salarios y el desarrollo del mercado interno, al punto que el año pasado, la incidencia en la demanda agregada del consumo privado, de 61,8 por ciento, fue la menor del siglo XXI, incluso por debajo de la gran crisis de 2001, y luego de que este consumo privado cayera de forma ininterrumpida entre 2018 y 2020.
Para adelante, deja un país con una inflación que difícilmente baje de los cinco puntos mensuales, un dólar en proceso de retraso frente a la inflación, y exigentes metas de cumplimientos fiscales, monetarios, y de acumulación de reservas con el FMI, pero sobre el que podrá sostener que, durante su gestión, ninguna variable se descarriló.