La nueva inestabilidad recesiva

Los debates que abre el reconocimiento de la necesidad del ajuste son dos, quienes lo pagan y su duración. El problema del presente es que el recorte se lleva adelante guiado por la ideología.

07 de julio, 2024 | 00.05

A Corea del centro no le gusta Javier Milei. No solo porque los vapulea con frecuencia, sino porque son modositos y el estilo presidencial continúa siendo el del panelista. El libertario es arrogante y maleducado, una coraza producto de sus inseguridades a la que se aferra tanto como a los objetos que suele portar en mano. Pero para el análisis político, y más para el económico, las formas son, por ahora, irrelevantes. Decimos “por ahora” porque será distinto cuando el humor de las mayorías comience a mostrar agotamiento.

A Corea del centro, en cambio, no le disgusta tanto el fiscalismo de La Libertad Avanza (LLA) y se aventura en las generalizaciones y en las proyecciones. Dice que “lo que debe reconocérsele a Milei” es que “ahora todos” asumen la necesidad del equilibrio fiscal. Es verdad y es mentira. Es verdad porque existió una parte del Frente de Todos, digámoslo sin vueltas, el kirchnerismo duro, que al menos desde el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner entendió muy mal la cuestión fiscal. Incluso en el presente, la expresidenta sigue comparando alegremente los déficits de la economía local con los de otros países que, a diferencia del nuestro, si tienen instrumentos para financiarlos. 

Incluso uno de sus líderes intelectuales, el economista Eduardo Basualdo, sostuvo, en un muy amigable reportaje reciente, que “no hay que hablar de macroeconomía”, sino de “economía política”. Traduciendo el lenguaje para quienes no están en estos debates, lo que dijo es que no hay que preocuparse por los “equilibrios” de las variables macroeconómicas, sino por el conflicto distributivo.

Es interesante detenerse en estos debates teóricos porque aquí se encuentra la raíz de los grandes equívocos económicos de los últimos gobiernos nacional populares. Sucede que, a pesar de que el PIB per cápita permaneció estancado en la década que terminó en 2022 y en franco retroceso desde entonces, todavía hay quienes creen que el problema residió en la falta de voluntad redistributiva. Es decir, en que no se repartió mejor una torta que se achicaba. Se trata de una perspectiva realmente mágica según la cual en la economía no existirían las restricciones de productividad.

Y algunos datos más, no solo el PIB per cápita permaneció virtualmente estancado desde 2011, sino también las exportaciones en cantidades. Dicho de otra manera, no solo se estancó la productividad y la producción, sino también la provisión de dólares genuinos. Luego, a lo que sucedió con las cantidades producidas y exportadas, se sumó el horrible manejo cambiario que impidió aprovechar los superávits comerciales transitorios. Muy sintéticamente la causa fue que se utilizó la sobrevaluación cambiaria con el doble objetivo de que funcione como ancla inflacionaria y como preservación del poder adquisitivo de los salarios. El problema fue que el dólar barato obligó a tener cepo y dio lugar a la disputa permanente por la apropiación de esos dólares a bajo precio y la consecuente (y mal llamada) fuga, es decir a una macroeconomía completamente inviable. No debería ser complejo entender que en una economía con escasez de dólares no es sostenible mantener barato su precio sin recurrir a subterfugios temporalmente acotados como son el endeudamiento, el carry trade y el cepo.

Es aquí donde viene la cuestión fiscal. Es mentira que todos en el Frente de Todos desconocieran el problema fiscal. Sí resultó llamativo que una parte de la ex coalición comprendiera el problema estructural de la restricción externa, pero que no advirtiera la relación entre el déficit externo (es decir el de los dólares) y el interno (es decir el fiscal, el de los pesos).

La secuencia que los relaciona es la siguiente: como bien explica la teoría keynesiana (horror) de la demanda efectiva, cuando crece la demanda agregada, cualquiera de sus componentes, crece el Producto y entonces, crecen también las importaciones, es decir, la demanda de divisas. Si al mismo tiempo no crece también la provisión de divisas, estas se vuelven escasas y aumentan su precio, depreciando la moneda local y -como bien explicó esta semana la diputada Lilia Lemoine- dando lugar a la suba generalizada de precios. La conclusión fuerte es que se puede expandir el gasto y el déficit interno solo hasta el límite que establece el déficit externo, es decir solo hasta donde dan los dólares. Es verdad que hay países que están en déficit permanente sin mayores problemas, pero ello se debe a que tienen algunas cosas que la economía local no tiene: acceso al crédito externo o dólares suficientes y moneda propia que funciona como reserva de valor.

Sin embargo, y ya llegamos al presente más absoluto, es necesario comprender también la naturaleza del equilibrio fiscal y su rol en el funcionamiento de la economía. Quienes no se ocupan de estas cuestiones asimilan el Presupuesto público al de una empresa privada. El razonamiento es meramente contable y dice que “no se puede gastar más que lo que se recauda, porque si no hay que imprimir dinero para pagar la diferencia”. La afirmación parece lógica si se desconoce la relación entre el gasto y la dinámica económica recién explicada. Como se dijo, el gasto conduce la evolución del PIB. Y efectivamente si se reduce el gasto en la búsqueda de un superávit fiscal, se reduce el nivel de actividad y, en consecuencia, las importaciones, lo cual debería generar un excedente de divisas y acumulación de reservas. Esta secuencia explica por qué los principales economistas de las fuerzas que participaron del balotaje coincidían en la necesidad de un ajuste. Independientemente de las palabras que se utilicen para describir el proceso la barrera infranqueable es que el límite superior del gasto está dado por la disponibilidad de divisas. 

Los debates que abre el reconocimiento de la necesidad del ajuste son dos, quienes lo pagan y su duración. Ya se sabe que el ajuste de Milei fue especialmente sobre obra pública (es decir infraestructura básica), salarios públicos y jubilaciones. Es decir, sobre los sectores más débiles de la sociedad, por esos los más ricos que apoyan los recortes destacan el “coraje” presidencial. El segundo punto, la duración del ajuste, depende de la recomposición de la provisión de divisas. 

El problema del presente es que el ajuste se lleva adelante guiado por la ideología, antes que por la comprensión de la dinámica económica. El objetivo de LLA es reducir la carga impositiva de los más ricos, por lo que el gasto se ajustó sin ton ni son. La consecuencia es que se provocó una recesión desmesurada que, como siempre sucede, significó una caída más que proporcional de la recaudación. Si en adelante se pretende mantener el superávit fiscal para seguir los reclamos de los mercados y del FMI, se caerá en la dinámica de seguir reduciendo gastos cada vez más inelásticos, es decir en la dinámica del perro que se muerde la cola.

Las conclusiones provisorias son dos. La primera es que el Presidente necesitará de mucho más coraje. La segunda es que, una vez más, Corea del Centro no tiene razón. No todas las fuerzas políticas acuerdan con el fiscalismo bobo y reiterado de la derecha económica que, una vez más, como tantas veces en el pasado, reconduce a la economía a una nueva etapa de alta inestabilidad.